Palantir, el sueño húmedo de cualquier tirano

Palantir, tirano

Corre por X un meme relativamente popular, extraído de una serie de detectives, en el que aparecen dos agentes que llevan un caso. Uno se sorprende ante el otro de que el acusado esté confesando, y su compañero replica: «No está confesando, está presumiendo».

Contra lo que se pueda pensar, el poder odia tener que mentir. No le queda otro remedio que hacerlo, porque incluso en las autocracias se gobierna con cierta medida de consenso público, siquiera pasivo. Con la oposición activa de la mayoría ha sido hasta ahora imposible gobernar, de ahí la necesidad de la propaganda.

Pero el poder quiere presumir, está deseando confesar, decirnos que claro que encargó el Código Rojo, y no podemos hacer nada para impedirlo. Ese es su sueño húmedo, y está cada día más cerca.

¿Se han dado cuenta de que cada día son más descarados? Aquí hemos hablado de las maniobras de los países de la Unión Europea para frustrar la decisión de las urnas cuando se sale del consenso. Ni siquiera disimulan. Como no disimula Von der Leyen cuando clama contra la libertad de expresión escondiéndose tras la hoja de parra de la desinformación y los delitos de odio. Lo primero implica que hay una única verdad, y que el poder la decide, y el segundo es un concepto netamente orwelliano creado exclusivamente para reprimir la disidencia.

En nuestro país vemos un gobierno que se está revelando como una banda de apandadores que han llegado aparentemente al poder para llevarse hasta los ceniceros, el presidente tiene a todo su entorno imputado -cuenten: cónyuge, hermano, dos secretarios de organización nombrados por él, su fiscal general…-, nos mira a la cara y nos dice que va a terminar la legislatura, con un par. Porque puede. Y, ¿por qué no? En nuestra idolatrada «Europa» se han unido populares y socialistas para reelegir a la corrupta Von der Leyen.
Hablando del Von der Leyen, se ha presentado ante Trump con modos de tímida pupila en el despacho del director del colegio, sometiéndose públicamente a una de esas sesiones de humillación ritual que parecen ser tan del agrado de Donald Trump. Parecía un cuadro de Vercingetorix a los pies de César.

Y es que vivimos en la Gran Clarificación, el momento en que, al fin, el poder puede actuar a las claras. O casi. Porque el tirano moderno tiene un arma tecnológica con la que Stalin o Genghis Khan no hubieran podido soñar: la supervisión universal.

El gran invento se llama Palantir, la empresa de Peter Thiel dedicada a rastrearlo todo: lo que haces, lo que dices, lo que escribes, a dónde vas y con quién estás.

No es un nombre tan familiar como, no sé, Apple o Blackrock. Pero no hay firma más importante en estos momentos. El Pentágono, la CIA y Wall Street dependen totalmente de Palantir. ¿Han visto Minority Report? Pues eso. Se ha usado para cazar terroristas, predecir guerras, espiar a empleados, prevenir accidentes, e incluso ganar carreras de F1. El conocimiento es poder, decía Francis Bacon, y el conocimiento total es el poder absoluto.

El proyecto empezó tras los atentados contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Nadie quería poner dinero en la idea -un software que predijera atentados antes de que se produjesen, inicialmente-, pero a la CIA le encantó y puso dos millones de dólares sobre la mesa.

Básicamente, lo que hace Palantir es rastrear todos los datos imaginables (registros telefónicos, contenidos de Internet, matrículas, registros bancarios, cámaras de vigilancia: lo que sea) y buscar patrones invisibles.

Pronto dejó de usarse exclusivamente en la guerra contra el terrorismo, y hoy, por ejemplo, JPMorgan usa Palantir para espiar a sus empleados: correos, navegación por Internet, llamadas… Sin autorización.

Pero el gran paso hacia el panópticon universal se dio en marzo de este año, cuando Trump firmó una orden ejecutiva por la que todas las agencias deben compartir sus datos en una plataforma de Palantir, Foundry.

Imaginen lo demás. Imaginen una red exhaustiva capacitada por la mejor inteligencia artificial. Sin fallos, sin puntos ciegos: todo bajo supervisión continua. George Orwell era un pardillo, después de todo.

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