El laboratorio de Tabarnia
La primera vez que oí hablar de Tabarnia fue en un concierto del chansonnier y artista de cabaret Alfonso Vilallonga, que en un genial speech entre canción y canción disertó, medio en broma medio en serio, sobre la posibilidad de fundar una comunidad que fuera el reverso exacto de la Catalunya del procés, es decir: mestiza, inclusiva, bullanguera… o lo que es lo mismo: española. Porque Tabarnia, en efecto, no es sino un modo de popularizar la defensa de España a través de un meme que ha hecho fortuna por su audacia, sutileza y comicidad. De esa popularidad dio ayer fe la presentación en sociedad de Tabarnia en el Colegio de Periodistas de Cataluña, en lo que tal vez fuera la primera vez, al menos que yo sepa, que un gen cultural —un concepto, en definitiva— es objeto de un bautismo civil.
Dada la naturaleza de la ceremonia, no pudo haber padrino más indicado que nuestro Albert Boadella, primero de los tabarneses o, como gusta decir Cayetana Álvarez de Toledo, el mejor de los españoles, y que en un hilarante discurso evocó algunos de los lugares más descacharrantes, indómitos y delicados de su personalísimo universo —y entre los que no faltó, cómo iba a faltar, su venerado Josep Pla—. La iniciativa ha servido para insuflar a los no nacionalistas un estado de ánimo que, hasta hoy, parecía privativo de sus adversarios. Recordemos, en este sentido, que el independentismo se había embozado en la humorada para presentarse ante el mundo como un movimiento tocado por la limpieza de espíritu o, si se quiere, una cierta beatería cool, en lo que dio en llamarse ‘la revolución de las sonrisas’.
En este sentido, Tabarnia ha acabado con el mito de que el soberanismo es ingenioso y el españolismo tiene el ceño fruncido. En su espejo deformante, se revela a las claras, y de forma asaz jocosa, la inanidad intelectual del nacionalismo, así como la insustancialidad, por no decir inmoralidad, de consignas como «derecho a decidir» o «esto va de democracia». Por lo demás, al nacionalismo ya le preocupaba en tiempos de Pujol la existencia de Tabarnia, que entonces coincidía más o menos con Barcelona, siendo así que una de las prioridades de la política convergente fue la conquista y sometimiento de la capital catalana, menos nacionalista de lo que CiU habría deseado.
De momento, los promotores de Tabarnia se han constituido en plataforma anunciando la convocatoria de una gran manifestación y reiterando que el movimiento al que representan no es ninguna broma, y que llegará tan lejos como pretenda llegar el independentismo. Ni que decir tiene que celebro el éxito de Tabarnia, pero creo que no necesita formalizarse como entidad, pues es una idea reflectante que puede inspirar a todas las entidades que, desde Sociedad Civil Catalana a Impulso Ciudadano o Convivencia Cívica, han propiciado que millones de catalanes salgan del armario. Tabarnia es un instrumento muy útil cuyo valor ha de ser eminentemente disuasorio: un botón nuclear que jamás debería pulsarse, puesto que la responsabilidad política pasa por recuperar el sentido común y trabajar por la unión.