Marcados por el odio
La gala Drag Queen de Las Palmas ofreció un burdo y fantoche espectáculo estético. Burla grotesca y cobarde a la que están sometidos aquellos que profesan la doctrina católica. La “oferta” escénica supuso un ataque a Cristo, a la Virgen y a aquellos que desde su derecho y libertad siguen la doctrina de la Iglesia. Un ataque más al Estado de Derecho tras una inexistente libertad de expresión demolida tras esta nueva embestida. Apareció en el escenario, más cercano a la letrina que al proscenio, un drag crucificado con la corona de espinas y lanzada en el costado, regurgitando estrofas ofensivas junto a una Virgen desnuda y espantajos reconvertidos en nazarenos. Ofensa a los sentimientos religiosos que no es novedosa. Un “suma y sigue” de aquellos que con apoyos y alientos representan un presunto progresismo.
Por orden del Ayuntamiento de Madrid, un autobús contra la transexualidad fue paralizado bajo custodia policial por un posible delito de ‘LGTBfobia’, hecho que fue apoyado por la Delegación del Gobierno, pusilánime y amilanado Partido Popular, vendedor de valores por cuatro migajas de votos. Monseñor Cases, Obispo de Canarias, preguntó si no había límites a la libertad de expresión afirmando que había “triunfado la frivolidad blasfema en la gala”, frivolidad blasfema dentro de un plan preconstituido de ofensa no a los sentimientos religiosos en general, sino a la de los católicos en particular. La Audiencia de Barcelona amparó las ofensas a los católicos por el poema blasfemo de Dolors Miquel indicando que se trataba de “libertad de expresión”, recomendando a los católicos “tolerar las críticas públicas”. La Audiencia de Madrid absolvió a Rita Maestre por el asalto a la capilla de la Complutense en 2011. Y así innumerables ejemplos. La hostilidad contra los cristianos sale gratis en una España decadente de valores donde hechos punibles como el asalto a una iglesia o las ofensas e insultos públicos terminan siendo exonerados por los tribunales.
Pero si alguien se atreviese a irrumpir violentamente en una mezquita musulmana o a realizar perfomances contra estos, sufriría los rigores inquisitoriales de los medios progresistas y liberales. Pero esto último no ocurre. El ataque contra los símbolos de los millones de católicos que hay en España enmascara una profunda cobardía. La cobardía de quienes no se atreven con la religión musulmana, hecho que sería tan reprobable como cualquier otra agresión, cobardía de aquellos que se someten antes que defender los logros de nuestra civilización y cobardía de aquella izquierda progre que tiene miedo a ser acusada de “islamófoba” pero no tiene empacho en agredir los sentimiento de los católicos.
La libertad de expresión tiene sus límites. El derecho fundamental a la libertad religiosa incluye el respeto a los símbolos sagrados y, a su vez, la libertad de expresión protege a cualquiera que quiera expresarse libremente, pero no incluye el derecho a ofender a otros. No hay ninguna Constitución en nuestro entorno que conceda el derecho a ofender a los ciudadanos que profesen otras creencias religiosas distintas a la propia. Un Estado, o las instituciones de éste, que permite por acción u omisión expresiones injuriosas para una confesión religiosa, incumple su función de garante de los derechos fundamentales convirtiéndose en cómplice de quienes los atacan.
Nuestra Constitución concede al derecho a la libertad religiosa un lugar preferente pues aparece recogido inmediatamente después del artículo 15, del derecho a la vida. Nos encontramos ante un escarnio tipificado en el artículo 525 del Código Penal y castigado con pena de multa de ocho a 12 meses, entendiendo jurídicamente éste como la burla tenaz que se hace con propósito de afrentar, una injuria tendente a ridiculizar los sentimientos religiosos. Como indicó el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (20-8-94), «la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión representa uno de los logros de las sociedades democráticas». “Democracia” para la nueva izquierda radical, que antinomia.