Felipe VI se ha mojado hasta las trancas
Hasta las trancas. Tras conocer la declaración de Felipe VI a favor de las elecciones generales, un dirigente popular que me rogaba «más que nunca, absoluto ‘off the record’» porque, decía, «a quien le tienen que haberle sentado como un tiro las palabras del Rey es a Pedro Sánchez”. Mucha ironía –mucho sarcasmo incluso– en esta reacción, pero un acierto. Al presidente del Gobierno en funciones, de teatro en teatro recorriendo España a nuestra costa, no le importa nada, menos que una higa, que se repita el 26-A. Nada. Felipe VI, muy avezado ya en el trato con esta pesadilla nacional, lo sabe y, sin embargo, ha apostado por no abrir las urnas de nuevo . ¿Por qué el Rey se ha mojado hasta las trancas?
Hay opiniones para todos los gustos, pero la mía , que es de lo que se trata aquí, es que el monarca mira la política gracias a sus luces largas, y no a las de posición que alumbran sólo las peripecias diarias. Don Felipe está alarmado –sugieren episódicos visitantes (no Revilla, que el bufón vocinglero sencillamente forma parte del circo socialista de Manolita Chen)– porque la situación en España, la general, se está deteriorando con la misma rapidez que en 2008. Los datos de nuestros euros empeoran, nuestra arquitectura territorial está pendiente del gran susto que puede acarrear la sentencia por la rebelión catalana, y para mayor inri, Don Felipe ya ha comprobado que de este ufano egocentrista que nos gobierna o cosa a sí, no se puede fiar porque únicamente le interesa su continuidad en la poltrona presidencial, nada la permanencia de España como nación. Lo tiene demostrado y el Rey es bastante menos tonto que el resto de los españoles.
Felipe VI, cuya hija y heredera es también Princesa de Viana, se ha estremecido en estos días al comprobar que “su” presidente en funciones ha vendido Navarra a los separatistas vascos y a los proetarras de la peor condición, esos que festejan a los asesinos más crueles y callan ante el gran estropicio humanicida que fue el terrorismo de ETA. Así las cosas, el Rey debe creer, con toda la razón del mundo, que todo es susceptible de empeorar y que en consecuencia lo más apropiado es resolver el crucigrama nacional lo antes posible. Y se ha inclinado, con asesoramientos varios y quizá algunos profundamente desacertados, por buscar una fórmula de Gobierno que -eso también lo sabe- no será el Bálsamo de Fierabrás que abone “una poca de estabilidad”, que diría Felipe González. La declaración regia no parece tener precedentes en nuestra reciente historia democrática. En una ocasión, cuando la corrupción anegaba al PSOE, preguntamos directamente al rey Juan Carlos I si pensaba hacer alguna advertencia al respecto. Contestó confidencialmente ésto: “¿Para qué? ¿Para que me acuséis luego de “borbonear”?”.
Pues bien, ¿ha “borboneado” ahora Don Felipe? Los partidos, salvo los que pretenden directamente barrenar España, no han dicho, ni dirán, nada en absoluto, pero no se han llevado, según todas las informaciones, sorpresa alguna por la posición Real. Ninguna sorpresa. Felipe VI mantiene de común conversaciones muy frecuentes con políticos de toda condición, son los que conocen perfectamente su opinión. Del mismo modo, el Rey sabe que desde el centro derecha no existe la menor tentación de sentar, con abstenciones varias, otra vez a Sánchez en La Moncloa. Es curioso pero, a lo que parece, aquí todo quisqui habla con la boca pequeña claro, de no repetir elecciones. Otra cosa muy distinta es lo que se indica cuando está de por medio el bolígrafo de un periodista. El Rey, no se olviden el dato, es más español que el toro de Osborne, y sus opiniones siempre están cercanas a las de la mayoría del ganado hispano. Pero su misión es distinta.
Felipe VI está dejando meridiano que se la juega cuando hay que jugársela y ahora ha decidido, digo yo, que tenía que hacerlo. Por lo que algunos juzgan como intromisión y sencillamente es un ejercicio de responsabilidad, le pueden llover palos sin cuento, pero Felipe VI sostiene, y esta es la realidad, que la Corona no es un adorno constitucional. Muy mal debe estar contemplando la situación para haberse encharcado de esta guisa. Al Rey de España, de vez en cuando, hay que “verle”, notar su presencia, porque si no le puede suceder a lo que a menudo denunciaba el mejor jefe que haya tenido nunca la Casa de Rey, Sabino Fernández Campo. Decía el general: “Lo peor que le puede pasar al Rey es que le pongan tan alto, tan alto que un día no se le vea”. Y añadía: “O sea, que no tenga opiniones sobre nada”. Ahora, como en octubre de 2017, se le ha “visto”. Esta en su papel. Algo diferente sería si hubiera cantando, por ejemplo, las virtudes de un gobierno concreto de coalición. O de una solución a la portuguesa que en Lisboa sólo está alimentando al PSOE.