El infecto comunismo que pretende aniquilarnos

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Si a algún lector le priva cualquier acto de sadomasoquismo blandito, mi recomendación es que no acuda a fustigarse con aquellas cadenas que algunos jesuitas recomendaban a los púberes para frenar sus apetencias onanistas. Hay algo más fácil y físicamente menos doloroso. Psíquicamente es otra cosa, porque quien soporte el abyecto comentario que la vicepresidenta leninista, Yolanda Díaz, ha perpetrado para glosar el Manifiesto Comunista que vomitó el animador de todos los genocidios posteriores, Carlos Marx, puede quedar seriamente trastornado por el cúmulo de embustes, de manipulaciones y de repulsiva grandeza, que encierra este atemporal prólogo que Díaz ha escrito desde su atalaya del Gobierno. No se debe insistir mucho en esta recensión porque atenta incluso a la salud, sólo constatar, de entrada, esta verdad histórica: la mayoría de los partidos, fieles monaguillos de Marx, que han gobernado en el mundo lo han hecho tras la práctica de una desalmada violencia homicida. Así sucedió en Rusia con el destronamiento de los zares, en los países del este europeo invadidos después de la II Guerra Mundial, o en estados asiáticos más cercanos en el tiempo, que no en la distancia, como Corea del Sur,  Vietnam, Camboya o ¡qué decir de China!

Sólo España, cuarta economía aún capitalista de la Unión Europea, ha sido clonada por los marxistas gracias a la felonía de Pedro Sánchez. Ahora, según se va sabiendo, la nueva Ley de Revancha Histórica que está a punto de caramelo para que los socios del aún presidente (incluidos los fervientes católicos del PNV) la aprueben porque en nuestro país corre más prisa condenar los excesos del franquismo, que las masacres de otros amigos actuales de Sánchez: los criminales de ETA. Causa estupor que algunos periodistas (propagandistas mejor del terror rojo) encumbren a la citada Díaz al pedestal de los analistas internacionales más sólidos, o que los citados, muchos de ellos absolutamente ágrafos, ignoren un dato que ellos, por el corporativismo de “compañeros” que dicen defender, deberían conocer. En la Guerra Civil murieron trescientos cincuenta periodistas, asesinados los más por indeseables milicianos al servicio de la conjunción social-comunista que mandó España durante aquellos años. Todavía recuerdo a este respecto la lápida empotrada en la antigua redacción de ABC donde estaban consignadas todas las víctimas, trabajadores y colaboradores también del periódico, ajusticiadas como perros por los admiradores de Díaz, Sánchez, y también de los referidos plumillas. Uno pudo salvar la vida: bebiendo un café en un bar próximo a su casa durante los primeros tiempos de la Guerra, observó cómo un grupo de malencarados facciosos detenían a un pobre hombre para darle el paseíllo, o sea, cinco tiros en el pecho. El redactor preguntó. “Y a ese, ¿por qué se lo llevan?”. Le respondieron. “Es que es suscriptor de ABC”. El colega, redactor del diario, salió despavorido del establecimiento.

Ahora, la nueva ley de revancha que ha expedido el trío Sánchez-Iglesias-Díaz, rezuma odio en todos sus artículos. Condena (muy bien) al nazismo, pero se olvida de  los diez millones de desgraciados que el padrecito Stalin, cuya efigie ha ondeado hace unos días en el Ayuntamiento de Valencia, fusiló a lo bestia, o dejándoles morir en los miles de gulag que tenía establecido en la inmensa Unión Soviética. Los susodichos relatores de la Ley, segundo tomo de la aprobada en diciembre de 2017, son discípulos aventajados de individuos como Juan Negrín Álvarez del Vayo, uno desvalijador del Tesoro español, y el otro un terrorista sin ambages del FRAP al que Sánchez miserablemente honró en una iniciativa parlamentaria de octubre de 2009. El bodrio de Marx, aparte de su vocación autocrática, rezuma -y eso le alegra mucho a la vicepresidenta- odio a las personas diferentes (me refiero a todo el que no se atusa el pelo con una hoz), ataques a la propiedad, agresiones contra libertad individual, y alteraciones del Derecho Natural. Ahora todas estas características se resumen bien, al dedillo, en las insultantes manifestaciones del nuevo activista del periódico filoterrorista Gara, Pablo Iglesias. Él es un leninista insaciable que tiene como referencia política e ideológica de vida, los desmanes del asaltante del Palacio de Invierno. Es también un aprovechado ecologista que utiliza la agobiante presión de los insoportables naturalistas para acechar al odiado Capital. Parece incluso que se ha suscrito al animalismo reinante, en un país ya en el que eres mascota o no eres nadie. Aplaude -y está escrito- las soflamas de los herederos de asesinos como Otegi, Iturbe Abásolo, Argala, Mújica, Anza y Anboto. Y se ha hecho descaradamente separatista, porque para él la Patria no es, como para el analfabeto Zapatero, un “concepto discutido y discutible”, sino la forma de destruir un Estado que ha sobrevivido incluso a antepasados como los suyos; el último, su padre, destacado miembro de la banda criminal FRAP.

Todo esto es ahora el comunismo que nos pretende aniquilar. En el panfleto memorístico que tienen preparado el Gobierno no faltan las referencias a indiscutibles criminales de la historia más reciente, como Adolf Hitler, pero ni una sola, se ocupa, como queda dicho, de Stalin, un sujeto indeseable que una vez pactó con Hitler para derrumbar las democracias occidentales. De eso, ni una palabra. A tipos como estos, lo tienen declarado, no les asustan -y así lo dicen- la subida de precios, la inflación desbocada que ya sufrimos. La doctrina de Marx y Lenin consistía y consiste precisamente en esto: arruinar a la gente para que la gente pueda ser dominada. Este es el infecto, y genocida, comunismo, que está utilizando todos los medios (y escribo, todos los medios, o ¿qué se hace por ejemplo en Venezuela y Nicaragua?) para derrumbar el orden universal de amor la libertad. «¿Para qué libertad?», vuelven a amenazar, ya sin disimulos, ellos, los de ahora mismo. O España reacciona, o el panfleto de Díaz ensalzando el espantajo de Marx, será la nueva Constitución que un día reemplazará, sin rebeldía de la gente, a nuestra Norma Suprema del 78. Ustedes verán.

Coda.- Todo se lo debemos a él. Nos ha salvado del Covid y encima, graciosamente, sin preguntarnos si le hemos votado. Sin el carné del PSOE en la boca. Es un psicópata chulo y peligroso.

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