La gente toma a chufla al indigente Sánchez
Sin estado de alarma establecido, sin armas legales indiscutibles que lo justifiquen, la ministra Darias intentó el miércoles cerrar Madrid y algunas otras comunidades del PP y de otros partidos, incluidos sus habituales socios. Fue una añagaza o, peor aún, una maniobra de distracción que nada tiene que ver con la coyuntura sanitaria. El Gobierno, por boca de la ya domeñada ministra del ramo, la canaria Darias, ha utilizado para la ocasión una de sus martingalas preferidas: tapar sus escándalos con una nueva polémica. La tremenda reacción que ha tenido casi toda España a la concesión de los indultos a los sediciosos de octubre de 2017, la tremolina diplomática que se ha organizado con el trato a favor al líder polisario Brahim Ghali, o la estupefacción que ha cundido en el público en general con el nuevo precio de la luz (por cosas como estas caen gobiernos hasta en países civilizados) necesitaban un disimulo del Gobierno socialleninista que nos “okupa”, algo, en definitiva, para, crudamente, llamar la atención. Y, dado que estos sujetos del Ejecutivo no están sobrados de ideas, y las que tienen o son francamente desafortunadas o se les vuelven directamente en contra, otra vez el dúo Sánchez-Redondo se dijo a sí mismo: “¡Anda, los donuts!”, y recurrió a lo más trillado: el Covid maldito y sus circunstancias.
Y ahora, cuando todos los parámetros de la infección están descendiendo a un ritmo notable, cuando el tiempo ha demostrado que los hosteleros no han sido precisamente colaboradores activos del virus, el Gobierno de la infortunada Darias (al fin y al cabo ha sido utilizada como instrumento para sembrar el terror) se lanza de nuevo contra los bares, sean del rango que sea, y decide su clausura a cal y canto, tal y como si de nuevo estuviéramos en los peores momentos de la pandemia. Los industriales del sector han tomado la medida de Sánchez y su pandilla como una auténtica venganza al apoyo decidido, casi universal, que los propietarios otorgaron a Ayuso en las pasadas elecciones de Madrid. No obedecerán y encima se reirán de los alguaciles. Al respecto se preguntan con toda justeza: “Pero, vamos a ver: si resulta que durante la campaña electoral los datos de Madrid y de España entera eran mucho peores que los que ahora tenemos, ¿por qué no anunciaron una resolución como ésta?” Ellos mismos responden: “Porque entonces el apoyo a Ayuso hubiera sido incluso mayor”. Tienen toda la razón.
Por eso ahora el Ejecutivo de ultraizquierda se toma la revancha. Es algo así, tan infantil, como esto: “Ahora os vais a enterar de quiénes somos nosotros”. Y, ¡a cerrar por dentro los bares! El problema es que aquí, en Madrid y en España entera ya no rige el estado de alarma, el secuestro generalizado al que nos ha tenido sometidos Sánchez meses y meses, y que, ¡oh, qué pena! no existe ninguna legislación en la que pueda fundamentarse una decisión confiscatoria como la anunciada por la infortunada Darias. Y no existe porque, pese a sus promesas de un año entero, el Gobierno fue incapaz de promulgar y aprobar una ley para los tiempos posteriores a la alarma. Se escondió tras la autonomía de las regiones y éstas, no menos de un tercio de la población del país, le han hecho a Sánchez y a su pandilla de leguleyos feroces, una sonora pedorreta. Sencillamente les han dicho: “No pensamos obedecer, no vamos a cerrar los bares, no respetamos vuestras órdenes”.
Y esta vez no es solo la heroína Ayuso la que se enfrenta con el poder establecido y en bastantes aspectos usurpado de La Moncloa, sino que ha encontrado el apoyo y la resistencia del País Vasco, Cataluña, Galicia, Andalucía y Murcia, o sea Gobiernos autónomos de cariz diverso. Castilla y León se abstuvo en la votación y la acosada ciudad de Melilla hizo lo mismo. Es decir: un bofetón en toda regla al que el Gobierno ha contestado saltándose de nuevo el uso legal porque, recuérdese, en el Consejo Interterritorial, que no se rige por las normas de las conferencias sectoriales, no hay preceptos de obligado cumplimiento. Los tribunales lo dictaminarán así. Otra vez el tiro, el de Moncloa y asociados, por la culata.
Naturalmente que la propaganda oficial ha mordido de nuevo (¿será estúpida?) la carótida de Madrid. Es tal la rabia, el encono, el asco en definitiva que Sánchez atesora contra Ayuso que ha ordenado una campaña feroz tildando a la región de Madrid nada menos que de “rebelde”. Así, sin encomendarse ni a Dios, ni al diablo, por si cuela. Y no está colando. En su refriega con Madrid, Sánchez ha perdido muchos soldados, socialistas incluso, que han preferido a Ayuso que al desaparecido Gabilondo, y sobre todo, ha perdido el fervor popular, tanto que la mancha azul de Madrid ha cubierto una enorme parte de España. Y ante eso, ¿qué hace Sánchez? Pues esto; en su indigencia intelectual vuelve a utilizar los mismo métodos de acoso y derribo que le llevaron a una derrota monumental el 4 de mayo. No se puede ser más estulto. Si en este momento, Ayuso se plegara al cierre masivo que le ha exigido sin capacidad legal Darias, la hostelería le retiraría el apoyo. Así son las cosas, y así las contempla cualquier espectador imparcial.
Y es que además, y en su rudeza política, los dictadores del Gobierno, anuncian medidas contradictorias. Cierran, o pretenden hacerlo, el interior de los bares pero abren las terrazas hasta bien entrada la madrugada. Son tan torpes que ya la gente no les toma en serio. Esta vez, de nuevo, se les ha ido la mano, han ensayado la gran revancha contra Madrid y sus alrededores, han enfadado a no menos de treinta millones de españoles (los habitantes de las regiones que han querido clausurar) y encima las criadas les ha salido respondonas y no va a hacer caso al señorito de La Moncloa que ya no da más que palos de ciego. Y encima, con la luz por la estratosfera. A planchar de madrugada ordena Calvo. Todo un triunfo para ellos, para él muy en concreto. Tal parece que este hombre no sólo se está ciscando en los electores de mayo, sino en los futuros, advirtiéndoles de las cosas malas que les pueden pasar si continúan votando al centroderecha. Lo peor para un gobernante es que, como al Piyayo de José Carlos de Luna: “A chufla me toma la gente”. Estos bodoques ordenan, mandan y nadie les considera serios. Son como los últimos censores de Franco, los pobres, que confesaban. “No sabemos para qué trabajamos, la gente ya no nos tiene miedo”.
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