Iglesias vive en una guerra civil
Pablo Iglesias es el anacronismo hecho político. Su prédica guerracivilista —cargada de palabras como ‘lucha’, ‘combate’ o ‘miedo’— las maneras faltonas, el tono crispado y la expresión corporal violenta es la cansina retahíla que define cada una de sus comparecencias en el Congreso. Un perfil que, de tan rancio, resulta casi arcaico en pleno siglo XXI. Más propio de los populismos que cercenan la libertad de muchos países latinoamericanos que de una nación que, tras el milagro económico de los últimos cuatro años, es referencia en la Unión Europea. El secretario general de Podemos ha tenido un comportamiento innoble en la sesión de investidura de Mariano Rajoy. Mientras los líderes de las principales formaciones constitucionalistas —PP, PSOE y C’s— se afanaban en un debate crítico pero constructivo, el secretario general de Podemos ha obviado cualquier problemática del día a día para erigirse como protagonista de la escena a base de insultos y ofensas. Recursos que se han vuelto del todo inaceptables cuando ha llamado “delincuentes” a los diputados del resto de fuerzas.
La Cámara Baja en particular, y la política en general, no merecen un representante tan obsesionado con la confrontación, dique insalvable para el desarrollo de las sociedades. De alguna manera, parece como si el líder de Podemos estuviera alentando a sus seguidores de cara al asalto del Congreso del próximo sábado. Afortunadamente, y lejos de chantajes callejeros, entre las nuevas fuerzas políticas hay un rincón para el sosiego y el sentido de Estado. Como suele ser habitual, ante los gritos y el show de Iglesias se antepone la mesura de Albert Rivera. Mientras el populista recordaba a las Brigadas Internacionales y apelaba a 1936 —inicio de la Guerra Civil— el presidente de Ciudadanos defendía el imprescindible legado de la Transición y ponía en valor a representantes tan dispares como Adolfo Suárez o Santiago Carrillo. Una forma óptima de marcar la senda por donde debe transitar España: lo mejor de nuestro pasado como base del futuro. Un horizonte donde, en ningún caso, cabe la frivolidad populista y la peligrosa veleidad de sus representantes.