Los islamofascistas no pasarán

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El terrorista islámico conocido como Jihadi John antes de degollar una de sus víctimas.

Más allá de la perogrullada que significa colegir que el autor de la última salvajada terrorista escogió deliberadamente el 14 de julio, hay que profundizar en esta siniestra simbología. La Fête de la Fédération, que es como en realidad se llama la Fiesta Nacional de la República, es algo más que una conmemoración local. Yo iría más allá y apostillaría que se trata de la jornada que marcó de verdad el paso del Antiguo al Nuevo Régimen, de la edad de la oscuridad a la de las luces, del dogmatismo a esa Ilustración que Voltaire, Montesquieu, Rousseau y cía venían cociendo desde hacía tiempo. Es, por tanto, una celebración mundial. Sin el 14 de julio no habría democracia ni libertad en Occidente y sin libertad ni democracia es evidente que no podríamos festejar cada año esa Toma de la Bastilla que dio el pistoletazo de salida al fin del absolutismo. Una tarea que costó más de la cuenta porque hubo avances y retrocesos, amén de un sinfín de muertos por el camino, pero que al final triunfó por todo lo alto.

El Estado Islámico manda de nuevo, con más brutalidad si cabe, un mensaje urbi et orbi: vamos a acabar con vuestra libertad sí o sí y os vamos a obligar a viajar en el tiempo 1.000 años. A ese medievo que han conseguido imponer en buena parte de Oriente Medio con la cobarde y no menos exasperante anuencia del mundo libre. A los que hablan del Islam como religión de paz hay que matizarles que eso puede ser teóricamente tan cierto como falso en la práctica. El Corán no deja resquicio a la duda: los primeros escritos sí apelaban al perdón y al amor pero los que fueron sobreponiéndose, y por tanto anulando los anteriores, son un canto a la intolerancia y una indisimulada invitación a la eliminación de los apóstatas. Hablan de paz, sí, pero cuando la Sharia sea la ley vigente en todo el planeta. Hasta entonces, advierten, se desarrollará una guerra santa en la que se apiolarán a todos los que no piensan como ellos.

Me descongojo, por tanto, de los occidentales buenistas que en toda Europa en general y en España muy en particular protegen dialécticamente al Islam por acción u omisión. De todos aquellos estólidos intelectuales que afirman sin ruborizarse que la culpa de estos atentados es de Occidente (y yo, inocente de mí, pensaba que la responsabilidad única del que asesina es del asesino…). De todos los tipejos que culpan de los atentados en París, Niza y Bruselas a Bush, Blair y especialísimamente a Aznar. De todos los desgraciados que mantienen que hay que dejar de intervenir en Irak y en Siria para que así estos hijos de Satanás dejen de asesinar a mansalva en nuestras ciudades. De ese Jorge Verstrynge que pasó del debrellismo (una versión edulcorada del nazismo) a Podemos tras hacer parada y fonda en AP, PSOE e Izquierda Unida. De ese politólogo hispanobelga que con un par aseguraba el viernes en Al Rojo Vivo que el Estado Islámico «no atentará en España si Aznar pide perdón por la Guerra de Irak». Obviando, como obvia toda esta banda, que nuestro país apoyó la contienda bélica pero no participó en ella jamás de los jamases.

Son tan patrañeros que olvidan que Francia no estuvo en la Guerra de Irak y está siendo atacada masiva, sistemática e indiscriminadamente. Son tan embusteros que no reparan en un pequeño gran detalle, que el Estado Islámico no existía en 2003 (se constituye en 2006 con los restos del imperio del mal que lideraba el cojo Al Zarqaui en Irak). Tampoco recuerdan un gran pero pequeño matiz: que Aznar, Blair y Bush dejaron el poder hace mucho tiempo. El primero en 2004, el segundo en 2007 y el tercero en 2008.

Tan o más memos se me antojan quienes sostienen que la culpa de todo es de Occidente por no haber sabido integrar a los musulmanes que emigraron a Europa. «Donde fueres haz lo que vieres», que se decía en la expansiva Roma clásica. En Okdiario estamos tan a favor de la integración como en contra del multiculturalismo. Lo precisamos en nuestro decálogo fundacional para que quede claro de qué vamos. Los que vienen de lejos a ganarse los garbanzos aquí son bienvenidísimos, tan bienvenidísimos como lo éramos los españoles cuando cogíamos la maleta y poníamos rumbo a Francia, Bélgica, Reino Unido, Alemania o Suiza en busca de un futuro mejor. A nosotros nos admiraban por nuestra capacidad de trabajo, nuestra honradez y porque no intentábamos imponer nuestras costumbres allá donde llegábamos. Respetábamos la ley y el status quo, entre otras razones, porque esos países eran entonces moralmente superiores a una España gobernada por un sátrapa. Allá había democracia. Aquí, dictadura. En resumidas cuentas: nos adaptábamos.

Como quiera que nuestra Europa es ética y moralmente superior a los países de los que procede la inmigración musulmana, hay que rechazar cualquier intento de que impongan sus costumbres o su fascistoide sharia. Una sharia que trata a las mujeres como si fueran animales, que insta a eliminar físicamente a los gays y que impone la religión única (la suya, claro está) y pena con la muerte el ateísmo o el agnosticismo. Tienen las puertas abiertas pero si acatan la Constitución, el Estado de Derecho y los derechos civiles. Si no, que se vayan por donde han venido. He de resaltar que la mayoría de estos nuevos españoles se integra sin problemas. Una minoría intenta, y en algunos casos lo consigue, crear guetos donde las leyes y las libertades brillan por su ausencia. Y aunque de largo sean los menos no podemos confiarnos porque una minoría de 2 millones (la población musulmana en nuestro país) pueden ser 5.000, 10.000, 25.000, 50.000 ó 100.000 personas. Mucha gente potencialmente dispuesta a quebrar nuestras leyes, a hacernos pasar por el aro de las suyas y quién sabe si a borrarnos de la faz de la tierra a quienes no pensamos como ellos.

A mí me parece un mal necesario bombardear y exterminar al Estado Islámico. A los que lo critican siempre les salgo con la misma cantinela: «¿Acaso los ciudadanos de Siria o Irak no son seres humanos, ciudadanos y ciudadanas amparados por la Declaración de Derechos Humanos de 1948?». ¿O tal vez hay que dejarlos abandonados a su suerte? ¿Hay que continuar permitiendo que degüellen a los infieles, esclavicen a las mujeres y arrojen al vacío a los homosexuales?

El culpable del maléfico avance del Estado Islámico es el mismo que el de la recuperación económica de los Estados Unidos. Se llama Barack Hussein y se apellida Obama. Su política de apaciguamiento chamberlainiano en Irak y Siria ha dejado el camino expedito a los bárbaros yihadistas. Si se hubiera actuado sobre el terreno cuando empezaron a invadir ciudades en los dos países y degollar a todo quisqui a estas alturas no controlarían casi la mitad de Irak y más de un tercio de Siria. Tampoco habrían perpetrado toda suerte de delitos de lesa humanidad, no hubieran sometido a decenas de miles de mujeres, los homosexuales de la zona seguirían con vida y la segunda ciudad de Irak (Mosul) no estaría en sus manos. Y desde luego tampoco tendrían pie y medio en Libia ni serían el espejo en el que se miran todos los locos del planeta tierra. E indiscutiblemente no se hubiera producido el lógico éxodo de sirios e iraquíes que está colapsando los servicios sociales de media Europa y parte de la otra.

Muerto el perro, se acabó la rabia. Si hubiéramos hecho los deberes contra esta satánica gentuza, el Estado Islámico no existiría o al menos sería una minúscula proporción de lo que es en la actualidad. Ésta será una guerra larga y dura pero se tiene que dar aquí, allá y acullá. A ver si el próximo inquilino de la Casa Blanca se entera. Desgraciadamente, el único que ha entendido la dimensión del reto es Vladimir Putin, que no es lo que se dice un dechado de virtudes democráticas.

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