Europa pone a Sánchez en su sitio
La política internacional, como la vida misma, es una cuestión de hechos y de expectativas o, si prefiere decirse de otra manera, de combinar lo objetivo con lo subjetivo.
Vayamos primero por el análisis del plano objetivo. Colocar a Josep Borrell como nuevo Alto Representante de la Política Exterior de la Unión Europea es un éxito indudable, que unido a la vicepresendencia de Luis de Guindos en el Banco Central Europeo, obtenida en la etapa de Mariano Rajoy, confiere a España una gran visibilidad en puestos de primera línea internacional.
Dicho esto, Sánchez, de la mano de Macron, pretendía vendernos una realidad muy distinta hace escasos días. Los socialistas españoles y los liberales franceses iban a destronar a los populares de los puestos clave de la Unión. Lejos de cumplir con las expectativas –pasemos ahora al plano subjetivo–, hemos visto que dichas esperanzas han quedado defraudadas. El eje francoalemán en su doble vertiente –geopolítica e ideológica– ha vuelto a marcar la pauta. Lógico. Continúa siendo el motor de la Unión.
Ursula von der Leyen, democristiana alemana, ex ministra de defensa de Merkel, será la nueva presidenta de la Comisión Europea, y Christine Lagarde, alta tecnócrata francesa, será quien presida a partir de ahora el Banco Central Europeo. El anterior puesto de Lagarde fue la presidencia del FMI. Frans Timmermans, el candidato socialista de origen holandés a la presidencia de la Comisión Europea, quedó fuera. A Merkel puede temblarle el pulso, pero desde luego no le ha temblado la mano a la hora de marcar la pauta. Esta mujer continúa haciendo historia en el tramo final de su carrera política.
En resumen, el Partido Popular Europeo en concreto y la democracia cristiana como marco ideológico –entendida en sentido amplio– obtienen importantes victorias. Dentro de esta champion league de los puestos, la presidencia de Josep Borrell de la diplomacia europea es un cargo notable, pero de segundo orden. Muy interesante en todo caso para España que Borrell esté precisamente aquí, porque hace si cabe todavía más remotas las posibilidades de que el independentismo catalán tenga alguna suerte de credibilidad en las instituciones europeas.