Feijóo sí tiene sangre pero no mala leche

Feijóo

Con perdón por el vulgarismo. Me preguntaba esta semana si Feijóo, como líder del Partido Popular, tiene sangre, lo que era tanto como especular sobre una cierta falta de tono, de arrogancia política en sus actuaciones. La cuestión venía -y viene- dada porque en los últimos tiempos, incluso días, se le ha criticado su templanza retórica, lo que los mánager de boxeadores antiguos llamarían un cierto punch.

Escribía -y perdón por la sostenida mención- que los mismos que enjuician negativamente ahora su carencia de agresividad retórica son los que en los pocos momentos en que el gallego se ha venido arriba y ha traspasado, no crean que mucho, pero sí un poquito, los límites de la facundia encendida en sus intervenciones, le han advertido que por ahí no, que ese camino llevaba al presidente popular a confundirse con la derecha extrema de Abascal. Los mismos. Y aún afirmaba en este punto: al parecer, lo que sucede es que estos enjuiciadores desde su confortable barrera se piensan investidos de una excelencia que no visualizan en los demás. O sea, la desmesura de unos diletantes.

Y dicho esto: ¿por qué se escribe en este titular que, dado por supuesto que Feijóo si tiene sangre, de lo que carece es de la castiza mala leche del español sentado? Bien: el gran acontecimiento de estos días, que no ha sido otro que el abordaje totalitario del Tribunal Constitucional por parte de las hordas de Sánchez, viene a confirmar que también a este PP, como de costumbre, o le faltan reflejos, o, simplemente, no llega a creer que, enfrente tiene personalizada la maldad, la traición, y el embuste. Porque verán: ya es Cándido Conde-Pumpido, como pretendían él propiamente y sus mecenas Sánchez-Castejón, presidente del Tribunal Constitucional, y a su lado la magistrada Montalbán, que tiene apellido de serie televisiva, se va a sentar al menos durante los dos próximos años como la vicejefa de la desprestigiada institución.

Y aquí viene la cosa: los dos se pueden ufanar de sus respectivas conquistas gracias a la ingenuidad o buena fe de la derecha. Lo explico: el voto decisivo para su elección ha sido la de Segoviano, una juez (me resisto a llamarle jueza porque me resulta despectivo) que ya jubilada como presidente de la Sala de lo Social del Tribunal Supremo, fue insólitamente rescatada del ocio por sus antiguos colegas de los tribunales de Valladolid, y llevada en andas hacia el aspirantazgo del Tribunal Constitucional. Dos miembros del Consejo General del Poder Judicial que coincidieron con ella en los menesteres judiciales de esa provincia castellano-leonesa, comunicaron a sus cercanos de asiento en el Consejo que había un mirlo blanco con el que podían contar para romper los impedimentos de renovación del Tribunal. Al Consejo le competía designar a dos candidatos para esta institución y hallaron que Segoviano reunía dos valores: sapiencia jurídica y una cierta independencia. «Del mal, el menos», llegó a decir a este cronista uno de los integrantes del llamado «sector conservador» del Consejo. Así que este sector unánimemente y asesorado al parecer por el ‘clan de Valladolid’ procedieron a su apoyo público. ¡Nunca lo hubiera hecho!

Ahora se sienten defraudados porque la señora Segoviano les ha hecho una inconmensurable peineta: primero, ha contribuido con su voto decisivo al que el hombre que siempre apuesta con mancharse la toga con la mierda del camino sea ya presidente del Tribunal, y segundo, ha despojado a sus mecenas de la vicepresidencia de la entidad, siempre adjudicada de forma ya casi consuetudinaria a la facción opuesta a la que ostente el mando supremo. Es absolutamente cierto que a los valedores de Segoviano la pirueta de la magistrada comunista les ha puesto cara de tontos, placeados y muertos a estoque por la mencionada y desde luego por los aprovechados del Gobierno y del Constitucional que han dejado a la institución para el tinte en los próximos nueve años.

Lo cierto es que si al Partido Popuar no le hubiera entrado de sopetón un gran ataque de responsabilidad, y no hubiera abandonado su idea de impedir nuevos nombramientos sectarios también en el Constitucional, ni la señora magistrada estaría ya cobrando el pingüe sueldo que lleva aparejada su poltrona, ni el dúo Pumpido-Montalbán se hubiera hecho con el poder omnímodo nada menos que en la última instancia que tenemos los españoles para defendernos de los ataques que se perpetran, prácticamente a diario, contra nuestra Norma Suprema. De aquí, el sentido y la literalidad doméstica de nuestro titular. Resulta extraño que a estas alturas de la perniciosa gobernación de Pedro Sánchez-Castejón, alguien en el Partido Popular pueda presumir un átomo de decencia democrática en el sujeto en cuestión. Tengo ante mí el recuerdo de una cita de no sé quién, lo confieso, que reza algo así como ésto: «Nunca es excusable ser malvado, pero lo es menos parecer que no se sea malvado». Como anillo al dedo viene para el presidente. Como advertencia debería servir para que todos los que tratan con el individuo tengan ese signo como asunto para prevenirse de sus fechorías. Y el PP, en esta clave del nuevo Tribunal Constitucional, se ha comportado como un pardillo, le han comido la merienda los barreneros del Gobierno social-leninista.

No es bonito escribir cosas así porque tienen por fuerza que ser interpretadas como la denuncia de una cierta puerilidad de Feijóo y su equipo. Para enfrentarse con esta cuadrilla de malversadores es aconsejable el colmillo retorcido porque nada bueno se puede esperar de ellos. Ahora mismo, en todo caso, el PP tiene una oportunidad de plata, tampoco vayamos a exagerar la calidad del metal, para que Sánchez-Castejón y sus cuates no le vuelvan a tomar la pelambrera. Queda una vacante por cubrir en el Constitucional fruto de la incapacidad biológica de uno de sus antiguos miembros, y o el PP se asegura de que ese puesto será para su grupo o no debe entrar en la negociación con unos tipos, los de enfrente, que con toda certeza le van a engañar. En este Ruedo Ibérico de ahora mismo, o se presume la mala leche del contrario, o éste te envenena la propia. Recado afectuoso para Alberto Núñez Feijóo.

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