China no quiere que la guerra de Ucrania acabe

En España, donde la política exterior es preocupación de una minúscula minoría, ya nos hemos olvidado de la guerra de Ucrania. Una vez concluido el insólito intercambio de misiles entre Israel y Estados Unidos, por un lado, e Irán, por el otro, el discurso público está acaparado por el calor (¡sorprendente en julio!), la corrupción de los socialistas, el declive de Pedro Sánchez, la aparición del «PSOE bueno», el auge del PP, que acaba de celebrar su XXI congreso, y las encuestas.
Del exterior, sólo nos llegan las decisiones de Donald Trump y la guerra en Gaza. Incluso a la polémica sobre el aumento del gasto militar a un 5% del PIB exigido por la Casa Blanca y al acuerdo de Madrid con Londres sobre la colonia de Gibraltar los ha engullido la agonía de la banda del Peugeot que hace siete años se apoderó del Gobierno nacional, gracias a partidos antiespañoles como Bildu, PNV, Junts y ERC y al célebre equipo de opinión sincronizada.
Sin embargo, los muertos siguen amontonándose en Ucrania. Moscú y Kiev no sólo despliegan sus soldados en los frentes, sino que bombardean sus ciudades con misiles y, sobre todo, con drones. Vladímir Putin desprecia los intentos de Trump de alcanzar un armisticio; Estados Unidos reanuda los envíos de armamento a Ucrania; y los países europeos cercanos a Rusia preparan a sus poblaciones y sus fuerzas armadas para un probable conflicto.
Como hemos dicho varias veces, la guerra que comenzó en el invierno de 2022 se ha extendido por todo el ámbito de la inmensa región que la geopolítica denomina la Isla del Mundo, es decir, Asia, Europa, África y sus islas adyacentes. Además, está obligando a la mayoría de los países a decantarse por uno de los bandos. A pesar de su triunfalismo, Putin no se ha atrevido a viajar a Brasil para asistir a la XVII cumbre de los BRICS por el miedo a que el gobierno de su supuesto aliado, el izquierdista Lula Da Silva, cumpla la orden de detención emitida por el Tribunal Penal Internacional contra el presidente ruso.
En esta guerra, uno de los principales actores es China, aunque con la prudencia que ha impregnado en las últimas décadas a la dictadura comunista ha conseguido que apenas se hable de su implicación y sus intereses. Y de la postura de Pekín acabamos de tener una declaración con motivo de la reunión el miércoles día 2 del ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, con la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, la estonia Kaja Kallas, partidaria de apoyar a Ucrania hasta la derrota de Rusia.
Después de cuatro horas de conversación en Bruselas sobre diversos temas, desde Taiwán a la seguridad cibernética, el círculo del ministro Wang Yi reveló a unos periodistas el mensaje de Pekín a Bruselas. El Gobierno de Xi Jinping no puede aceptar que Rusia pierda la guerra, porque entonces Estados Unidos podría centrar toda su atención en China. Ya antes del primer mandato de Trump, las élites de Washington estaban convencidas de que sólo los chinos podrían sustituirles como la potencia hegemónica del planeta.
Esta es la explicación de las sucesivas promesas al régimen de Taipei de defensa de Taiwán, la firma del Tratado de defensa AUKUS (EEUU, Australia y Reino Unido) en 2021 y, con Trump de nuevo en la Casa Blanca, las medidas proteccionistas para devolver a Norteamérica las industrias que emigraron al otro lado del Pacífico y la presencia militar en el canal de Panamá.
Es decir, para China es un buen negocio que se acumulen los cadáveres de rusos y ucranianos para “entretener” a Estados Unidos, sus militares y su industria en Europa e impedirle trasladar su atención al Pacífico. A pesar de este interés, los chinos aseguran que ellos son neutrales y que proponen “negociación, alto el fuego y paz” para concluir la guerra.
Así de cínica y hasta de despiadada es la política internacional. Moscú ha reconocido al régimen de los talibanes afganos y ha permitido la apertura de una embajada. Los mismos talibanes que asesinaron a un aliado de la desaparecida URSS, el comunista Mohammed Najibulá, presidente del país entre 1987 y 1992. En un comunicado que indica la ligazón entre ambos países, el régimen chino felicitó a Rusia por este paso.
Por otro lado, en este año, Estados Unidos, Israel y la Unión Europea han reconocido al nuevo presidente de Siria, Ahmed al-Charaa, al que antes trataban como terrorista vinculado a Al-Qaeda; y también han levantado las sanciones que pesaban sobre su país, le han concedido créditos y hasta han colaborado con él en vencer a los grupos que aún combatían a sus milicias.
Entre los pocos pueblos que creen que las relaciones internacionales y la elección de amigos y de enemigos se basan en la bondad y la identidad ideológica se encuentra el español. Por eso, España se ha convertido en objeto de la política de otras potencias, en vez de sujeto soberano de la suya.