Guarden el champagne: lo de Siria no pinta bien

Guarden el champagne: lo de Siria no pinta bien

Cuando, tras los primeros años de confusión, muchos comunistas del mundo entero empezaron a darse cuenta de que la Rusia soviética no tenía trazas de ser el prometido paraíso proletario sino un infierno de miseria, sangre y represión, no concluyeron lo que dictaría el sentido común, que quizá la teoría marxista tal vez no fuera una buena idea. No: decretaron que aquello “no era verdadero comunismo”. Y pasaron a entusiasmarse con el siguiente experimento, la China de Mao.

Lo de China fue aún peor, más muertos de hambre y mayor represión, y llegó el consabido “esto no era verdadero comunismo”. Luego se entusiasmaron para descartarlos más tarde con los jemeres rojos de Camboya, la Cuba de Fidel y hasta la Venezuela bolivariana. Cada vez se decían que “esta vez sí que sí, esta es la buena”, y cada vez acababan concluyendo que “aquello no era verdadero comunismo”, en un bucle que parece infinito.

Pero si usted, querido lector, está sonriendo con condescendencia ante la estupidez de los fanáticos de la revolución proletaria, no se precipite: a nosotros (a Occidente, me refiero) nos está pasando igual, en el caso que nos ocupa con los levantamientos en países árabes.

Nuestro siglo empezó con la Guerra contra el Terror, cuando se nos decía que la bestia negra era Al Qaeda. Y ahora celebramos que un sucesor de este grupo terrorista se haya hecho con una pieza tan central en Oriente Medio como Siria. Y es que cada “primavera árabe” se nos pintó en sus inicios como el heroico pueblo sacudiéndose las cadenas de la tiranía para acabar, los que tuvieron más suerte, exactamente como al principio (caso de Egipto) o como el rosario de la aurora (caso de Libia).

Sí, el nuevo líder sirio, Abu Muhamed al Julani (nacido en Arabia Saudí, porque los sirios son como los de Bilbao, que nacen donde les da la gana) ha prometido democracia, paz, inclusión, instituciones y le ha faltado mencionar los derechos LGTB para no cabrear a los suyos. Pero Fidel Castro llegó al poder jurando que no era comunista y prometiendo elecciones libres inmediatas.

Miren, yo entiendo que el primer impulso del ser humano ante cualquier conflicto es decidir quiénes son los buenos y quiénes los malos, basando ese juicio en nuestras inclinaciones ideológicas. Pero en geopolítica las cosas no van así. En geopolítica la ideología pinta poco o nada, salvo a la hora de vender al personal las posturas de cada bando. Y, de hecho, vemos alianzas que, desde el punto de vista ideológico no parecen tener mucho sentido, como la que vincula a la Venezuela comunista con el Irán teocrático, o la Norteamérica de las libertades con Arabia Saudí.

Aquí tenemos perfectos indocumentados, como el ministro Urtasun, describiendo la situación en Siria con estas palabras, que abochornarían a un escolar de primaria: “El régimen de Al Asad cae porque la población siria no aguantaba más y los anhelos de libertad se han abierto paso”. Tratar de conjugar los anhelos de libertad con el islamismo no es tarea fácil, como no lo es creer que ha sido “la población siria” y no una tropa de la internacional yihadista lo que ha derrocado al dictador Assad.

¿Quién gana con esto? A la larga, nadie. Siria, desde luego que no. El férreo régimen de Al Assad lograba mantener a raya las aspiraciones de las muy variopintas facciones de un país creado artificialmente por los franceses a partir de la descomposición del Imperio Otomano. Incluso la Siria de Assad tenía que resignarse a la bolsa de yihadistas de Idlib, con su cuasi ocupación turca, una zona kurda independiente de hecho, la Rojava, la ocupación israelí del Golán (¿les he dicho que el nombre del nuevo líder de Siria significa “el del Golán”?) y bases norteamericanas aquí y allá. No, las perspectivas para los sirios no parecen demasiado halagüeñas, vistos los precedentes.

Rusia pierde, previsiblemente, sus únicas bases fuera de la antigua Unión Soviética. Irán, Hezbolá y los hutíes pierden un aliado (cada vez menos fiable) de su eje antiisrael. China pierde un socio comercial. Uno pensaría que el principal beneficiario del caos sirio podría ser Israel. Al Julani ha dicho ya que quiere llevarse bien con Israel, la caída de Siria descabala el llamado “eje de la resistencia” y el propio Netanyahu ha aparecido públicamente congratulándose de la buena noticia, que le ha llevado, además, a hacerse con un trocito más de Siria anexo al Golán.

Pero dudo mucho de que sea bueno para Israel a la larga, llámenme loco. Sí, la Siria de Assad era un enemigo jurado del Estado judío, pero con la boca cada vez más pequeña. Incluso ha dejado sin responder los últimos bombardeos israelíes, y cuentan los comentaristas cercanos a Teherán que si Irán ha dejado caer a Al Assad ha sido porque se estaba convirtiendo en un aliado cada vez menos fiable, tratando de acercarse disimuladamente a Occidente después de una década de ataques y sanciones.

Siria era para Israel un enemigo débil, estable y predecible. Ahora tiene al nordeste un avispero del que puede salir cualquier cosa, literalmente. En la más que previsible fragmentación de facto del país no sería imposible que surjan feudos que se conviertan en nido de terroristas antisionistas.
Para Occidente, para el resto del mundo, en realidad, la caída del régimen sirio significa que no hay nadie con quien tratar en la seguridad de que seguirá ahí mañana y pasado mañana, alguna entidad política previsible y vulnerable a incentivos y amenazas.

Estamos en la fase del champagne, de la “libertad abriéndose paso” de Urtasun. Pero si cree que no llegará la terrible resaca de una peligrosísima desestabilización de la zona, tengo un puente en Brooklyn que quizá podría interesarle comprar.

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