Sánchez, un megalómano peligroso

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A medida que se van sabiendo los pormenores de la escabechina que ha realizado Sánchez entre los propios suyos, aumenta la impresión de que, como asegura un socialista de toda la vida, “la megalomanía de este personaje está aún por describir”. Y aumentará con este nuevo espectáculo que quiere montar en el Valle de los Caídos. Un día se presentará como el hombre que derrotó a Franco y a Primo de Rivera de una tacada. Ya lo verán. Respecto a este Gobierno, que se ha formado a trancas y barrancas, no es el que pretendía Sánchez, pero ya le ha servido para aprobar la Ley de Revancha Histórica. Sépase que el presidente ha utilizado una crueldad brutal con alguno de los que, según se suponía, iban a acompañarle hasta el punto final de su gobernación. En impiedad casi no distingue entre Franco y los propios suyos. Es el caso de Ábalos al que Sánchez tuvo entretenido días a días en el relleno de la quiniela de diversas formaciones ministeriales. Fue su ayudante en ese trance, en la seguridad -ya se ve que infundada- de que a él no le cortaría la cabeza. Y fue la una de las que rodó, Cuando se enteró el pobre Ábalos agarró un rebote de padre y señor mío y filtró a su periódico de cabecera que “dos por el precio de uno”, que también se marchaba de la Secretaría General del PSOE. Y, probablemente sin querer, le dio la salida a su amigo, así que éste, desde la Moncloa, encargó directamente a su íntimo colaborador, el navarro Santos Cerdán, que fuera poniendo orden en Ferraz. Cerdán, acostumbrado a realizar las más abyectas operaciones de su jefe (caso pacto con los independentistas y los proetarras en Navarra) se puso manos a la obra y en primer tiempo de saludo.

Mientras tanto Sánchez llamó en persona a su portavoz en el Senado, Ander García Gil, para darle la buena nueva de su meteórico ascenso: iba a nombrarlo, sin ni siquiera consultar a su Grupo Parlamentario, presidente de la Cámara Alta. ¿Para qué respetar la autonomía parlamentaria? ¿Por qué hacer ese movimiento? Pues porque pretendía llevar a Llop, hasta entonces presidenta, al Ministerio de Defensa, esto también sin  dar pábulo a la actual ministra, Margarita Robles. ¿Qué sucedió? Pues que Robles, que aventaba lo que se disponía a efectuar el preboste, ¡no se puso literalmente al teléfono de su jefe! La quería mandar a Interior para echar definitivamente a ese “grano paliducho” (así le llaman en el Palacio de la Castellana) de Marlaska, pero Robles, que ya calza en la política botas de siete leguas, puntuó el ‘off’ en su móvil. Como me lo cuentan, lo cuento, parece increíble pero, tratándose de Sánchez, todo es posible.

Ahora la pobre Llop, cazada al vuelo por el patrón, va a tener que enfrentarse a duelo nada menos que con parte, no todo, del Tribunal Constitucional. Y, como ya ha comprobado que Sánchez nunca paga favores, se teme que tenga que desarrollar el infortunado papel de su antecesor, Juan Carlos Campo, e intentar impedir que el Constitucional, aún bajo la Presidencia del converso González Rivas, le meta otro formidable varapalo al Gobierno en dos asuntos pendientes de la máxima trascendencia social: los nuevos estados de alarma, la Ley de Eutanasia, y ese engendro inmoral que atiende, fíjense, por “libertad sexual”. Ahora mismo, las decisiones finales de este Tribunal son inaprensibles aunque la postura de González Rivas es, desde hace más de dos años, perfectamente previsible. Ha conseguido, eso sí, convertir la institución en un patio de verduleras. El vigente mandatario del Constitucional no tiene la menor intención de pasar a la jubilación cuando le toque marcharse del edificio semicilíndrico de Domenico Scarlatti. Sánchez, que tiene tentáculos hasta en las obras del Estadio Bernabeu, supo en su día de esta preocupación de González, y le transmitió, quizá por la vía de Conde-Pumpido, rector callejero de la facción socialista en la institución, la oferta de un puesto futuro y para toda la vida en el Consejo de Estado. Una oferta irrechazable, pensó González. Y en eso está el hombre.

Así, Sánchez, en su línea, va moviendo piezas y piezas para componer su cuadro final de dominio de todas las entidades del país. En este sentido, su Gobierno, tal y como lo concibe, es sólo un cuadro de actores que bisbisea en cada momento las órdenes que él transmite. Una reciente prueba de su megalomanía: con ocasión del acto celebrado el jueves pasado en recuerdo de todas las víctimas del maldito virus, Sánchez envió a quien correspondiera una invitación de asistencia comunicando que, aparte de él, de su excelsa persona, “asistirá Su Majestad el Rey Felipe VI”. Alguno de sus elegidos va a guardar el recuerdo para introducirlo en su baúl de situaciones inéditas en la Historia. Sólo hay un caso en la trayectoria desde la Transición hasta aquí que pueda considerarse similar: a la inauguración de una gran exposición en el Museo de El Prado, el entonces director general de Bellas Artes, Javier Tusell, envió la convocatoria a media España, con esta nomenclatura: “El director general de Bellas Artes, acompañado por la ministra de Cultura…”. Soledad Becerril, a la sazón titular de ese departamento, rememora, y se ríe de vez en cuando, con esa ridícula situación. Pues ahora, lo mismo.

Y es que, en opinión de los psiquiatras más reputados, la megalomanía, es tratable, pero no curable. Es pura patología. En otro de sus adelantos para fijar un calendario que le saque de la mísera consideración electoral que ahora padece, Sánchez ya ha empezado a vender como cosa suya, la Presidencia Europea que toca a España, porque va de un país a otro, en el segundo semestre del año venidero. A algún representante muy cualificado de la sociedad civil ya le han transmitido que esa será una gran ocasión para presentar a la “nueva España” que, bajo su mandato, se ha construido, alejada ya de puñeteros Covid y cercana a una progresividad absolutamente desconocida en nuestro trayecto como Nación. Con ese menester, ‘Ad maiorem Dei gloriam’, viaja ahora a EEUU y, a finales de agosto, señora incluida, a África.  ¿Estamos o no estamos ante un enorme, descomunal, peligroso megalómano?.

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