La gran estafa feminista

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Les voy a dar un dato que sorprenderá a Irene Montero y a esa señora de Valladolid que la sustituye en el Ministerio de Feminazismo: las mujeres no tenemos ningún mérito por ser mujeres. Increíble, pero cierto. Entiendo que estas personas que no han hecho nada más relevante en su vida que ser cajeras de Saturn y asesoras de Óscar Puente necesiten reivindicar una cuestión tan azarosa como su género para sentir que sus vidas han estado marcadas por una especie de reto insuperable que justifique su mediocridad por causas exógenas y no por su propia incapacidad, pero lo cierto es que ser socialistas o ser amigas de sus respectivos jefes han sido cualidades más determinantes en su vida que el ser o no mujeres. Pero empecemos por el principio.

El neofeminismo del siglo XXI es una estafa piramidal desde su concepción. Hay una brecha generacional inmensa entre las señoras que tuvieron que luchar para emanciparse de sus maridos y las chicas que tenemos que pelearnos para que las feministas no decidan por nosotras. Quizás hace treinta años era necesario que los 8 de marzo las mujeres del mundo unidas bramaran a favor de que se nos considerara laboralmente, pero ahora las jóvenes del presente necesitamos pelearnos a diario para que se nos respete intelectualmente. Para que nos respeten las feministas y los varones aliados que repiten soflamas para ligar con ellas, claro.

Quizás ellas, y ellos, aún no se han dado cuenta, pero ser mujer no es una enfermedad ni una discapacidad. Que a cada chica que consigue algo se le recuerde que es la primera, segunda o vigésima mujer en hacerlo no le pone en valor, la deslegitima: siembra constantemente la duda de si ha llegado al éxito por sus méritos o por discriminación positiva de postureo social. Por culpa de estas mal llamadas feministas las mujeres tenemos que demostrar el triple para que se nos valore la mitad porque ahora todas somos susceptibles de haber triunfado por cuota y no por mérito. Todo un éxito de las que se visten de morado para defendernos.

Pero hay algo incluso peor en la estafa neofeminista. Y es que, en realidad, no hay nadie más machista que ellas. Porque estas libertadoras del género no quieren que las jóvenes sean libres para decidir su futuro sin depender de la opinión de nadie, lo que quieren es que las mujeres sustituyan el rol de los hombres porque lo consideran superior. Es decir, ahora para ser buena mujer hay que ser ingeniera, directiva de una compañía y no ver a tus hijos ni un día a la semana, porque como eso es lo que antes hacían los hombres las feministas machistas creen que no hay nada mejor a lo que aspirar. ¿Y qué pasa con las chicas que libremente deciden priorizar su vida familiar frente a la profesional, o seguir siendo enfermeras y no astrofísicas, o que se sienten más realizadas siendo madres que dirigiendo Repsol? Pues que para las feministas son malas mujeres, fachas e idiotas.

Durante muchos siglos las señoras de toda clase y condición han tenido que luchar para emancipar su futuro de la voluntad de los hombres con el objetivo de ser libres para decidir su futuro, no para trasladar la subyugación masculina a la subyugación feminazi. Las mujeres no somos mejores mujeres por dirigir empresas, por ser profesoras de infantil, ingenieras biomédicas o madres de familia numerosa. No somos peores por ir a manifestaciones del 8 de marzo o detestarlas, por reivindicarnos como tal cada cinco minutos o por ni siquiera pensar en ello más que para maldecir tener que llevar tacones, que es un coñazo. No somos buenas o malas mujeres por nada porque ser mujer es como ser morena o llevar gafas: un atributo que nos describe pero que no nos juzga.

Las feministas de izquierdas, y peor aún las de derechas que asumen acríticamente su mensaje, son las mayores enemigas de la libertad y la emancipación de las mujeres. Cuando dejen de ser tan machistas como para creer que nuestro sexo hace que nuestra vida sea más difícil que la de un hombre, nos harán el primer y último favor de su vida: dejarnos en paz.

Mientras tanto, repitan conmigo: «ser mujer no es una enfermedad». ¿Tan difícil es?

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