Mis dos héroes
Cuando el 15 de octubre de 2016 Óscar Arenas, teniente de la Guardia Civil, y Álvaro Cano, sargento, fueron a tomar algo al bar Koxka de Alsasua seguro que no auguraban ni por lo más remoto que iban a vivir el peor día de su vida. El buenismo mediático y político imperante sostenía y sostiene que ETA ya no existe, que “la paz ha vuelto al País Vasco y Navarra” y que los “chicos errados” de la banda terrorista son ahora poco menos que la reencarnación de Mahatma Gandhi. Ese repugnante embuste se nos ha metido o intentado meter en el coco a fuerza de repetirlo goebbelsianamente mil veces. Tal vez por eso, seguramente también porque tenían instrucciones de hacer vida normal, el teniente, el sargento y sus parejas optaron por pasar la noche en uno de los establecimientos más normales de un pueblo, Alsasua, que de “normal” tiene lo que yo de cura. Suscribe esta última afirmación alguien que es navarro hasta las cachas, que conoce esa bellísima zona a la perfección y, obviamente, no toca de oídas.
Alsasua es una más de las numerosas localidades de España donde impera la Ley de Lynch, de esos pueblos dejados de la mano del Diablo por el Estado de Derecho, de esos territorios en los que el nacionalfascismo imperante actúa con la misma impunidad con la que Cosa Nostra se desenvuelve en Sicilia, la ‘Ndrangheta en Calabria y la Camorra en Nápoles. Lugares en los que vives con cierta seguridad si no eres funcionario del Estado, agente de Policía, de la Guardia Civil o militar y no osas levantar la voz contra el imperio del mal. Alsasua es, para más señas, el punto donde nació Herri Batasuna en 1978, lo cual contribuye a calibrar más allá de toda duda razonable de qué estamos hablando. Alsasua es Hernani, Rentería, Echarri-Aranaz (olé eterno por ese otro clan de héroes que son los Ulayar), Ordicia o Mondragón. Alsasua es, salvando las distancias, Olot, Vic, Gerona, Manresa o Ripoll. Porque si bien es cierto que allí no han asesinado a nadie, no lo es menos que la libertad es un imposible físico y metafísico porque el Estado de Derecho ni está ni se le espera. El nacionalfascismo manda y los demás a decir “sí bwana” o, como mínimo, a callar si no quieren que les revienten la cabeza.
Aquel sábado empezó con esa “normalidad” que nos mete a capón en el cerebro la izquierda socialpodemita mediática. Malas caras, muy malas caras, pero nada más. Hasta que uno de los más grandes hijos de puta de la localidad, Jokin Unamuno, les preguntó si eran “pikoletos o maderos”, expresión despectiva con la que esta gentuza suele referirse a los policías y a los guardias civiles. Los aludidos otorgaron callando, entre otras cosas, porque conocían perfectamente que el tal Unamuno era nieto de un miembro del Cuerpo, sabía quiénes eran y, consecuentemente, no había disparado dialécticamente al matorral. Todo se torció definitivamente cuando llegó el matón alfa con apellido maketo, Oihan Arnanz, y les soltó la frase que a modo de espita activó el ataque terrorista en forma de furibunda paliza: “¡Sois unos txakurras [perros en vascuence] tenéis que morir!”.
Segundos después, les arrojaron un vaso de ésos de chupito a la cara y volvieron a hacer como si no se hubieran enterado. Casi sin solución de continuidad les comenzaron a apalear formando acto seguido entre 25 matones lo que se denomina el “pasillo de la muerte”. Les propinaron puñetazos en el rostro, en la espalda, en la entrepierna y las extremidades inferiores. No hubo zona del cuerpo que no resultase magullada. Los escupitajos se contaron por docenas. El viernes tuve el privilegio de conocer a Óscar y Álvaro en el Círculo Ahumada y puedo decir que son dos armarios cuyos brazos parecen las piernas de un ciudadano normal. Los mierdas batasunos tuvieron que ir en Manada porque sobra decir que uno a uno no tendrían coraje para enfrentarse a ninguno de los dos agentes. Los sacaron a la calle y allí les estaban esperando otros 25 hijos de Satanás para rematarlos en el suelo. Los patearon a modo y manera al igual que a sus compañeras. Por cierto: aún estoy esperando que las asociaciones feministas condenen la brutal agresión a estas dos mujeres.
Lo más indignante: 42 de los 50 autores de un acto más propio de Corea del Norte que de un país democrático se fueron de rositas
Las lesiones fueron de padre y muy señor mío. El peor parado fue el teniente al que destrozaron de una patada la tibia y el peroné, además de dejar su cara como un cristo con lesiones de las que tardó meses en recuperarse. Su pareja y la de su subordinado sufren hoy día, dos años y un mes después, pesadillas nocturnas. Especialmente, María José, la novia de Óscar, paisana de Alsasua, que tuvo que huir de su pueblo, no volver nunca más y contemplar impotente cómo hacían la vida imposible a sus padres, que regentan un bar en el que hace medio año figura un elocuente cartel: “Se vende”. Lo más indignante de todo es que 42 de los 50 autores de este acto más propio de Corea del Norte que de un país democrático se fueron de rositas. El miedo es libre y nadie se atrevió a ir más allá del atestado de la Policía Foral. Dios quiso que nuestros héroes fueran desarmados porque si en medio de la tunda desenfundan la pistola y disparan en legítima defensa los condenados hubieran sido las víctimas y sus sádicos verdugos habrían sido presentados como mártires ante la opinión pública. Así funciona este tan buenista como adormilado Estado de Derecho. Cuando cualquier persona y la mayor parte de los juristas entienden que si 50 salvajes te están pegando una paliza de muerte lo normal es echar mano del arma para ahuyentarlos.
Por no hablar de la decisión de la Sección Primera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional que no calificó de “terrorismo” lo que sí que era terrorismo para ese magnífico fiscal que es José Perals. Un sinsentido teniendo en cuenta que sí hubieran sido condenados por terrorismo si las lesiones a los dos agentes y a sus novias se hubieran producido por un coche bomba, por poner un ejemplo. ¿O es que acaso no es terrorismo pegar una paliza entre 50 a dos guardias civiles para que se vayan del pueblo? Las tres acepciones de la Real Academia coinciden milimétricamente con lo sucedido en Alsasua: “1.-Dominación por el terror / 2.-Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror / 3.-Actuación criminal de bandas organizadas que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos”. Como diría aquél, no hay más precisiones, señoría.
Óscar y Álvaro representan lo mejor de lo mejor de una Guardia Civil cuyos valores, al igual que los de la Policía y el Ejército, simbolizan lo mejor de lo mejor de este gran país que todavía continúa siendo España mal que les pese a los Otegi, Iglesias, Puigdemont, Barcos y demás malajes que se quieren cargar nuestra democracia, nuestra libertad, nuestra convivencia, nuestra historia, y nuestros derechos civiles. Óscar y Álvaro son diez mil veces mejor ejemplo para nuestra juventud que los futbolistas de turno o los raperos de guardia. Las virtudes que les adornan, sacrificio, honradez, lealtad e insobornable respeto a la ley, deberían ser parte del material didáctico de nuestras escuelas. Claro contraste con los libros de texto que se emplean en Almería en los que se cuela de matute la imagen de un tipo idéntico a ese Pablo Iglesias financiado por dos dictaduras terribles.
Siempre que hay problemas, ahí está la Guardia Civil dispuesta a dar su vida para salvar la del prójimo
En nuestras aulas deberían enseñarse los valores y los principios que adornan a la Guardia Civil. Menos propaganda basuresca socialpodemita y más ética, más decencia, más lealtad, más sacrificio y más respeto a nuestras leyes. La Guardia Civil es Óscar y es Álvaro pero son también los 230 compañeros asesinados por los padres intelectuales de los matones de Alsasua. Beneméritos son los agentes que se fueron a San Lorenzo a salvar vidas en medio de una riada infernal. Ciudadano moralmente superior es Juan Francisco Lozano, que falleció apuñalado hace tres semanas en Don Benito al intentar poner paz en una pelea. Y personas superlativas son los guardias civiles que fueron en socorro de decenas de miles de vascos durante las terribles inundaciones que asolaron al País Vasco en 1983 o los tenaces 50 armarios que levantaron la prensa hidráulica de una tonelada bajo la cual malvivió Ortega Lara 532 días. Al igual que los GRS que participaron en el despliegue para evitar el golpe de Estado del 1-O y que hace dos semanas fueron dejados a los pies de los caballos por unos magistrados incalificables de la Audiencia de Barcelona.
Me dejo a miles de agentes anónimos cuyas heroicidades nunca saldrán en los periódicos y con los que los españoles de bien tenemos una deuda eterna e impagable. Siempre que hay problemas, ahí está la Guardia Civil dispuesta a dar su vida para salvar la del prójimo. Incluida la de un Pablo Iglesias cuyo cavernícola odio al cuerpo le llevó a recibir en el Congreso a los familiares de los terroristas de Alsasua.
Manda huevos que los 85.000 guardias civiles y los 78.000 policías nacionales continúen cobrando un 20% menos que los ertzainas y que esos Mossos que incumplieron su deber legal el 1-O. Claro que a Sánchez, y no digamos a Iglesias, les pone más dar pasta pública a los autores del golpe de Estado que a quienes trataron de evitarlo por orden judicial, les parece más decente y progre sentarse con los jefes de ETA que con las víctimas del terrorismo.
Todos somos Óscar y Álvaro. Todos debemos ser como ellos. Como esa Guardia Civil fundada por un prohombre navarro, el duque de Ahumada, que continúa haciendo honor a ese maravilloso himno que termina con 19 palabras que no podemos ni debemos olvidar: “Viva España, viva el Rey; viva el orden y la ley; viva honrada la Guardia Civil”. Semper fidelis.
PD: me resisto a terminar este sermón dominical sin recordar a Inmaculada Fuentes, madre del teniente Óscar, auténtica madre coraje de las víctimas de este nuevo episodio de terrorismo. Su maravillosa dialéctica y su infinita decencia son otro ejemplo de que no está todo perdido.
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- Eduardo Inda