Liderazgos sí, salvo en Madrid

Liderazgos sí, salvo en Madrid

Con la patética performance en que se ha convertido la Diada del 11 de septiembre, se cierra un ciclo político dominado por el presunto «conflicto político catalán» que, en realidad, es el problema creado por unos irresponsables dirigentes políticos que desde la Generalitat organizaron un golpe de Estado 2.0 para conseguir su objetivo de adueñarse de Cataluña, sobre la que creen tener un derecho de pernada, cual derecho divino. Lo que en cualquier democracia —en otros regímenes sobran las palabras— habría merecido un reproche jurídico y político contundente sobre los autores, en España ha supuesto su indulto sin ningún arrepentimiento por su parte y blasonando de que lo volverán a hacer. Por si tal proceder fuera poca infamia, se les convierte en interlocutores privilegiados por parte del Gobierno de la Nación que ellos odian, y cuyo Estado democrático y de derecho violaron con premeditación y alevosía, y por cuyos delitos fueron juzgados y condenados por el Tribunal Supremo.

Pero Sánchez ha entregado en sus manos su personal supervivencia política en La Moncloa, atreviéndose a calificar de «tiempo de la venganza» el de la aplicación de la ley por los jueces, para crear el estado de opinión favorable a unos indultos que no cumplieron para concederlos las más elementales exigencias morales y éticas, sino que merecieron un informe negativo por unanimidad de nuestro máximo órgano jurisdiccional.

Ahora, con la llegada de septiembre y tras la última performance, se reanuda la actividad política ordinaria en las Cortes, y Sánchez la abre pagando una nueva letra que el secesionismo le pasa al cobro para aprobarle los presupuestos: una mesa para dialogar «de tú a tú» acerca de la independencia de Cataluña.

La patética Diada debería bastar para abrir los ojos a quienes se supone tendrían que entender que el que cede a un chantaje, está condenado a seguir preso de él con exigencias crecientes. Y eso es lo que sucede y previsiblemente va a seguir sucediendo hasta 2023. Sánchez está pagando su apoyo con retales de la dignidad nacional y del Estado, al que va desgajando de competencias para saciar el apetito de los de Puigdemont, Junqueras y la CUP. Ante su carencia de una «Idea de España», su política se limita a promover el odio ideológico hacia quienes no comulgan con sus planteamientos y a sus fantasmas homófobos que, al parecer, pueblan el Madrid de Ayuso y Almeida.

Ante este poco entusiasta panorama, la oposición parece estar disputándose el liderazgo de la misma desde aquella desdichada moción de censura que Abascal le presentó a Sánchez, convertida por Casado en una censura contra Vox, su necesario socio de Gobierno a nivel territorial —véase, Madrid, Andalucía, Castilla y León, etc…— y sin el cual no hay alternativa nacional al actual estado de cosas.

Por si ello no fuera lo suficientemente decepcionante, ante el pujante liderazgo de Ayuso al frente de la CAM, el objetivo ahora es promover un conflicto interno en el seno del partido entre los dos líderes en la región —la presidenta y el alcalde Almeida— que permita que Génova —si antes no se materializa su venta o alquiler— sea quien dirija el partido con un gestor o gestora conducido desde el aparato central.

Sería conveniente que el PP reflexionara acerca de la pervivencia de Vox, pese a tantos que auguran su desaparición. Así descubrirían que quizás no es un problema de imagen u otros temas ocasionales, sino una cuestión de principios, convicciones y compromisos asumidos. Por ejemplo: de todo lo relativo al humanismo cristiano, componente ideológico central de los grandes partidos populares europeos surgidos de las cenizas de la última guerra mundial y ahora agostados en un desierto de relativismo moral.

La defensa de la vida, amenazada ya no solo en el seno materno sino también en su crepúsculo, y la protección de la familia como célula básica del cuerpo social, surgieron como respuesta a ideologías totalitarias ahora condenadas por el Parlamento Europeo, que convirtieron al hombre en una mercancía a la que descartar cuando el coste de su supervivencia no era rentable económicamente. Esas amenazas renacen ahora mimetizadas en la ideología de género, cual dogma de la corrección política actual. El test hoy para adivinar a qué y quién sirve un partido político, es su sumisión absoluta a la ideología impuesta por el globalismo. La de género.

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