La marquesa de Pickman

Coqueta, graciosa y seductora, desciende de la Reina gobernadora María Cristina de Borbón y, como ella, es una mujer de singular atractivo. Posee, al lado de su efervescente alegría y su contagiosa vitalidad, el valor que da la comprensión de la naturaleza humana. Su celeste mirada franca y afectuosa, de brillo feroz, es la antesala de una simpatía desbordante y desbordada, que convive con una pasmosa serenidad en los trances difíciles, sin perder nunca el dominio del teatral juego social.
Hija de un ingeniero metalúrgico y de una carismática coleccionista de mantones de Manila, María Mercedes Sánchez-Trillo y Muñoz tiene muchos logros conseguidos. Estudió Bellas Artes, especializándose en la restauración de la madera, y ha trabajado para Patrimonio Nacional. Le preocupa el atavío del cuerpo, pudiéndose incluso perder entre encajes, plumas y volantes. Y no por ello se quita los pantalones en el campo, cuando tiene que poner firme a los trabajadores; ni le importa mancharse de tierra, cuando cuida con diligencia el jardín de su finca portuguesa.
Su marido, Carlos Felipe Pickman de Vasconcellos Marques, VI marqués de Pickman, murió hace cinco años. Su suegra, que nunca fue marquesa, cuando almorzaba pollo frito con Don Juan en el Club de Golf de Estoril, le decía: «Nosotros dos, en el exilio y jamás ostentaremos un título». A lo que el abuelo de Felipe VI contestaba muy serio: «Además de verdad, Mari». El gusto regio por los fritos continuó protagonizando nuestra divertida charla de hace unos días. «Cuando Don Juan Carlos estuvo en casa, había preparado unos canapés estupendos, pero le llegó el olor a pescaíto frito de la Puerta de la Carne y tuve que mandar a la chica a comprarle un par de cartuchos».
Esta mujer, romántica y sin complejos, ha recibido en su casa a personalidades de todos los ámbitos, desde Camilo José Cela -pasando por Montserrat Caballé, José Luis de Villalonga o el actor Jeremy Irons- hasta las cantantes Karol G y Shakira. «La primera se subió a un sofá en la biblioteca con su gorra y sus pintas para grabar una presentación para los Grammy Latinos y, cómo sería la mirada que le eché, que se bajó de inmediato. La miré como se mira a los niños del colegio cuando llevan la camisa sucia». Esa valentía visceral que conforma la veta más destacada de su personalidad expone la compostura de su carácter.
Conocí a Merceditas Pickman, Monina, bailando, que es la mejor manera de entablar una relación sin engaños. Vi a una mujer soñadora, sin miedo a penetrar la cueva del león, que se rendía con facilidad ante su desgarrador deseo de vivir intensamente. Propensas ambas a la carcajada fácil y a escribir cartas propias de colegialas, nos entendimos rápido. La pasión por vivir es lo que tiene, que busca a sus hijas entre la multitud, reuniéndolas como auténticas heroínas, con máscaras llenas de encantos.
Sin embargo, de entre todas sus muchas pasiones, su hija Carolina es la que se lleva la palma. Viven en el sevillano barrio de Santa Cruz. «Mi casa es la única íntegramente renacentista de Sevilla. Dueñas, la de los Alba, era un corral de vecinos; y Pilatos, la de los Medinaceli, quitando la portada italiana, está llena de elementos modernos». Como ven, Mercedes no se anda con chiquitas. Detrás de la espontaneidad de su carácter, se esconde un alma muy original, capaz de cualquier cosa. Cariñosa y risueña, está llena de picardía. Una sevillana de raza, a pesar de su aspecto de alemana, que, con entrega y acierto, engrandece el marquesado de Pickman, el único título español otorgado por el esfuerzo al trabajo.