La memoria de Gregorio Ordóñez destroza a Sánchez

Sánchez
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

El miércoles, sesión parlamentaria primera de 2025, fue todo lo sabido: dos derrotas clamorosas del Gobierno y una victoria propiciada inteligiblemente por el Partido Popular. Esa mañana subió al estrado del Congreso para confirmar el apoyo al Gobierno de su grupo, la delegada de los ex terroristas de Bildu, creo, Mertxe Aizpurua, ahora convertida en vocera del escudo social y de los derechos humanos. ¡J….! Fuera del edificio una persona se quedó estremecida. Me llamó. «Esta mujer (dijo «tia») fue inductora del asesinato de Gregorio Ordóñez en enero de hace treinta años». Y continuó: «Sus famosas dianas en el periódico etarra EGIN, eran anticipos de muchos asesinatos». Me quedé con la copla, no menos dolorido que mi comunicante, vasco exiliado desde hace años por España, y a continuación, escribí un mensaje a uno de los tres portavoces del PP que estaban interviniendo en el Pleno. Decía estrictamente así: «Decid algo de Gregorio Ordóñez que fue amenazado por Aizpurua, la socia de Sánchez. Un horror». Un horror y una decepción por mi parte que hubiera querido -supongo que como el resto de los españoles decentes- que alguno de estos diputados del PP, al contestar a la coalición del PSOE con los citados de Bildu, hubiera encontrado un agujero retórico para recordar delante de los parlamentarios proetarras el vil asesinato de Ordóñez el 23 de enero de 1995. Cuarenta años atrás.

Conozco que el PP ha realizado varios actos para acordarse públicamente de su correligionario asesinado hace ahora treinta años, pero se me antojan cortos de extensión. En la siniestra historia de las ejecuciones villanas de ETA hay cuatro especialmente singulares para el conocimiento político: la del propio Ordóñez; antes, la de Juan de Dios, Doval, UCD, que -perdón por el particularismo- viví en primera persona; desde luego la muerte en diferido del pobre Miguel Ángel Blanco; y finalmente, la de Fernando Buesa, acaecida el 22 de febrero del 2000. Esta última pasa prácticamente desapercibida todos los años, sin recuerdo, porque su partido, el PSOE, del que fue gran dirigente, la tiene conscientemente olvidada.

Para el sanchismo traer a colación los crímenes de la banda asesina, no está de moda, es algo francamente inconveniente por una sola razón: por sus aliados, los cinco bilduetarras a los que debe la Moncloa. Se han convertido en sus cómplices. O al revés, dicho en romón paladino: Sánchez es cómplice de Bildu y más concretamente de la mencionada Merche Aizpurúa.

Conocí personalmente a Gregorio Ordóñez en 1990. Era por entonces un joven, muy joven, militante (a su manera) del Partido Popular que destacaba por su enorme popularidad en muchos rincones de San Sebastián. El PP estaba disminuido en el País Vasco porque ETA le había zurrado la badana sin piedad alguna. Afiliarse entonces a ese partido era -me lo dijo Merino, un militante alavés- una «condena sin fecha fija». Aun así una pléyade de casi adolescentes se unió a una formación que defendía España, y, además, su propia tierra. Así era Ordóñez, al que muchos de los que le rodeaban le tildaban de atropellado y temerario. Alguna razón guardaban porque Ordóñez era un ciclón político, de una estirpe propia que quizá se terminó con él. Hablaba a borbotones cuando el asunto lo requería y pausadamente cuando deseaba que todo el mundo entendiera lo que él quería decir. Pronto destacó y fue ascendiendo en la escala de los dirigentes. Fue concejal, luego primer teniente de alcalde, y finalmente resultó escogido candidato a la Alcaldía de su capital para las elecciones de aquel tiempo.

En ese momento pude hablar con él. Estaba seguro de ser el próximo alcalde y las encuestas propiciaban este adelanto. Se mojaba en todos los barrios y nunca presencié en él síntoma alguna de miedo. Chulo a su forma, aseguraba que los etarras no eran precisamente Einstein y que para matarle primero tenían que encontrarle. ¿Por qué? Porque casi nunca se sabía por donde andaba. Era un provocador político porque no callaba ni una sola de sus ideas. ETA, Mayte Aizpurua, su escribana, sin embargo, siempre le tuvo localizado porque él se comportaba como un tipo normal, de la calle, de los que acuden en San Sebastián a potear en sus lugares, bares preferidos. El 23 de enero en La cepa, donde acudió a comer apresuradamente, entre otros, con su ayudante a la sazón María San Gil, para luego, muy pronto, regresar al trabajo con conciudadanos. Allí, en la tasca, le asesinaron tres pistoleros, los tres al mando de García Gaztelu, Txapote, el kapo, porque era y es un nazi, y él lo sabe. Entre él y Lasarte, un imbécil luego detenido porque se paseaba en San Sebastián en bicicleta como si fuera un ciclista más, acribillaron a Ordóñez. Allí, en esa taberna, murió una gran parte de la libertad del País Vasco.

El PP ganó las elecciones; consiguió algo más del 23% de sufragios con un candidato, sustituto de Ordóñez, Jaime Mayor Oreja, con el que, a decir verdad, Gregorio había mantenido más de una diferencia. No gobernó el PP y se llevó el gato al agua el PSOE, Odón Elorza, que había reaccionado al asesinato de Ordóñez atizando patadones a las papeleras. Más tarde Elorza fue y vino y al final se marchó del Congreso de los Diputados, disconforme con las políticas miserables de Pedro Sánchez, el coligado de los herederos de ETA. Si tuviera un ápice de conciencia, la Memoria de Ordóñez perseguiría a Sánchez de por vida.

De Ordóñez ha quedado algo más que su descomunal rastro político: ha quedado, y esto no es un tópico, su enorme valor personal, y el entusiasmo por una causa que él citaba recordando a Adolfo Suárez: «Hacer normal lo que a nivel de calle es normal». En aquel, 1995, año del magnicidio, lo que transpiraban las avenidas de San Sebastián era un cambio de modelo y vida, o sea, el triunfo previsible de un muchacho nacido en Caracas y alcalde que quiso ser de su pueblo de acogida. Menos mal -lo digo con enorme sorna- que de vez en cuando nos viene a la memoria alguna conmemoración como ésta, sobre todo para abofetear a sujetos como Pedro Sánchez, el socio de Bildu, que exige que ETA pueda despacharse con un desdeñoso «ya está bien de aquello, ETA ha dejado de matar». Ahora los horrores de ETA quieren disimularse con los recuerdos, ciertos o inventados, de Franco. Pero a ETA siempre le importó un bledo el general; la prueba es que mató más después del 75 que a continuación; a ETA le producía espasmos carotídeos el futuro, que gentes como Ordóñez les dejaran pacíficamente sin la merienda. Exactamente como había hecho ya el héroe Gregorio Ordóñez, el que una mañana lluviosa de su ciudad me reveló: «No puedo volverme atrás, ETA me querría matar igualmente». Su memoria arrasa la desvergüenza de Sánchez.

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