Feijóo, ni moción ni emoción

A Feijóo no le fallan las intenciones, sino el discurso. Obligado a representar a la España cabreada, cuando eleva el tono muestra una incomodidad impropia, como si le costara definir las cosas por su nombre, no sea que moleste al criticado. No se le ve del todo convencido cuando habla de la organización criminal que ha usurpado la nación a golpe de trinque y saqueo y tiene a la mitad del país dependiendo de su próxima paga next generation. He visto a socialdemócratas más indignados con el PSOE que al bueno de Alberto, que considera que la moderación y la sensatez son equivalentes a la mesura retórica y el conformismo de alternancia.
Si algo nos deja claro la historia es que del socialismo state of mind no se sale con decoro institucional y reparo discursivo, sino con la contundencia de una estrategia que lleve al extremo a quien ha hecho de España el paraíso de la corrupción y el delito. La sensatez de la que presume Feijóo, no sin razón, no es incompatible con la vehemencia que exige la actual situación de deterioro institucional, político y económico que amenaza con instaurar el peronismo en España por décadas, arrastrado por la podredumbre moral de quienes lideran el país, acobardados ante la decadencia y cómplices de lo que sucede, pendientes de un BOE del que dependen como el comer.
Quien desea ser presidente del gobierno por la vía de la alternancia debe ser consciente también de que al poder no se llega por omisión de funciones ni esperando que en la ruleta del voto haya algo de suerte, sino porque has merecido la confianza por un proyecto, unas ideas y unas convicciones que hoy, lejos de plasmarse en un ideal de campaña, acaba subsumido en la desilusión y la falta de criterio. Y eso aleja al votante de confiar su suerte en tus manos cuando llegue el momento. Lo peor que se puede decir ahora mismo de Feijóo es que no sabemos qué proyecto tiene para España, a la luz de sus declaraciones y a la vista de sus hechos. Convencido, por los socialistas que rodean su figura, de que es factible atraer al votante del PSOE que nunca votará al PP, se olvida de que hay una España detrás que quiere romper con todo, no por la vía de la fuerza, sino de las reformas serias y los cambios concretos y definitivos. Y eso no pasa por contentar a los que nunca te van a votar, a riesgo de perder a los que siempre te han votado.
Ya que el discurso de Feijóo no emociona, ni en su estrategia cabe una moción -de censura- que exponga al mundo y a la nación en manos de qué delincuentes estamos, sería conveniente que arriesgara más en sus intervenciones públicas y anuncie, por ejemplo, un programa de gobierno que incluya, como primera medida, una auditoría de las cuentas públicas que implique conocer quién ha metido la mano en la caja común y se ha llevado hasta las telarañas. Medida obligada si crees en la regeneración. Junto a ello, una reforma del sistema electoral y político (que conlleve una reforma constitucional en última instancia) para eliminar el sistema de listas cerradas y elevar el umbral de representación al cinco por ciento en todo el territorio nacional. Y explicar a la ciudadanía que así se acabaría con el modelo parasitario de chantaje nacionalista, algo relativamente fácil si sabes cómo. Pero, sobre todo, si quieres otra España que funcione.
Queda claro que no se puede defender la reducción del Estado y hablar de ayudas constantes para que millones de personas sigan dependiendo de su ubre, como no se puede representar a los autónomos y pymes acudiendo a la fiesta de la gamba sindical para que no te hagan huelgas indecentes si un día gobiernas. Tampoco es compatible la defensa de una España que controle sus fronteras, como ya pide Europa en su conjunto, con un sistema de corazón grande y oenegés satisfechas. Alinear intereses y deseos sólo es compatible cuando las convicciones son férreas y las ganas de cambiar España son sinceras. Rodeándote de quienes te leen la sociología electoral con la mano en Génova y el corazón en Ferraz sólo alimenta la sensación de turnismo, de continuidad de un régimen de afectos al statu quo, ése al que gran parte de los españoles han bajado el pulgar.
El sistema ha explosionado. No funciona desde hace años y la prueba es que cualquiera con ansias de poder, llámese Sánchez, puede destruir una nación con arrasar los cimientos que la edificaron. Y no habrá contrapoderes que puedan frenarlo, ni oposición que haga posible una regeneración verdadera, si no hay voluntad de que así suceda. Sin discursos que emocionen y movilicen ni mociones que retraten ni obliguen, a Feijóo sólo le quedan la constancia de unos jueces, la persistencia de unos periodistas y la rectitud de unos guardias civiles, que actuarán de la misma forma si su proyecto empieza y acaba por mantener a España en el mismo limbo pusilánime y corrupto de su paisano antecesor.
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