Un problema de discurso

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Kissinger solía decir que no podemos renunciar a la política del poder, aunque debamos combatir sus corrupciones. El diplomático que dirigió la política exterior de Estados Unidos y de medio mundo durante décadas, aún resoplaba maldad mientras sus días se apagaban en su mansión de Connecticut, donde falleció creyendo que el realismo siempre estaría supeditado a la concepción de necesidad. En otro orden de necesidades, el PP ha celebrado estos días su congreso de apoyo a Feijóo bajo el eslogan Toma partido por España, un claim sonoro que implica posicionamiento de país, pero que no deja de repetir un síntoma cuando España hace tiempo que dejó de tener un partido, aunque siga respirando y suspirando de manera bipartidista.

Más allá del discurso de ideas que apenas sobrevoló en el cónclave popular de unidad, lo que induce a pensar que no falta materia gris, sino voluntad política, lo mollar del mismo transcurrió entre bambalinas, cuando los presentes, también los ausentes, concluyeron que para sacar al PSOE del poder es preciso dejar de asumir el socialismo state of mind, ese entramado de ideas, principios y maneras zurdas que les hace tener el poder incluso cuando dejan de gobernar.

En los medios, las escuelas y las organizaciones de la sociedad civil, el PSOE, la izquierda en general, tiene colocados a un ejército de sumisos mentales con la misma capacidad autocrítica y rebelde de un berberecho. Y ahí seguirán, a menos que se considere que la España que viene debe edificarse en los que producen y no en los que viven de los que producen. Para ello, hay que considerar que del socialismo se sale sólo si primero se saca a los socialistas de los lugares decisivos del poder y del control de la caja común, a la manera en la que Kissinger defendía la guerra para mantener el estatus de decisión e influencia. Si fuera español y viviera hoy, este judío antisemita que renegó de sus raíces sería nombrado número dos en Ferraz en base a ese realismo falsario del que presumen en rojo aquellos que han vuelto a entronar al líder feminista que sólo coloca a su lado a lo más fetén del machismo abusador.

Feijóo, su presumible sustituto en Moncloa, tuvo ante los suyos un discurso más enchufado que motivador, pero menos pusilánime que de costumbre, si bien alteró a los incrédulos y motivó a los más escépticos sobre la futura administración que promete.

El problema del PP no es que esté lejos de gobernar, sino que mantiene una distancia considerable respecto a aquellos que le permitirán hacerlo

Sin entrar en la composición de una ejecutiva con luces y sombras, en lo político y discursivo, donde sigue faltando un portavoz que no tenga miedo a librar las batallas culturales que vienen marcando el relato y voto en Occidente, el problema del PP no es que esté lejos de gobernar, sino que mantiene una distancia considerable respecto a aquellos que le permitirán hacerlo, y en esa disfuncionalidad, opera con sus habituales complejos a la hora de encarar temas importantes. Gobernar para una mayoría exige sacrificios programáticos y decisorios, sí, pero no puedes basar toda tu estrategia en una suerte de realpolitik basada en el poder de la encuesta y no en la firmeza de los principios. Dicho de otra manera, no se puede acabar con el sanchismo sin levantar la alfombra que cubre toda su náusea moral.

Sustenta Feijóo su discurso en un gobierno sin Vox, «sin este PSOE» –¿alguna vez ha habido otro?– y sin apoyarse en los nacionalistas, una repetición que viene a reconsiderar el mal que ha llevado al bipartidismo a ser rehén de esa minoría que sigue controlando vía chantaje los destinos de la nación que odian, pero que parasitan sin cesar. Más allá de esta estrategia discursiva, orientada a no movilizar a las huestes zurdas y seducir al abstencionismo que saldría de su retiro dorado antisistema para echar a Sánchez, alguien está leyendo de manera incorrecta la sociología electoral. Normalizar en las instituciones y en los acuerdos lo que el electorado de ambos partidos hace tiempo que normalizaron en la calle es el primer paso para derribar todo lo que está mal.

Ahora que el PP ha asentado el liderazgo del gallego hasta 2027, le falta por ahormar un discurso que permita no sólo alcanzar el poder, sino entender que la necesidad de la nación pasa por volver a tomar la temperatura social y retornar a esos principios que hicieron grande a España, Europa y Occidente: la filosofía griega, el derecho romano y los valores cristianos. De la izquierda se espera que discurra con eslóganes sacados de camisetas mitineras. De la derecha, amén de expulsar a los socialistas del poder, quitarles toda cercanía con la caja pública y arreglar el desaguisado, se espera una revolución de ideas que junte por igual a liberales, libertarios y conservadores en lo importante: defender lo que fuimos y somos en este territorio de libres e iguales.

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