Gobiernos para evitar un choque trenes en Cataluña
Cuando estamos a más de un trimestre de distancia de las pasadas elecciones autonómicas en Cataluña del 14-F, y a escasas fechas de su repetición si no hay investidura el próximo 26 de mayo, las presiones a los partidos secesionistas para que culminen un acuerdo para formar Govern, se multiplican desde diversos frentes.
Uno de ellos, particularmente relevante para los intereses de los de Junqueras y los de Puigdemont, es el de la ANC, la «Asociación Nacional Catalana», a quien nadie ha votado, pero que actúa convencida de tener una especie de mandato divino para guiar a los catalanes a la Tierra Prometida, cual paraíso terrenal bajo su particular idea de una Cataluña independiente donde «no habrá llanto ni rechinar de dientes». Este domingo, una enardecida «multitud» de mil militantes, se manifestó en el centro neurálgico de la Ciudad Condal —la Plaza de Sant Jaume— para amenazarles con no votarles en esas hipotéticas nuevas elecciones, si no pactan un Gobierno.
Junto a esa realidad, se ha conocido hoy una encuesta publicada por el diario todavía de referencia en el Principado, según la cual «el rechazo a la independencia sube al 52%, frente a un 42% que la apoya». Esa división de la sociedad catalana ante una cuestión tan sensible y decisiva para su futuro, queda muy bien precisada con estas cifras, que evidencian la fractura social que el procés ha provocado en su seno. Mientras los electores del mundo secesionista afirman votarían a favor de la secesión en un hipotético referéndum en porcentajes del 80, 90 y casi 100 de ERC, Junts y la CUP, respectivamente; en contra lo harían a su vez el 70, 90 y cerca del 100% de los catalanes votantes de los Comunes, PSC y Vox, PP y Cs.
Al margen de otras diversas consideraciones, esta realidad se yuxtapone a la de un inminente Gobierno de la Generalitat compuesto exclusivamente por la fracción secesionista de la sociedad, y dominado a su vez por una formación ultraizquierdista, anarquista y minoritaria de radicales secesionistas, como es la CUP. Instalado en la distopía de un irredentismo político, pone como objetivo tan explicito como surrealista, el de sentar las bases políticas para «ejercer el derecho de autodeterminación y la amnistía en la presente legislatura». Ante un escenario político y social como el apuntado, no es de extrañar que el optimismo laico brille por su ausencia, emergiendo de manera cada vez más explícita en crecientes capas sociales catalanas una depresión generalizada y un cansancio y hastío infinitos. Se puede vivir un tiempo de imaginarios molinos de viento a los que hacer frente cual Quijotes idealistas defensores de una catalanidad amenazada en su esencia, pero vivir instalados en ella durante demasiado tiempo, es imposible.
En otros momentos ya superados de la Historia, este choque político y social de trenes, se solucionaba por métodos «expeditivos». Y ojo, ello tanto en España como en todas partes, y esto para evitar la leyenda negra proyectada también sobre nuestra denostada unidad nacional por el secesionismo, alimentado y financiado desde oscuros y «abiertos» conciliábulos cada vez más conocidos. Véase, si no, como ejemplo de lo anunciado, la Guerra de Secesión en la democracia estadounidense. Pero como la Historia, «maestra de la vida» según Cicerón, no corre hacia atrás, es preciso intentar salidas no tan expeditivas a este bloqueo, que está lastrando expectativas de todo tipo, necesarias para garantizar un razonable y sostenible futuro de más de siete millones de españoles habitantes de este Principado de Cataluña, pieza esencial de la Corona de Aragón y la común y multisecular Monarquía hispánica.
Para ello, es preciso tener en la Plaza de Sant Jaume y en La Moncloa, a personalidades a la altura de tan elevadas exigencias, capaces de anteponer el bien común a cualquier otra consideración, aunque ello implique renuncias y sacrificios particulares. La política, al igual que la Física, tiene aversión al vacío, y en ella siempre se cumplirá la máxima de que «la función crea el órgano», de manera que de la necesidad de evitar ese choque, nacerán las virtudes de la sensatez, la prudencia y el sentido común, hoy sustituidos por la rauxa, y no solo en Barcelona. De la alternativa a todo esto, mejor ni hablar.