¿Hay razones para tanta crispación?

¿Hay razones para tanta crispación?

La semana pasada fue especialmente notable en lo que a crispación política se refiere. Las disputas entre el Vicepresidente Iglesias y los portavoces del PP y Vox son dignas de pasar a los libros de historia. Mientras, desde diferentes tribunas se reclama moderación y mesura, pero sin hacer esfuerzo alguno por comprender las razones de la crispación. Me van a permitir que reflexione hoy, no tanto sobre la conveniencia o no de la crispación, sino sobre sus razones, pues creo que las hay:

En uno de los últimos actos en que escuché hablar a Landelino Lavilla, trajo a colación una escena de la obra de teatro Las bicicletas son para el verano de Fernando Fernán Gómez (llevada al cine por Jaime Chávarri en 1984). En dicha escena, el personaje de Luis dice a su padre, quien acaba de exponerle que le pueden detener tras el fin de la guerra: «Vaya, mamá que estaba tan contenta porque había llegado la paz…». El padre le responde: «Es que no ha llegado la paz Luis, ha llegado ¡la victoria!». A decir de Landelino, la derecha que hizo la transición pretendió pasar de la victoria a la paz. Según un artículo reciente, ese paso lo llevaba dando la derecha desde 1964. 

Las intenciones de la transición fueron nobles, pero lo cierto es que, como dijera Julián Marías (un insigne intelectual que padeció mucho esa victoria) con el régimen del 78 se instauró un “consenso clientelar, del que eran excluidos todos aquellos que no entrasen dentro de una determinada corrección política. Quien se ha salido de esa corrección ha sido excluido con la marginalidad política. 

El efecto principal de dicha marginación, ha sido una exclusión intencionada de la verdadera izquierda y la verdadera derecha.  En efecto, los comunistas fueron “timados” por unos líderes que se unieron a la transición sin ruptura, ni república ni socialismo real. En un segundo momento, el PSOE favoreció la hegemonía cultural de la izquierda en la teoría, mientras en la práctica promovía la reconversión industrial, la OTAN, la UE, y otros elementos que indignaron al “cuervo ingenuo” (como la llamó la popular canción). La izquierda en España ha sido condenada a una esquizofrenia política: mientras perdura un relato marxista, se impone una realidad neoliberal. 

Por el lado conservador, el desarrollo del nuevo régimen no ha sido menos decepcionante: lo que podría haber sido una democracia occidental normal, en la que la derecha tuviese su hueco, ha sido una democracia cuyo debate público ha estado sometido a la hegemonía cultural progre. Si a ello unimos el modo de cerrarse la lucha armada de ETA, el secesionismo, el 11M, la memoria histórica y varias cosas más, se comprende la indignación conservadora. 

Derecha e izquierda tienen razones para estar insatisfechas. Si a ello unimos que la izquierda se ha acostumbrado a no tolerar la normalidad democrática del disenso conservador, de modo que cualquier disidencia le parece golpista, el encrespamiento es inevitable: la derecha ha despertado harta, y la vera izquierda está furiosa porque el mundo no es como ellos dicen y no están acostumbrados a que les contradigan. 

Desde la transición, se ha construido gran parte de nuestra vida política sobre la mentira, y los engañados ya no aguantan más. Si se quiere esa concordia, esa paz, esa mesura y esa finura que reclama el centro exquisito, deberían empezar por ser fieles a la verdad y afrontar los conflictos que han negado torpemente durante años dejando demasiadas heridas abiertas. Negar un conflicto pretendiendo que no salte la violencia que entraña es también una forma de violencia para quienes no ven salida al conflicto negado. Y por eso hay crispación. 

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