Insolvencia y mala fe, las armas de un tirano

Pedro Sánchez

La mayor preocupación del sanchismo, cara a las elecciones, es conocer qué subgrupo entre las minorías marxistas, querrá apoyar al farsante a partir de 2023. Tras haber traicionado y vendido a sus socios de coalición, aún sueña con que alguno de esos desechos le mantendrán en el poder, porque sabe que basta regarlos con pasta gansa, para que traguen. En cambio, los nuevos ricos, Iglesias & family, que se forraron con el déspota, lo van a dejar tirado en su actual campaña suicida, permitiéndole que él solo, se estampe contra las urnas. Los morados han obtenido suficiente botín en esta legislatura, como para meterse en otra. Hoy gozan de lo que trincaron ayer y dan alas a las fraudulentas maniobras que harán sus sucesores. Charles Chaplin decía: “La vida es placer” y los marxistas, tras enriquecerse, le imitan y se pegan la gran vida a costa de los tributos que han pagado todos los españoles.

“¿Insolvencia o, mala fe?”. El latiguillo, según la RAE, frase altisonante que se repite innecesariamente, recurso dramático o forzado al que recurren los oradores (de poca monta, como Sánchez) buscando el aplauso fácil, se ha vuelto contra quien lo sacó a relucir. Pues Feijóo, sin alterarse un segundo en el debate del Senado, le dio sopas con hondas al desquiciado, que puso cara de lelo haciendo que se reía. La insolvencia y la mala fe son las armas de este presidente tramposo que ha disparado la deuda pública de España a… ¡1.49 billones!, mientras nos jura que la economía se está recuperando. Eso sí es insolvencia, pura y dura, como mala fe es, volar once veces en Falcon para hacerse fotos de propaganda egotista en la Palma y prometer ayudas a los afectados por el volcán, que vieron como la lava arrasaba sus casas y quedaban a la intemperie, sin recursos, 5oo familias, sin que se cumplieran las promesas, ni llegaran las ayudas. ¿Es insolvencia o mala fe? Las dos cosas juntas. Porque aparte de tener un gobierno permanentemente en crisis y la nación en bancarrota, él es muy mala persona, aunque eso sea lo de menos.

Albert Einstein lo explicó con prodigiosa lucidez: “El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad”. Y en esto, al maniquí, no hay quien le gane. Promueve la pobreza y afirma ser el protector de los pobres. Anima a la población a ahorrar y como bien apunta Graciano Palomo: “Ha montado una banda de gastadores compulsivos”. Exige transparencia y no revela el contenido de su móvil, hackeado por espías magrebíes cuando le regaló el Sahara al rey moro y distorsionó la política exterior de España, enemistándonos con Argelia. Ayer dijo que el PSOE está más unido que nunca y mañana dirá lo contrario, pues es sabido que es un avispero enloquecido. El tirano está solo, ya nadie le cree.

Fíjense si su cerebro está atascado, que no hay psiquiatra ni fontanero que lo desatasque. Dice que ganará las elecciones y en el intento, va a perder nueve autonomías. Gracias a este inútil, la inflación acumulada ya roza el 14%. Y encima, no logra deshacerse de su obsesión: Ayuso, que le gana todas las batallas. Porque la diosa de Madrid puede con los chulos que le echen y más aún, si son cobardes y están zumbados.

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