Los ministerios de Educación y Universidades y la actitud de la cigarra

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Todos conocemos la fábula de la cigarra y la hormiga, encontrando, primero, la de Esopo y, después, las adaptaciones de Jean de la Fontaine y, más conocida en España, la de Samaniego, que, junto a Iriarte, fue uno de los dos más grandes fabulistas españoles.

Como digo, todos conocemos cómo la hormiga hacendosa trabajaba durante el verano para procurarse el sustento para el frío invierno, mientras la cigarra se dedicaba a holgazanear durante el período estival, sin preocuparse por la llegada del rudo frío tras el otoño. Desgraciadamente, en muchos casos una multitud de personas adoptan la actitud de la cigarra, dejando asuntos pendientes para más adelante o no siendo previsores acerca de las circunstancias que pueden darse en el futuro.

Pues bien, ésa parece que ha sido la actitud de los ministerios de Educación y Universidades en lo referente a la preparación del curso escolar 2020-2021. Desde el accidentado último trimestre del curso pasado debido al cierre generalizado al que se sometió a la economía y a la población española y, con ello, a la rama educativa en cuanto a su carácter presencial, las autoridades de ambos ministerios, que han de marcar la pauta para que las regiones puedan gestionar sus competencias en dichas materias, no han hecho absolutamente nada, salvo unas vagas indicaciones en los meses de junio y julio que no despejaban ninguna incógnita.

De esa manera, ha dejado pasar casi todo el período no lectivo entre ambos cursos sin dictar ninguna instrucción o dar, al menos, una serie de pautas y recomendaciones, y no será porque el actual Gobierno de la nación no tenga querencia por intervenir en la vida de todos nosotros, porque, aparte de su orientación intervencionista habitual, desde que se decretó el estado de alarma hasta ahora ha promulgado una catarata normativa que ha invadido e invade nuestro espacio de libertad. Sin embargo, a estas alturas no ha resuelto cómo puede iniciar el curso escolar y universitario.

Ahora, con todo este tiempo precioso perdido, en lugar de convocar de inmediato un consejo interterritorial que aclare esta circunstancia, lo aplaza, en los ámbitos escolar y sanitario, hasta el día veintisiete, a escasos días del comienzo del curso, en una muestra de desistimiento de sus funciones, desidia y caos organizativo. En el ámbito universitario, todavía hay un horizonte menos claro, aunque el retraso en el inicio del curso en la educación superior da algo más de margen, aunque insuficiente. Como la cigarra, el Gobierno -y, en especial, estos dos ministerios- ha pasado todo el verano cantando y holgazaneando y ahora se encuentra con un importante problema sobre la mesa. Las pocas opiniones que emitió al comienzo del verano fueron descabelladas, al proponer una separación de los alumnos con la distancia marcada de metro y medio, cuando ni hay espacio físico para ello ni profesores para dividir los grupos.

¿Qué van a proponer ahora? ¿Que a partir de cierto nivel los alumnos tengan una parte presencial y otra no presencial o que la presencialidad se realice por turnos? Eso es contraproducente, pues jamás una clase se imparte igual en dos momentos distintos, los ritmos puede que no sean los mismos y, por tanto, el avance de los grupos, tampoco. Por otro lado, la enseñanza debe ser presencial, porque es la mejor manera en la que se garantiza el aprendizaje, especialmente a nivel escolar. Cualquier otra medida irá contra la formación de los alumnos, que pueden acumular un retraso formativo considerable que lastre su desarrollo académico y profesional posteriores. Además, si en una familia hay hermanos en los dos segmentos de edad, si se adopta esa diferencia por edades, uno podrá ir al colegio y otro no, pero eso no elimina la posibilidad de contagio, al acudir los pequeños al centro escolar, con lo que, para no minimizar riesgos, mejor que acudan todos.

No parece lógico que si los niños y jóvenes pueden jugar juntos en un parque, hacer deporte juntos en un gimnasio, calle o playa, o tomar bebidas y alimentos juntos en una terraza o en un bar, en muchos de cuyos casos están exentos, al menos en determinados momentos, de llevar mascarilla, no puedan estar sentados juntos con mascarilla permanentemente, salvo en el comedor, en su pupitre. No tiene ninguna lógica. Ninguna.

Por otra parte, si los alumnos no van a clase, como lo normal es que sus padres sí que tengan que ir a trabajar -y cuanto más se alargue el llamado “teletrabajo” más se resentirá la economía, por ejemplo, a través de la hostelería, pues nadie bajará a tomarse un café o a comer-, ¿con quién se quedarán los niños de menor edad? Obviamente, en una inmensa mayoría, con sus abuelos, que constituyen un grupo de riesgo. Es decir, que se estaría exponiendo más a quienes sufren con mayor fuerza la virulencia del virus, frente a la baja agresividad que tiene con otros grupos de edad, tal y como se desprende de los datos que proporciona el Ministerio de Sanidad.

Y si se permite que vayan al colegio los alumnos más pequeños y que se queden en casa los mayores, en primer lugar, a estos últimos se les perjudica en su aprendizaje en etapas ya más importantes de su formación; en segundo lugar, que los adolescentes pasen gran parte de su día solos no parece la mejor manera de incentivar el estudio y el aprendizaje, aunque siempre habrá excepciones, por supuesto, pero con esa edad se necesita una buena supervisión constante.

Mención aparte -y como paréntesis- merece la actitud de oportunismo político, sin ninguna razón de ser, de los sindicatos convocando una huelga en la etapa escolar de la educación pública, bajo pretexto de que se pone en riesgo su salud y la de los alumnos. Además de ser esto falso, de creer ellos mismos en lo que dicen convocarían dicha huelga contra el Ministerio de Educación, que es quien no cumple con su labor de dar instrucciones, pero lo hacen contra la Comunidad de Madrid y sólo contra esta región, porque no soportan que siga gobernando el PP. No es momento de dicha huelga ni hay motivos para ello, pero, además, se les nota demasiado su odio al convocarla contra la región madrileña. En su día, cargaban contra la presidenta Aguirre todos los días y ahora lo hacen contra la presidenta Díaz Ayuso, sin motivos ni entonces ni ahora, salvo el rencor que tienen enroscado en su cuerpo por no haber logrado la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Si muchos liberados sindicales en el ámbito sanitario se negaron a suspender su tiempo para funciones sindicales y ayudar en sus puestos de sanitarios en lo peor de la pandemia, qué podemos esperar de sus compañeros del sector educativo: absolutamente nada, pero sería de agradecer que, al menos, no entorpeciesen. Si su puesto de trabajo estuviese en juego, como el de tantas familias zarandeadas por esta crisis, no se atreverían a perder el tiempo con esta pantomima.

Crecen los contagios, es cierto, y a un ritmo similar en número al de la época del estado de alarma, pero los fallecidos diarios se quedan en el entorno del 3% de los que había entonces, con lo que el virus no está resultando ahora ni de lejos tan letal, gracias a Dios. Por otra parte, si el número de contagiados ahora es igual, en media al de aquel período, no lo es en proporción sobre test realizados, pues entonces apenas se hacían en contraposición con el aumento de pruebas que ahora se hacen. Por tanto, no es comparable.

Al ser, además, la mayoría, asintomáticos o con infecciones muy leves, la sanidad no se está colapsando, que es el principal elemento que multiplicó en España las muertes por cinco o por seis. Adicionalmente, ahora se conoce mejor el comportamiento del virus y la manera de reacción, mientras que en primavera hubo que recurrir mucho al “prueba y error” para ir aplicando los tratamientos más adecuados. Por tanto, la situación no parece que sea la misma, al menos, en estos momentos. Es decir, no es un momento dramático como en primavera, pero la sensación que se transmite desde las administraciones es de pánico.

Es obvio que si nos encerramos todos y no volvemos a salir hasta que haya una vacuna y un tratamiento eficaz, disminuirán los contagios, pero esa opción no puede ser válida, porque habría menos contagios pero, a la par, nos encontraríamos con una inmensa ruina y con una generación con su formación disminuida. Hay que ser prudentes y no se puede bajar la guardia hasta que no exista una vacuna -y cuando exista, seguirá habiendo contagios y algunos fallecimientos, pues hay vacuna de la gripe y todos los años hay personas que se contagian y algunas que, desgraciadamente, fallecen por ello-, pero hay que retomar la actividad empresarial, laboral y educativa, respetando las medidas básicas para evitar lo mejor posible la propagación del virus, pero con determinación para recuperar la normalidad. Lo mismo debería aplicarse en el ámbito universitario: prudencia pero retorno presencial con mascarilla, o será otro curso en gran parte en blanco.

Mucho me temo que, al final, se impondrá un exceso de regulación, las clases no volverán a ser presenciales al cien por cien hasta que no haya vacuna y se perderá, en la práctica, otro curso académico, pero esa solución no habrá sido adoptada ni racionalmente ni buscando la eficiencia, sino como el remedio equivocado y contraproducente por no haber sabido gestionar bien la situación, tampoco en este ámbito, y es más, de ser así, su adopción también estará motivada por querer pasarse ahora donde antes no llegaron a tiempo con medidas ágiles y tempranas que hubiesen evitado, a buen seguro, las duras medidas posteriores, el colapso de la sanidad y muchos de los fallecimientos y la gravísima crisis económica a la que nos lleva el actual Gobierno de la nación con su actitud de la cigarra.

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