Los intocables de Pablo Iglesias

Pablo Iglesias e Íñigo Errejón (Foto: EFE)
Pablo Iglesias e Íñigo Errejón (Foto: EFE)

Respeto tantísimo a la gente que ha votado a Podemos por convicción o por desesperación como detesto a su cúpula, embustera y jeta hasta la náusea. Son una panda de mentirosos como jamás vi en los días de mi vida. No saben de nada pero mienten… de todo y por su orden. Nunca me topé con unos cínicos semejantes. Se inventan los datos de pobreza, los del rescate bancario, los del paro, los de las puertas giratorias, los del PIB (que alguno de ellos llegó a confundir con el IPC), los de los mil y un casos de corrupción que nos asuelan. La mayor parte de las veces actuaban así porque la patraña está en sus genes, las menos porque son unos indocumentados de tomo y lomo. Aún recuerdo cómo Pablo Iglesias aseguró en un debate en La Sexta Noche que el rescate a Bankia había costado «56.000 millones de euros de la Unión Europea que habrá que devolver» cuando en realidad fueron 22.000 del ala. O cómo la multimillonaria Carolina Bescansa (como cualquier otro españolito, va a todas partes acompañada de las dos personas de servicio que cuidan de su hijo mientras ella practica el postureo) me amenazaba con una querella por asegurar que el Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS) era «la Filesita de Podemos». Yo, naturalmente, temblaba. Querella que fue convenientemente aireada por las mesnadas de periodistas podemitas pero de la que nunca más se supo. «Ni siquiera te han dado la posibilidad de emplearla como papel de váter», me apuntaban tan jocosa como escatológicamente algunos de los colaboradores del programa que conduce el gran Iñaki.

Tampoco se han borrado de mi mente los cristos que se montaban cada vez que aludía en La Sexta Noche a las informaciones que habían destapado Antonio Martín Beaumont y Alfonso Rojo al respecto. Ellos fueron los primeros en acometer el puente del Río Kwai, los pioneros en destapar la verdad. Luego desfilamos nosotros con las gaitas, que siempre es más cómodo. Era como cuando a un niño le mientas la bicha y salta a tu yugular cual tigre de bengala. Entre bastidores algunos podemitas se confesaban: «Lo que verdaderamente saca de quicio a Pablo y a Íñigo es que les hables de Venezuela». Bastaba que me dieran esa pista para que yo me pusiera manos a la obra, al estilo del maravilloso Don erre que erre de Paco Martínez Soria. El resultado era el mismo que cuando le recordaba a Tania que ella y su padre habían contribuido con sus votos a que su hermano se llevase 1.400.000 euros públicos del Ayuntamiento en el que ambos eran concejales, Rivas Vaciamadrid. Me mataban con la mirada y se salían de madre.

¿Por qué reaccionaban así? Elemental, querido Watson. Porque era verdad. Como argumentaba el sabio, «no hay que preocuparse por lo que es mentira, sólo por lo que es verdad». Pues eso. Las verdades molestan y las mentiras ni siquiera ofenden porque aluden a una irrealidad absoluta. No había más pruebas que las que habían aportado Martín Beaumont y Alfonso Rojo. Los 3.700.000 euros que Venezuela había dado, traca-traca, a esta suerte de fundación infestada de podemitas, entre ellos, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. No había más. Hasta el diario El País por obra y gracia de nuestro Francisco Mercado dio cuenta de estas corruptelas. Podía mentir Mercado, podía hacerlo Rojo o incluso el bueno de Martín Beaumont, pero no los tres a la vez. Fue entonces cuando, como por arte de birli birloque, los cabecillas podemitas dejaron de negar la evidencia y optaron por un soniquete más falso que Judas: «Eso fue antes de la fundación de Podemos». Y lo repetían cual papagayos Pablo, Íñigo, Monedero, Carolina, Tania, Irene, Rafa Mayoral, Echenique y el interminable etcétera de podemitas que desfilaban. Como si aquello fuera un pecadillo de juventud y como si desde 2013 estuvieran haciendo las cosas bien. Olvidaban los muy patrañeros que Podemos no es una foto fija sino una imagen en movimiento desde una década antes, que es cuando empezaron a trincar pasta a mansalva de la dictadura venezolana.

A otros por diez veces menos les metieron un puro que los dejaron tiesos

Sin los millones previos, Podemos, que es menos espontáneo que una entrega de credenciales diplomáticas, hubiera sido imposible. Física y metafísicamente. Para sufragar campañas en medios, movilizar a gente, alquilar autobuses, sufragar viajes, contratar ejércitos de trolls para dominar las redes sociales y untar a amiguetes influyentes hace falta tela. Mucha tela. Sin esa tela no hubieran pasado de ser unos okupas desokupados que se dedicaban a dar clases en ese microcosmos chavista al que nadie se atreve a meter mano que es Ciencias Políticas. Una facultad que no es precisamente Harvard, Oxford, Yale o Berkeley. No sabían hacer otra cosa… hasta que se les apareció el tío Hugo.

El informe policial sobre la financiación iraní PISA (Pablo Iglesias Sociedad Anónima) que publicó en rigurosa primicia OKDIARIO marcó un antes y un después. Ahí vimos no sólo que a Iglesias le han satisfecho al menos 2 kilazos (cerca de 9 si sumamos toda la trama) en los últimos tres años sino que, además, le costeaban hasta su móvil personal. La manguera iraní le regaba y lo que es más importante, le riega, con lo cual estaría transgrediendo la Ley de Financiación de Partidos. Antes nos habíamos enterado gracias a Enric Sopena de los 425.000 euros que Monedero se metió en el monedero por la patilla de diversas satrapías travestidas de democracia en Iberoamérica. Y también, nuevamente gracias al diario que tiene entre sus manos, hemos sabido que Ecuador le ha sacudido a Rafael Mayoral 700.000 del ala en el último año por unas asesorías antidesahucios que se antojan otro cuento chino. Ni un solo demócrata del mundo mundial les ha echado nunca una mano. Qué curioso. Sólo colaboran con ellos los que meten en la cárcel a líderes de la oposición, los que asesinan a los disidentes, los que ahorcan homosexuales y lapidan adúlteras, los que tratan a las mujeres peor que a un animal, los que cierran periódicos o televisiones críticas y los que dejan vacíos las estanterías de los supermercados.

A los pocos escépticos que aún quedaban les sacamos de dudas en la medianoche del lunes al martes cuando les desvelamos que la dictadura que mantiene en la cárcel a 77 dirigentes de la oposición les ha astillado muchísimo más de lo que nos habían contado. De momento, la historia está lejos de terminar, hablamos de 6.700.000 dólares que les entregó personalmente y con su firma Hugo Chávez Frías. Sumados al chorro iraní estamos hablando de muchísimo más dinero de los 8 millones que se atribuyen al PP en el caso Bárcenas. Dinero que, al igual que la Filesa socialista o la esa Génova 13 en B, era a cambio de nada, «por ser vos quien sois». Los trabajos realizados no son más que meras tapaderas de corta y pega para dar apariencia de verdad y legalidad a lo que es una golfada de manual muy golfo.

Si a mí o a usted, querido lector, nos pillan con las manos en esta masa, nos ponen mirando a Alcalá Meco o a Soto del Real. Sí o sí. No nos libra ni la caridad. Primero, porque importar tanta pasta haría saltar todos los controles del Servicio de Prevención del Blanqueo de Capitales (Sepblac). Segundo, porque no podríamos justificar a cambio de qué nos han dado tantísimos bin ladens, que es como se conoce en jerga a esos billetes de 500 que existen pero nadie ha visto. Y, tercero, porque es un delito de financiación de partidos políticos, seguramente fiscal, tal vez de traición y quién sabe si de sedición… o los cuatro a la vez.

Yo sólo pido que les traten con el mismo rigor que al Partido Popular, a Convergència o al PSOE de Felipe y Alfonso. Ni más ni menos, ni menos ni más. Si aquí no hay tomate, que venga Dios y lo vea. Me temo muy mucho que el miedito que provoca Podemos, formación amparada por numerosos medios, hará que sus señorías miren hacia otro lado mientras silban en dirección a ese cielo que estos intocables quieren tomar por asalto. A otros por diez veces menos les metieron un puro que los dejaron tiesos. Véase Rita. Que, por cierto, tampoco es una santa. Su pitufeo es el de la señorita Pepis al lado de los chicos de la bula papal. De momento, ni usted ni yo, querido lector, somos iguales que ellos a la hora de dar cuentas ante la ley.   

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