Un Gobierno de aficionados

Un Gobierno de aficionados
Pedro Sánchez y Mohamed VI.

Hace no tanto, al Gobierno de España iban los mejores. Gente que abandonaba temporalmente carreras superlativas para servir al Estado. Enrique Fuentes Quintana, ahí es nada, Manuel Gutiérrez Mellado, Rodolfo Martín Villa, Abril Martorell, Alfonso Osorio, José Lladó, Pío Cabanillas Gallas, Íñigo Cavero, Jaime Lamo de Espinosa, Pérez Llorca, Paco Ordóñez, mi amigo Rafa Arias-Salgado y Joaquín Garrigues son algunos de los integrantes de los consejos de ministros de Suárez y Calvo-Sotelo. Felipe González tampoco se quedó corto: desde un número 1 en todo llamado Miguel Boyer hasta el listísimo Carlos Solchaga, pasando por Fernando Morán, nuevamente Paco Ordóñez, Javier Solana, Félix Pons, Javier Moscoso, el inigualable Jorge Semprún o mi querido y añorado Enrique Múgica. Lo de Aznar fue otro dream team en el que convivieron tipos como Álvarez-Cascos, Abel Matutes, Josep Piqué, Eduardo Serra, Jaime Mayor, Esperanza Aguirre, Loyola de Palacio o ese coco fuera de serie que era y es Isabel Tocino. Lo de Zapatero fue la primera evidencia de que las cosas empezaban a torcerse en el terreno de la excelencia. Que Leyre Pajín, Bibiana Aído o José Blanco hayan ocupado una cartera es para mear y no echar gota porque se supone que a la más alta magistratura de la nación han de ir siempre los mejores de los mejores. Con todo, eran el equipo liderado por Michael Jordan que ganó el oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona al lado de la banda de enanos intelectuales de ahora. Porque figuraban igualmente ADNs fuera de serie como Solbes, Fernández de la Vega, Rubalcaba, Elena Salgado o Fernández Bermejo, un elenco que podía gustar más o menos pero al que nadie con un mínimo sentido de la justicia podía ni puede negar su auctoritas. Con Rajoy, tipo serio donde los haya, uno de los registradores más jóvenes de la historia con 23 años, las aguas volvieron a su cauce. Soraya Sáenz de Santamaría, Luis de Guindos, Montoro, José Manuel Soria, Margallo, Gallardón, Fátima Báñez, Cospedal o Tejerina no son precisamente desecho de tienta.

Todo se ha venido abajo con un Pedro Sánchez que, para empezar, es un ladrón de doctorados y, para terminar, no ha sido el número 1 en nada, entre otros motivos, porque su inflado a la par que falseado currículum se reduce a la política. No sé si la carrera se la regalaron pero la tesis, sí. Que formen o hayan formado parte del sanedrín ministerial indocumentados, indocumentadas e indocumentades como Irena Montera, Ione Belarra, Iceta, González Laya, Pablo Iglesias o ese Pedro Duque que aún sigue en la luna certifica que en política, como en tantos otros órdenes de la vida, cualquier tiempo pasado fue mejor.

Poco nos pasa con este Gobierno de indocumentados, de gente sin preparación para el cargo, en el que se salvan muy pocos, tal vez Nadia Calviño, técnico comercial del Estado ni más ni menos, Margarita Robles, la tercera mujer en ocupar una plaza de magistrado del Tribunal Supremo, y José Luis Escrivá, tan inteligente como vitriólico. La clase media es aceptable aunque está a años luz de la de otros ejecutivos y la baja sería para reír si no fuera porque estamos hablando de cosas serias y es para llorar a moco tendido.

La gestión de la crisis de Ceuta y Melilla está confirmando nuestros peores presagios: que este Ejecutivo es aún más incompetente de lo que imaginábamos. Y nuestro presidente un sujeto que, además de no poder salir ya a la calle sin que le monten un pitote de padre y muy señor mío, vive en los mundos de yupi. Un presidente al que, en acertadas palabras de Pablo Casado, el cargo “le queda muy grande”. Para vivir en Moncloa es imprescindible usar una talla XXXL y él no pasa de la S. Ni la Presidencia del Gobierno pudo llegar más bajo, ni él más alto.

Vivir en los mundos de yupi está muy bien de cara a las tertulias, especialmente, si como es el caso mientes por instinto. Parlotear de los derechos del pueblo saharaui es encomiable, porque es lo correcto éticamente, están dejados de la mano de Dios, y porque las resoluciones de Naciones Unidas son clarísimas. Cosa bien distinta es respaldar a un Frente Polisario que emplea el terrorismo como modus operandi para resolver un conflicto enquistado desde la pusilánime reacción de Juan Carlos I tras la Marcha Verde de 1975. Menos aún para cobijar en territorio nacional a un tipo, el tal Ghali, en busca y captura por la Audiencia Nacional por delitos contra la humanidad y por la violación de una muchacha de 18 años.

Nuestro todavía presidente olvida que no estamos tratando con unas hermanitas de la caridad ni con San Francisco de Asís

No sé si es ingenuidad, imbecilidad o docilidad frente al socio bolivariano lo que ha llevado a Pedro Sánchez a olvidar las más elementales lecciones de geoestrategia. Marruecos no es un país cualquiera. Es nuestro vecino del Sur, linda con dos plazas como Ceuta y Melilla mal defendidas y, para colmo, es quien tiene la manija para inundarnos de inmigrantes ilegales las Islas Canarias y Andalucía, amén de las propias ciudades autónomas. Nuestro todavía presidente, que no es precisamente el más listo de la clase, aunque seguramente sí el más desahogado, olvida que no estamos tratando con unas hermanitas de la caridad ni con San Francisco de Asís. El régimen marroquí ha avanzado notablemente en aperturismo, en modernización del tejido productivo, en infraestructuras y hasta en derechos humanos pero aún le quedan décadas para homologarse a cualquiera de las naciones que tiene al norte. Y Mohamed VI, como su padre, Hassan II, no se anda con chiquitas a la hora de defender sus intereses. Lo hace por las buenas, las malas y las regulares. Así operan los regímenes autoritarios.

La personalidad chulo discoteca del actual inquilino de La Moncloa le llevó a pasarse por el arco del triunfo una tradición inveterada, discutible o no, pero infalible hasta la fecha, que consistía en que el primer viaje oficial de un presidente era a Rabat para reunirse con el monarca alauita. Ese feo nos ha costado muy caro. Entre otras cosas, que Canarias haya sido invadida por 20.000 inmigrantes ilegales llegados de la costa africana con la aquiescencia de la Gendarmería y el Ejército marroquí.

El jaimito del descoletado Coletas la lio parda hará cosa de medio año cuando, en su calidad de vicepresidente del Gobierno, se dedicó a exigir por tierra, mar y aire un referéndum de autodeterminación para el Sáhara, a acusar a Marruecos de “quebrar el alto el fuego” y a pedir a la ONU que actuase como fuerzas de interposición. El cabreo del Palacio Real de Rabat fue cósmico. Lo peor de todo es que el zopenco de Pablo Iglesias formuló estas declaraciones en plena oleada de inmigración rumbo a las costas canarias. Sobra decir que en lugar de arribar al archipiélago 2.000, 3.000 ó 5.000 ilegales, acabaron llegando más de 20.000 con la consecuente saturación de los servicios sociales y el inevitable incremento de la inseguridad ciudadana.

Lo peor de todo es que cuando tienen que ser listos, son tontos, y cuando les toca jugar el rol de la valentía, responden como unos cobardes. El pasado mes de diciembre, y sin duda en respuesta a la bravuconería demagógica de Iglesias, el primer ministro del vecino del sur, Saadeddine El Othmani, se largó un impresentable speech en el cual calificó de “ciudades marroquíes” a Ceuta y Melilla. Se convocó de urgencia a la embajadora alauita, Karima Benyaich, una reputadísima diplomática hija de un médico granadino que dio su vida para salvar la de Hasán II, para pedirle explicaciones. La secretaria de Estado de Exteriores, Cristina Gallach, fue una malva al recordar al premier El Othmani que “espera de todos sus socios respeto a la soberanía territorial”. Sólo le faltó pedirle perdón.

La callada por respuesta fue la táctica gubernamental cuando Marruecos se apropió por la patilla de aguas españolas de las Islas Canarias. Otro ejemplo de que el país de El Cid, Colón, Pizarro, Hernán Cortés y los africanistas se hace pis a las mínimas de cambio. Nos tienen tomada la medida, nos acongojamos cuando nos embisten y nos chuleamos de ellos cuando toca echar mano de la diplomacia. Es imposible ser más lerdos, más masoquistas y más frívolos.

La mini Marcha Verde sobre Ceuta es, me temo muy mucho, el primer episodio de un proceso que irá a más y que, antes o después, culminará con la invasión total de Ceuta, española desde hace 400 años, y de Melilla, territorio nacional desde tiempos de los Reyes Católicos. Y el Gobierno seguirá a por uvas. Como lo ha estado en la crisis desatada el lunes pasado. ¿Me puede explicar alguien para qué carajo está un CNI que nos cuesta 300 millones al año si no es para detectar ataques como éste?

Biden tiene castigado a un Sánchez que en noviembre se jactaba de ser un socio preferencial del septuagenario político demócrata

Y, como quiera que no somos nadie en el concierto internacional, el martes llegó el zasca de nuestra vida cuando el secretario de Estado estadounidense, Tony Blinken, se posicionó sin posicionarse del lado del invasor: “Marruecos es un aliado estratégico”. Lo normal cuando tienes empotrado en tu Gabinete a sicarios comunistas de Maduro como hasta hace un mes Pablo Iglesias, como Irena Montera o como la malencarada Belarra. El emperador Biden tiene castigado a un Pedro Sánchez que en noviembre se jactaba de ser un socio preferencial del septuagenario político demócrata. Pues bien: ha llamado ya a 30 mandatarios internacionales pero ha pasado olímpicamente del nuestro y eso que, de momento y hasta nuevo desastre socialista, somos la decimocuarta economía del planeta.

Biden tampoco ha designado embajador en España. Y ahora nos mete un palo de aquí no te menees porque no se fían de un Gobierno condicionado por comunistas bolivarianos y porque muchos ministros ponen a parir a la superpotencia a las primeras de cambio. Cómo serán las cosas que la Casa Blanca está restándonos apoyo militar, un disparate teniendo en cuenta el nada desdeñable hecho de que somos un socio de la OTAN que domina el Estrecho de Gibraltar, para transferírselo a los marroquíes. Respaldo que se traduce en múltiples regalías: la compra del F-35, el mejor caza del mundo que llegará a nuestros adversarios antes que a nosotros, de 200 tanques M1 Abrahams y de los eficacísimos misiles tierra-aire Patriot. Y nosotros jugando al flowerpower.

La actuación de la ministra González Laya ha rozado lo delictivo si es que no ha incurrido en un ilícito penal. ¿Qué es esto de colar en España a un individuo reclamado por la Audiencia Nacional con pasaporte falso y ocultándoselo a la ministra titular (Margarita Robles) de la base militar por la que entró? De lo que se tiene que enterar, no se entera, y de lo que no se tiene que enterar, se entera. De coña.

El permanente puenteo a la Corona tampoco les ha salido gratis a estos piernas. Lo de Ceuta se hubiera resuelto en un periquete con una llamada de Felipe VI a Mohamed, entre otras muchas razones, porque el enfermísimo Comendador de los Creyentes sólo respeta y sólo trata de tú a tú a nuestro monarca. Pedro Sánchez no se ha dignado a descolgar el teléfono para lanzar un SOS al Palacio de La Zarzuela. Y el conflicto sigue al rojo vivo. Porque esto no es el principio del final sino el final del principio.

Marruecos se ve fuerte, básicamente porque es una nación cada vez más fuerte y rica (con un PIB que crece a un promedio del 4% en los últimos tres lustros) y por el nada insignificante hecho de que nosotros estamos débiles como jamás en 44 años de libertades. Con Suárez éramos la envidia del mundo por la modélica Transición de la dictadura a la democracia; con Felipe porque entramos como un cohete en la Unión Europea y porque dejamos alucinado al resto del mundo con unos Juegos Olímpicos y una Expo ejemplos de modernidad y organización; y con Aznar porque mandábamos en Europa y nos metimos por primera vez en ese eje trasatlántico EEUU-Reino Unido que es el que manda urbi et orbi. Con el iluminado y no menos sectario de Zapatero entramos en barrena, con Rajoy no fue ni fu ni fa porque la política internacional le importaba un pepino y con Sánchez está siendo el acabose. Un Ejecutivo con ultracomunistas a sueldo de Venezuela e Irán es el camino más recto para que nos otorguen el estatus de nación no fiable o fallida. Y si encima hacemos el imbécil en lugar de echar mano de la normalmente infalible realpolitik, el desastre, el desprestigio y la ruina están asegurados. El que un día fue un imperio en el que no se ponía el sol, va camino de ser un Estado paria.

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