Llaman a la puerta

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No tenía intención de hablar del coronavirus, mucho más excéntrico me parece el acceso VIP al CNI que ha regalado Pedro Sánchez a su ‘compadre’ Pablo Iglesias (cuyos lazos con los regímenes bolivarianos están aún por aclarar), o sobre el esperpento constitucional que representa la mesa de diálogo con Cataluña.  Sin embargo, las últimas ruedas de prensa del Gobierno han hecho que cambie de idea. Tras la reunión ayer del Comité de Evaluación y Seguimiento del coronavirus, el ministro Salvador Illa anunció que no iba a anunciar nada. Ante el recrudecimiento de la situación en Italia, el Gobierno y su comité de expertos han decidido reforzar la detección temprana, sin aclarar los nuevos protocolos, pero no tomar medida alguna como filtro de entrada del virus. Ni siquiera se plantean, como ocurre en múltiples países, la toma de temperatura en los aeropuertos, nada. Hay quien argumenta que esta medida carece de eficacia dado que existen pacientes asintomáticos indetectables para los termómetros. Esto es cierto solo a medias. El control de la temperatura es una primera barrera frente a aquellos pacientes que sí presentan síntomas y, por tanto, capacidad constatada de contagio.

Pero es que además se vislumbra cierta descoordinación. Por ejemplo, el País Vasco ha tomado la decisión de bloquear la salida de estudiantes hacia Italia y recomendado el regreso de los que están allí. Un medida, a priori, de puro sentido común. Sin embargo, en otras comunidades autónomas, están dejando la responsabilidad de seguir adelante o cancelar este tipo de viajes a los centros educativos. Asimismo, cada vez más países están imponiendo restricciones a la entrada de pasajeros procedentes de los focos de infección. Aquí, nada. En una Europa a veintisiete voces y tan burocratizada, frente a una crisis como la del coronavirus es más efectivo rezar que confiar en la adopción común de medidas preventivas.

Los partidarios de la calma esgrimen un dato erróneo que me hace pensar en el poco interés que le han dedicado al tema; la gripe mata más. Falso. La tasa de mortalidad de la gripe común es del 0,1 por ciento. Desde un punto de vista estadístico y tomando como referencia el número de afectados por el coronavirus (80.234 personas), si estuviésemos frente a una gripe no estaríamos hablando de fallecidos (en plural) sino “del” fallecido, pero lo cierto es que el coronavirus ha matado ya a 2.701 personas. Como ha explicado la OMS, la tasa de mortalidad varía: China, un 3,4 por ciento; en el brote de Italia, un 3 por ciento; en Estados Unidos, un 0 por ciento; en Corea del Sur, un 1 por ciento; o Iran, con casi un 20 por ciento (datos de contagios muy poco fiables). Sin embargo, según el mayor estudio publicado por China la tasa de letalidad se dispara por encima de los 70 o los 80 años al 8 y el 15 por ciento respectivamente. En España la población española que se encuentra entre los 70 y 80 años es de 3.793.879 personas y, por encima de los 80 años, de 2.864.519. Eso implicaría que, en un escenario de epidemia, 734.000 españoles podrían quedar dentro de esos parámetros.

El coronavirus no es una broma. Es muy posible que vaya perdiendo fuerza con el paso de los semanas, que se convierta en una cepa más de los múltiples virus que circulan cada otoño, como también es posible que la sanidad europea no se tenga que enfrentar a una epidemia como la gripe y sí a una guerra de guerrillas con casos intermitentes de contagios. Pero a las autoridades sanitarias hay que exigirles la máxima diligencia. Aquellos más preocupados por la tranquilidad colectiva que por el análisis concretos de los datos deberían saber que las medidas preventivas adoptadas en otros brotes surgidos en el pasado han contribuido a la tranquilidad de los ciudadanos y a frenar la propagación. El no hacer nada tiene siempre muchos más riesgos.

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