La insoportable necedad del ser

La insoportable necedad del ser

Hagamos un ejercicio imaginativo de historia-ficción: nos situamos en 2033. Un concejal del PP, de Ciudadanos o de cualquier partido que esté situado dentro de la órbita del centro derecha o derecha liberal, escribe un tuit que reza: «Hoy se cumplen cien años de la llegada al poder de un líder excepcional que capitaneó un maravilloso cambio en la historia de Alemania». De inmediato las hordas digitales que provocan cada día el ruido irreal de una burbuja convertida en oráculo de la realidad, atacan sin piedad, pero con razón, ante tamaño dislate histórico y moral. La izquierda mediática del futuro haría sucesivos programas utilizando el tuit en cuestión para pedir la dimisión y pena de cárcel del ínclito concejal de derecha que osó catapultar a Hitler al Olimpo de líderes de la humanidad consagrada. La oposición política convocaría manifas de repulsa y petición de combate «a la extrema derecha», término aplicable a todo aquello que no es aceptado por la RAP (Real Academia Progre). El tribunal de opinión publica condenaría por fascista al autor de la ignominia. Y todo volvería a la normalidad.

Regresamos al pasado, al momento actual, 2017. No habían pasado ni veinticuatro horas del comienzo de nuevo año cuando el concejal de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Madrid, Carlos Sánchez Mato, publicó el siguiente tuit: «Feliz 2017. Que el centenario de la más hermosa revolución de la historia sea estímulo para la construcción de fraternidad internacional», cerrando su alegato nostálgico con el habitual puño cerrado que simboliza exactamente lo que es y lo que dejó por el camino.

Ni una alusión de la RAP (Real Academia Progre) mediática y política sobre esa exaltación extremista a una ideología y una guerra que propició el inicio de la mayor masacre ideológica en la historia. Los tuits y mensajes de quienes se alarmaron ante la facilidad obscena con la que el concejal Mato honraba la memoria bolchevique, no pasaron de crítica emocionales y condenas políticamente correctas.

Cuenta el profesor Pardo en su obra Estudios del malestar (Premio Anagrama de Ensayo), que el comunismo es ese significante vacío que ha sido llenado de romántico contenido por sus fieles simpatizantes, en contraposición al demonio capitalista, núcleo de todos los males que hay sobre la Tierra. Todavía hay quienes ven utópica la miseria, que consideran alcanzable el silencio de la igualdad. El señor Mato, predestinado por su apellido, debería informarse mejor sobre lo que sucedió en aquella guerra civil, como la definieron historiadores como Beevor o Figes, quién habló en La revolución rusa: 1891-1924 de «la tragedia de un pueblo». Una contienda bélica que se saldó con el triunfo bolchevique acaudillado por Lenin, el teórico que puso los cimientos prácticos de la ideología más mortífera para esa humanidad que sigue en buena parte enamorada por esos efluvios de liberación fingida. Incluso Trostsky escribió La revolución traicionada (1937) para contar, desde su retiro forzado, las mentiras de la propaganda que sus camaradas soviéticos perpetraron. Obras de recomendable lectura, por cierto.

El estímulo al que quizá haga referencia Mato en su perverso tuit es la Nueva Política Económica (NEP en sus siglas en inglés) con la que Lenin incautó sus propiedades a miles de campesinos en aldeas, saqueando sus escasas reservas y expropiándoles de sus únicas posesiones a golpe de hoz y martillo pilón. O el estímulo posiblemente resida en los cientos de mencheviques y compañeros de partido asesinados por la bondad del amado líder al que venera con fruición. Sea como fuere, aquel acontecimiento surgió de una guerra catastrófica, fruto de la decadencia en el liderazgo de un zar sometido por bloques de presión internos y por grupos políticos liberales incapaces de realizar con éxito una transición correcta hacia una democracia de corte occidental. Los bolcheviques, más que representar los legítimos intereses de las masas y de ver colmadas sus peticiones de mejora social y económica con el triunfo, se aprovecharon fanáticamente de los deseos de cambio de la mayoría del pueblo ruso. Como dijo Plejánov, fundador del marxismo ruso, se ha instaurado en Moscú «la dictadura, no del pueblo trabajador, sino de una pandilla».

Pedir que sepa de Historia a quien no sabe ni ejercer con dignidad su cargo quizá sea mucho pedir. Populismo fue la palabra de moda en 2016. Necedad ya es la que simboliza el comienzo de 2017. Sentado el camarada Mato, en pie, famélica legión

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