La izquierda feliz con el cierre de X en Brasil

Regímenes como el brasileño aplastan la libertad de expresión

La izquierda feliz con el cierre de X en Brasil

En Estrella de Plata, el celebérrimo detective de ficción Sherlock Holmes deduce quién es el ladrón del caso que investiga porque un perro no ladró, lo que significaba que conocía al criminal. Hoy estamos en un caso similar, viendo a los medios convencionales mirando al tendido mientras regímenes como el brasileño aplastan la libertad de expresión.

Si hay algo que esté radicalmente prohibido por el pensamiento oficial es el viejo instinto humano de reconocer patrones, y así se nos anima a ver todo lo que sucede como un caso aislado. Por ejemplo, el dato estupefaciente de que el presidente del Tribunal Supremo de Brasil deje a más 200 millones de brasileños a la principal red social de información del mundo, X, en respuesta a la negativa de su propietario, el multimillonario Elon Musk, a bloquear ciertas cuentas críticas con el Gobierno izquierdista de Lula da Silva.

De Moraes, que se convirtió en el paladín del progresismo internacional en su lucha singular contra esa amenaza para la democracia que fue el anterior presidente brasileño, el liberal Jair Bolsonaro, tiene ya, al bloquear la red social de Musk el pasado 31 de agosto, el dudoso honor de haber metido al primer país occidental en el selecto club de autocracias que bloquean la red de Musk, junto a Corea del Norte, China, Rusia e Irán. Pero, siendo alarmante, esa no es la noticia principal en todo este asunto.

La noticia aquí es que no se trata en absoluto de un caso aislado, sino de un patrón perfectamente visible a escala mundial en un proceso que se ha acelerado en los últimos meses. Y el perro no ladra, más bien al contrario.

He vivido lo bastante para recordar cómo los periodistas de todos los medios e ideologías saltaban como impulsados por un resorte ante el más tímido intento de censura por parte del poder, pero lo que vemos ahora en muchos de los grandes medios a ambos lados del Atlántico es, cuando no aplausos cerrados a la decisión de De Moraes, al menos el vago mensaje de que «Musk se lo estaba buscando» por su «obsesión» con la libertad de expresión.

Pero para quien no haya perdido la capacidad humana de reconocer patrones no cabe la menor sorpresa. Repasemos, considerando sólo noticias de este mismo año.

El año, de hecho, empezó con una muy reveladora alocución de la presidente de la Comisión Europea, la reincidente Ursula von der Leyen, en el Foro Económico Mundial. En ella, Von der Leyen proclamó la desinformación y las fake news como la principal amenaza que se cernía sobre la humanidad, por delante incluso del dogma sagrado del cambio climático, y pedía abiertamente que se controlara a escala global el flujo de información. «La principal preocupación para los próximos dos años no es el conflicto ni el clima, sino la desinformación y la información errónea», proclamó Von der Leyen, y añadió: «La frontera entre lo online y lo offline es cada vez más fina, y esto es aún más importante en la era de la IA generativa». ¿Más claro?

Su fiel escudero, el presidente del Gobierno español por nuestros pecados, Pedro Sánchez, recibió el balón y tiró a puerta, anunciando en mayo una concreción de la amenaza de Ursula: «Tras las elecciones del 9 de junio procederemos a tomar una serie de medidas destinadas a combatir los bulos y a regenerar la democracia española».

Y no nos va a salvar esta vez el Séptimo de Caballería, porque en la patria de la libertad de expresión, consagrada en la Primera Enmienda de su venerada Constitución, no están mucho mejor. Especialmente si se alza con la presidencia la demócrata Kamala Harris, quien en una reciente entrevista concedida a la cadena amiga CNN, cargó contra la única red social comprometida con la libertad de expresión e información, X. «Elon Musk ha perdido sus privilegios, hay que apartarlo», llegó a decir Harris. «Están hablando directamente a millones y millones de personas sin ningún nivel de supervisión o regulación, y eso tiene que acabar». Y, como una maestrita de guardería hablando a pupilos con necesidades especiales, dividió expresamente el trigo y la cizaña: Facebook, bueno; X, malo.

¿Por qué es bueno Facebook a ojos del establishment? Lo confesó (y aquí el verbo adquiere tonos sacramentales) el propio CEO de Meta, Mark Zuckerberg, en una explosiva carta dirigida al Congreso de Estados Unidos: Facebook cedió a las presiones de los demócratas para censurar información alarmante sobre el covid y las vacunas y, sobre todo, la noticia aparecida en exclusiva en el New York Post sobre el portátil perdido de Hunter Biden, hijo del entonces candidato a la Presidencia.

El portátil de marras no solo revelaba lo que todo el mundo ya sabía, que el vástago de los Biden consume crack como si fueran gominolas y tiene gustos sexuales que rozan el delito. Lo fundamental era la revelación de una trama de corrupción en Ucrania, China y otros países en la que usaba su parentesco para recibir abultadas comisiones. La famiglia Biden se estaba haciendo de oro a costa de la Administración.

El caso es tan grave que no sólo 100 agentes de Inteligencia enviaron a los medios una declaración asegurando que la noticia era mera desinformación rusa, aunque se reconoció como verdadera tras la victoria de Biden, sino que, crucialmente, encuestas realizadas posteriormente revelaron que un importante porcentaje de votantes de Biden se hubieran decantado por la abstención o por Trump de haber conocido el contenido de la noticia. Pero ahí estaba Zuckerberg para salvar el día.

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