Ferrovial: éste no es país para empresarios

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Desde que se conoció la decisión de Ferrovial de trasladar su sede fuera de España camino de los Países Bajos, toda la ira y la furia que alberga este Gobierno en la recámara se ha desatado contra la multinacional. Ésta es una práctica, toda una maquinaria, que ya se puso en marcha y se engrasó convenientemente contra destacados ejecutivos del país como Ana Botín, la presidenta del Banco Santander, o Ignacio Sánchez Galán, otro tanto en Iberdrola, cuando tuvieron la osadía de, en defensa estricta de sus intereses legítimos, criticar los impuestos inventados por el señor Sánchez para castigar a bancos y eléctricas confiscando arbitrariamente parte de los beneficios obtenidos en el libre juego del mercado con el pretexto infame de obligarlos a ser solidarios y contribuir a que la nómina de parásitos y de funcionarios que acaparan la nación sea todavía más abultada. Cualquier estado sensato del mundo debería estar orgulloso de sus empresarios más destacados, señalarlos como ejemplo social que seguir y cuidarlos al máximo.

Pero la España de Sánchez hace tiempo que se ha alejado del sentido común y jamás ha estado en favor de la excelencia, de manera que el desafío emprendido por Ferrovial en busca de las oportunidades que no encuentra aquí ha desatado toda la furia y la ira que es capaz de escupir este Gobierno cuando alguien se atreve a mostrar su desacuerdo con el estado actual de las cosas. Como es habitual, Sánchez fue el que abrió el fuego afirmando que lo que en realidad quiere el señor del Pino, el jefe de la empresa, es librarse de pagar el impuesto a las grandes fortunas -una infamia lanzada con total impunidad- y que todo esto lo hace por motivos fiscales, por evitar el pago de tributos que, de acuerdo con el lenguaje comunista que domina al Ejecutivo, servirían para la estrategia tan falsa como mágica puesta en marcha por el mandarín de la Moncloa, y que consiste en no dejar a nadie atrás en esta crisis, aunque las cunetas estén ya realmente llenas de cadáveres.

Después del premiér, cogió el testigo con una energía y una bravura inéditas la vicepresidenta Calviño, que ha calificado a Ferrovial de antipatriota, y ha movilizado a todas las instituciones del Estado, la CNMV, la Bolsa de Madrid y en último término la Agencia Tributaria para, en primer término, sostener que es posible cotizar en Wall Street sin necesidad de marcharse de España, y después para amenazar a la compañía con perder las exenciones fiscales que podría percibir con motivo de su reestructuración y fusión de sociedades, advirtiéndola de pérdidas cuantiosas.

Afortunadamente, todo esta secuencia de intimidaciones es una bravuconada que no se ajusta a la realidad y está muy lejos de las posibilidades y de la potencia de fuego de todas estas instituciones independientes mancilladas y obligadas a someterse a los caprichos de Sánchez. La verdad es muy diferente a la que pretenden mostrarnos los vendedores de crecepelo que nos gobiernan. La verdad es que es imposible cotizar en Nueva York a través de acciones ordinarias desde España, y en consecuencia es imposible disfrutar de un mercado profundo, acceder a una liquidez y financiación sin límites ni tampoco gozar de las enormes oportunidades de negocio que se abren allí y que están vedadas en España. De manera que lo último que ha contemplado Ferrovial antes de tomar su decisión han sido las cuestiones fiscales. Le mueven motivos puramente económicos: rebajar costes, ser más eficiente, ganar más dinero.

Todos los argumentos exhibidos hasta ahora por Calviño y sus lacayos, sin el menor reparo en menoscabar el prestigio y la reputación de importantes organismos públicos, son falsedades con el único fin de amedrentar y quebrar la libertad de decisión de una empresa privada en el marco de la Unión Europea, simplemente marchándose a otro país miembro que ha tenido la suerte de estar dirigido desde hace tiempo por personas más acertadas y convencidas de la inmensa aportación de las empresas al bienestar común.

Y bien. La pregunta oportuna es por qué el Gobierno está quemando todas sus naves para evitar la fuga de Ferrovial a sabiendas de que tiene la causa perdida, sólo con el empleo de artes que tienen que ver más con el matonismo y las prácticas de tono mafioso que con un análisis ponderado de los acontecimientos. Trataré modestamente de explicarlo. Está rebasando todas las líneas rojas posibles por la sencilla razón de que la marcha de Ferrovial es una refutación en toda regla, completa y total, de la política económica de este Gobierno inicuo. Es el mayor golpe posible a efectos internacionales, el que más daño puede causar al país entre los inversores que olfatean las posibilidades de negocio en todos los lares del mundo y que son alérgicos a los Estados con normativas hostiles, el que ridiculiza hasta lo grotesco los aires de grandeza de Sánchez, sus paseos por el Foro de Davos, sus reuniones esporádicas con los grandes fondos de inversión -que después de la saga fuga de Ferrovial parecerán absolutamente grotescas-, así como su deseo de ocupar un lugar destacado en la esfera internacional.

Ferrovial se va de España porque no puede crecer más desde aquí, porque estar aquí residenciada es un obstáculo a su expansión y la debida satisfacción de sus accionistas, la mayoría de los cuales votarán hoy, por fortuna, por emprender nuevos vuelos y más altos. No hay crítica más severa, ni más atinada ni tampoco más eficaz contra el sanchismo que emprender la huida antes de quedar contaminado por el ambiente hediondo que exuda la nación, ese odio al empresario instalado en lo más hondo del Consejo de Ministros que ataca sin misericordia la prosperidad general.

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