Nacho, Nachito, Nachete (Lecciones de un caso de corrupción)

Ignacio González
Ignacio González (EFE)

Guillermo y Máxima Zorreguieta, reyes de Holanda, son populares a rabiar. Lo cual no obsta para que la ciudadanía o la clase política les haya cantado las cuarenta en más de una ocasión. Lo normal en un país como Holanda, que pasa por ser uno de los países más modernos del mundo en todos los órdenes, incluido el democrático. Los tan frívolos como apreciados monarcas las pasaron canutas hará un lustro cuando se conoció que habían comprado dos villas en Machangulo, un enclave paradisiaco de Mozambique, antigua colonia portuguesa a orillas del Océano Índico. Más allá de que la suntuosidad gusta más bien poco a los habitantes del país de los tulipanes, el pollo se montó por un detalle no precisamente baladí que les sonará: los casoplones se habían adquirido a través de una sociedad radicada en Jersey, paraíso fiscal británico en el Canal de La Mancha. Sí, ése en el que los Pujol son los reyes del mambo. ¿Y qué ocurrió? Hubo hasta una sesión parlamentaria en la que la oposición frió a dardos verbales, a cual más acerado, al entonces primer ministro, Jan Peter Balkenende. Sobra decir que al inocente Guillermo y a la bella Máxima no les quedó otra que vender los chaletazos y a otra cosa, mariposa. La historia se repetía porque su tía Cristina, hermana de la Reina Beatriz, tuvo que poner pies en polvorosa al conocerse en los años 80 que había confiado la herencia de su madre (la Reina Juliana) no a bancos holandeses como Nationale Nederlanden, Amro o Abn sino a entidades de Guernsey, la isla hermana de Jersey en la que a los Pujol hacen reverencias cada vez que aterrizan. La princesa Cristina tuvo que repatriar los fondos.

Cosa bien distinta es lo que ha sucedido en los últimos cuatro años en España y, más concretamente, en Madrid con un episodio similar. Calcadito diría yo al de Máxima y Guillermo. El de Jaime Ignacio González González, conocido entre los suyos como «Nacho» o simplemente «Ignacio», cuyo ático viene coleando desde que El Mundo lo destapase el 20 de marzo de 2012. Siendo vicepresidente de la Comunidad alquiló (lo pongo en cursiva porque en realidad, no nos engañemos, lo adquirió) en 2008 un dúplex de 496 metros cuadrados en una de las urbanizaciones más lujosas de la Costa del Sol: Guadalmina, situada en la frontera de Marbella y Estepona. El piso cuenta hasta con sauna, jacuzzi y piscina privada. ¡Que eso de tener que nadar acompañado o soportando los pises del hijo del vecino es un rollo! Un lujazo del que carece su vecina de abajo, Carmen Franco Polo, hija del dictador, que si quiere darse un chapuzón ha de bajar a la pileta comunitaria.

Hasta aquí todo medio normal porque no es muy normal, que digamos, que metiéndote en la butxaca 5.000 euros al mes te aventures en un alquiler de 4.000-5.000, que es por lo que sale el arrendamiento de una vivienda idéntica. Es decir, que González debería haber dedicado su sueldo prácticamente íntegro al pago del capricho marbellí. Obviamente, el inmueble tenía trampa: la titular de la vivienda era una sociedad radicada en el paraíso fiscal estadounidense de Delaware, Coast Investors, que a su vez está participada por tres panameñas (Waldorf Overseas, Dulcan y Winsley), que a su vez (y perdón por el lío pero las tapaderas son así) tienen ramificaciones con Golden Chain, una compañía suiza vinculada al jefe de Gürtel, Francisco Correa. ¿Qué haría un político honrado al conocer estos detallitos? Pues darse media vuelta y volverse por donde había venido. Eso sí: tras obsequiar al propietario o al intermediario con una sonrisa y el «muchas gracias de rigor». Ignacio González, no. Ignacio González la alquiló por ¡¡¡2.000 euros mensuales!!! Con lo cual al austero dirigente popular sólo le quedaban para vivir 3.000 euros. Las cuentas no salen en ningún caso, menos aún si reparamos en que tiene tres hijas que van a universidades privadas y estudian en el extranjero y que hay que apoquinar la hipoteca de la mansión de Aravaca en la que reside habitualmente. Conclusión: Nacho tendría que haberse pasado los últimos ocho años dedicando las horas libres a tareas petitorias en la puerta de La Almudena porque, por mucho que gane su mujer, las cuentas no salen ni de coña. Y éste tampoco es rico por su casa: su padre, Pablo González Liberal, un buen tipo, ha sido político toda su vida. Primero, con Franco, luego con la UCD, y finalmente con AP y el PP.

Hay quienes desde el poder político piensan que se puede torcer la voluntad de Doña Justicia

González no fue un buen negociador. No. Era simple y llanamente lo que un madrileño chuleta denominaría «un listillo». Pero un listillo de pacotilla porque un listo de verdad no deja tantas pistas como Pulgarcito piedrecillas. Pronto conocimos que detrás de toda esta maraña fiscal estaba Rudy Valner, un tipo que habla como Cantinflas porque a pesar de vivir en Beverly Hills es mexicano. Más casualidades: el tal Valner se anuncia en Internet como testaferro profesional. Otra coincidencia más: es el abogado en Estados Unidos de Enrique Cerezo, íntimo de Ignacio González. O sea, que de los 1.150.000 letrados en ejercicio que hay en la primera potencia mundial el ex vicepresidente y antiguo presidente de Madrid recurrió al mismo que el presidente del Atlético de Madrid. ¡Qué casualité! La prueba del algodón llegó cuando nos enteramos, a través de la vendedora de la promoción La Alhambra del Golf, que 600.000 de los 1.300.000 euros se habían satisfecho en crudo, que es como los cursis llaman al negro o al B de toda la vida de Dios. Abandonamos las cero dudas que albergábamos cuando la agente de la propiedad inmobiliaria se preguntó en presencia nuestra: «¿Que quién es el dueño real? ¿Pues quién va a ser? Ignacio González y su mujer, Lourdes». La intermediaria también nos confesó algo que la Policía ya sabía: sólo en la decoración se había gastado otros 200.000 del ala. Éstos ya no sé si en crudo o tostados, pero 200.000 del ala, es decir, que el capricho marbellí le salió por un ojo de la cara, 1,5 kilazos. Siempre fue suyo pero lo escrituró a su nombre en diciembre de 2012, nueve meses después de estallar el asunto, por 700.000 euros (600.000 euros por debajo del precio de mercado, es decir, lo que apoquinó en B).

Uno de los tipos más rectos que he conocido en mi vida, José Manuel Sánchez Fornet, a la sazón jefe del Sindicato Unificado de Policía (SUP), denunció los hechos en los juzgados de Estepona por cohecho y blanqueo. La cosa empezó a tener buena pinta al conocerse los informes policiales, que sostenían sin lugar a dudas que la dacha siempre fue suya y que era una mordida por una recalificación a Martinsa en Arganda. Recalificación que, dicho sea de paso, fue el milagro de los panes y los peces en versión castiza: lo que un día costaba 100 millones al siguiente valía 500 por obra y gracia de González y González.

La maquinaria judicial se puso en marcha, la juez de Estepona imputó a la mujer de González y al testaferro profesional que era el titular de la casa. También cursó las pertinentes comisiones rogatorias a Reino Unido y EEUU pero se topó con un obstáculo: la Policía de Málaga las enviaba sistemáticamente a la dirección equivocada. Algo que se podría entender en la Comisaría de Albacete pero no en la de la capital de la Costa del Sol, que está acostumbrada a estas peticiones de auxilio judicial. Más que nada, porque la zona es refugio de toda clase de delincuentes de alto standing: ingleses, irlandeses, rusos, franceses, alemanes e italianos.

La Fiscalía Anticorrupción de Málaga, que empezó con un ímpetu encomiable, terminó arrastrando los pies por órdenes de arriba. Había que proteger al soldado González y González, costase lo que costase, cayera quien cayera. La Policía fue invitada por su director general, Ignacio Cosidó, a hacer tres cuartos de lo mismo. La investigación durmió el sueño de los justos, el protagonista se las prometía muy felices y aquí paz y después gloria. Olvidaban que en este país la inmensísima mayoría de los jueces y fiscales es gente honrada, abnegada y profesional hasta el paroxismo. Y le pillaron, vaya si le han pillado. Ha ocurrido lo que en todos los periodos de desgobierno: que jueces y fiscales aprovechan para hacer lo que antes no les permitían al sentir la bota del poder cerca del gaznate.

La peor moraleja de toda esta historia es cómo en la España del siglo XXI, en la España de las redes sociales e Internet, aún hay quienes desde el poder político piensan que se puede torcer la voluntad de Doña Justicia. Peor aún: cómo se puede insultar de manera tan repugnante a nuestra inteligencia. Cómo se nos puede llamar tontos a la cara con tamaña desvergüenza como hizo, para empezar, el propio González y González. Aún me abochorno en rostro ajeno al recordar cómo legiones de periodistas defendían el dúplex y la moralidad del pollo cantando como cantaba a 7.000 kilómetros de distancia (los que separan Guadalmina de Delaware). Lo peor de todo es, ya digo, cómo el multimillonario González y González nos vendía la moto sin que casi nadie rechistara. Pocas veces hubo una corruptela más clara y pocas veces tantos hicieron tanto por taparla o por mirar hacia otro lado por canguelo o por razones crematísticas.

La otra lección que se extrae de todo esto es la parsimonia con la que el PP ha reaccionado sistemáticamente a corruptelas de marca mayor. Como bien subrayaba ayer el gran Antonio Miguel Carmona al hilo de esta mangancia, la pasividad ante los casos de corrupción es de alguna manera colaboración con la corrupción. Pasiva pero colaboración al fin y al cabo. De los polvos de no haber actuado hace cuatro años con este sujeto malencarado vienen estos lodos. Y no será porque algunos, como mi paisano Jaime Ignacio del Burgo, no lo avisaron. El ex presidente de Navarra reclamó en 2014 a la cúpula del PP la creación de sendas comisiones gestoras en el PP de Madrid y en el de la Comunidad Valenciana. Le tomaron por el pito del sereno o como si fuera un boxeador sonado. Y así les va en estas dos comunidades, con el partido patas arriba y ardiendo como la Roma de Nerón. Alguien olvidó que cuando un escándalo con tantas pruebas como éste ve la luz lo mejor es actuar ipso facto. Lo contrario conduce a una gangrena lenta pero inexorable. Y al final no queda otra que amputar el miembro infectado.

Con todo, lo peor es que el mal llamado ático de González (en realidad, es un dúplex) es el chocolate del loro. O mejor dicho, una onza u oncita. No me gustaría estar en el pellejo de esa gran esperanza blanca del PP que es Cristina Cifuentes. Lo peor para esta persona que vive de alquiler y que ha visto arruinarse a su marido está por venir. Nada me gustaría más que equivocarme, pero me temo que a esta política que está en las antípodas éticas del pájaro González y González le va a tocar comerse marrones ajenos en los cuales su responsabilidad oscila entre cero y ninguna. Que Dios, si existe, la pille confesada. Estoy seguro que el destino la sonreirá. Ni es arte ni nunca fue parte de un PP que apesta.

PD: el título de esta columna va dedicado al mejor reportero que he visto en mi vida, que el jueves presentó la magnífica biografía que le ha escrito el no menos magnífico Vicente Ferrer. Va por ti, Súper.

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