Los groupies de Txapote vs. España
Miguel Ángel Blanco y José Antonio Ortega Lara lo han vuelto a hacer 20 años después. Han vuelto a trazar una línea en el suelo obligando a algunos a cruzarla para situarse en el lado de los miserables. A ese lado cruzó Alberto Garzón, quien hace dos días aplaudía a la izquierda abertzale al reconocer que ésta “había hecho un enorme esfuerzo para llegar hasta este momento” desde la televisión pública pagada con nuestros impuestos. A él también cruzaron Iglesias, El Kichi y el resto de los líderes de Podemos, groupies de los batasunos demasiado cobardes para ser Txapote y demasiado gordos para salir corriendo. También Manuela Carmena, la alcaldesa de Madrid, bedel profesional de la excarcelación de GRAPOS y etarras. Capaz de sentir compasión por terroristas e incapaz de sentirla por el primer chaval al que la banda administró la muerte por goteo.
Finalmente Carmena homenajeó a Miguel Ángel Blanco, no por humanidad ni por el mínimo ablandamiento provocado por su ancianidad, sino por la presión de una sociedad que, aunque 20 años después, dista mucho de albergar el Espíritu de Ermua. Quizá se ha cansado de esa imposibilidad de sentirse orgullosa de sí misma. Quizá harta de un PSOE incapaz de votar por la memoria de compañeros asesinados en Lasarte para no ofender a etarras burocratizados y porque, desde hace mucho tiempo, trabaja para instaurar la idea de que la superación de ETA pasa por hacernos olvidar nuestro pasado. El PSE, PNV, Bildu y Podemos odian a Ortega Lara y a Miguel Ángel Blanco porque formaba parte de aquel PP de Aznar y de aquel Estado que se mantuvo firme contra el terror frente a la certeza de la bala.
De todos estos que durante la pasada semana negaron homenaje a Miguel Ángel Blanco, o llaman carcelero a Ortega Lara, no logro pensar en uno solo capaz de sobrevivir 72 horas al miedo, al antojo asesino de Bolinaga. El que bajaba en aquel ascensor hidráulico junto a la comida justa para mantener el hilo de vida mínima durante aquellos 532 días de secuestro. Ninguno de ellos hubiera sobrevivido a la ausencia de un hijo recién nacido ni a la enfermedad provocada por la humedad que producía la proximidad del Deba. Y tan inapelable fue la victoria de la vida de José Antonio que se la libró hasta a Dios, a quien llegó a rogar que aquel malnacido emérito se la apagara.
Hasta que por fin un día le vimos salir del agujero con aquel chándal rojo. Aclimatándose a la vida que aquel guardia civil de la 513 Comandancia del cuartel de Intxaurrondo le había devuelto. Recuerdo cómo se tambaleaba por culpa de la vista atrofiada y el enorme peso de la responsabilidad descargado sobre sus hombros tras haberse convertido en el héroe de tantos sin habérnoslo pedido. Años después, quizá demasiados, a Bolinaga lo devoró un cáncer provocado por el hacinamiento del odio y de la rabia batasuna por vivir en una España sin independencia ni dictadura comunista. Sin aquella basura grafiteada de la “Independentzia eta sozialismoa”. En una España en la que Ortega Lara es un héroe contemporáneo y Bolinaga un carcelero que arde en el infierno. Dentro de 20 años volveremos a colgar nuestro homenaje a Miguel Ángel Blanco en todos los ayuntamientos mientras Jesús Zaballos, alcade de Lasarte, compartirá olvido y mausoleo junto a Jose Uribetxeberria Bolinaga.