Naufraga y aburre

Naufraga y aburre

Trivial. Aburrido. Tedioso. Fútil… Es cierto que desde el punto de vista estilístico la sucesión de adjetivos nunca es la mejor manera de describir una situación. No obstante, la excepción se hace norma con Pablo Iglesias, coronado rey absoluto del aburrimiento tras su moción de censura fallida. En los dos últimos días, ha demostrado ser el apóstol de la nada política, adalid del calificativo fácil y la indefinición. Una tendencia que comparte con su mini yo Irene Montero, vocera y portavoz del insulto. El secretario general de Podemos es hoy el  capitán de un Titanic que se va a pique. Los dirigentes morados sólo han dejado dos cosas claras en estas últimas sesiones de la Cámara Baja: defienden el referéndum ilegal en Cataluña y son incapaces de aportar soluciones concretas a los grandes temas de Estado. Si en las pasadas elecciones generales se dejaron más de un millón de votos, ahora han perdido hasta el último gramo de credibilidad que les quedaba. 

A la baja en todas las encuestas, han quedado desnudos en su vacuidad y en evidencia ante toda España. Esta vez, además, han hecho el ridículo a petición propia, que es el colmo del masoquismo. La insistencia en la moción los ha llevado de la insignificancia parlamentaria al escarnio público. Más allá de unos cuantos conceptos rebautizados a modo de neologismos y repetidos hasta el hastío —trama, casta o régimen del 78— no hay nada. Y la nada durante dos días, y a más de seis horas por jornada, se hace insoportable. Los españoles merecen medidas específicas para atajar sus problemas y no exhibiciones retóricas más propias de una cafetería universitaria que del centro de la soberanía nacional. La sesión de este miércoles en el Congreso de los Diputados tan solo ha sido el epílogo de una derrota anunciada que finalmente se ha convertido en descalabro. 

Ese buen parlamentario que es Aitor Esteban se lo dijo claro a Pablo Iglesias: «Usted no ha perseguido una mayoría alternativa, sino tener protagonismo». Una impostura que, a excepción de los partidos que quieren romper España —un tema para la reflexión—, ha provocado el rechazo en bloque de las formaciones que constituyen el Hemiciclo. Pablo Iglesias lo ha hecho tan mal, vapuleado por Mariano Rajoy como potencial alternativa, que incluso ha fortalecido al ausente Pedro Sánchez. Sin necesidad de hacer nada, y tras su resurrección política, el secretario general del PSOE se ha convertido en la única esperanza para la izquierda patria. Todo el mérito es de Iglesias, que ha decido inmolarse en una moción de censura que le ha dado la extrema unción política.

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