Estado de emergencia
Estábamos deseando dar carpetazo a 2020, un año pródigo en acontecimientos singulares ya escritos en el libro de la historia de la humanidad y, por supuesto, en la específica de España; pero el comienzo de 2021 no parece cambiar la dirección de la ruta. A nivel global, lo sucedido el día de Reyes en el Capitolio de Washington también ha marcado ya este nuevo año de forma indeleble para la historia, con unas consecuencias imposibles de predecir en estos momentos, pero que dejarán con toda seguridad una profunda huella para los Estados Unidos y, por tanto, para el mundo. En el trasfondo, la lucha por la hegemonía global que le quiere disputar la China comunista que, con más de 1.400 millones de habitantes, nos recuerda la profecía de Napoleón: «El día que China despierte, el mundo temblará». De momento, la enfermedad infecciosa que Trump bautizó como «virus chino», le ha costado la presidencia y ha debilitado profundamente la democracia norteamericana, ocasionando una fractura social que obliga este miércoles a una inédita toma de posesión de Biden, con la capital tomada por 20.000 efectivos de la Guardia Nacional.
Cualquiera que sea el final de este episodio político, la pandemia está azotando con particular dureza a gran parte de Europa, Iberoamérica y América del Norte; es decir, lo que entendemos comúnmente por Occidente y, en general, el mundo libre. A la crisis sanitaria le acompaña la subsiguiente crisis económica y social que amenaza con una recesión no comparable a la de 2007 y más cercana a la de 1929, mientras China —incluida Wuhan— aparece pujante, en plena normalidad y crecimiento.
Si este nuevo año viene así marcado a nivel global, en España se superponen las consecuencias de tener desde hace un año, el primer Gobierno de coalición desde 1978, y nada menos que con los comunistas. «Ningún mar en calma hizo experto a un marinero» y el Gobierno socialcomunista de Sánchez e Iglesias —con alguna contada excepción— está acreditando una impericia extrema en la «tormenta» sanitaria, con el estrambote final de Filomena, convertida en la «tormenta perfecta» para España: el peor Gobierno en la situación más difícil en décadas. El manual prescribe que, ante una emergencia nacional, hay que cerrar filas y centrarse en lo importante, con gobiernos de amplia base y transversales en su composición. El «pacto del abrazo» entre Sánchez e Iglesias de noviembre de 2019, tras unas elecciones repetidas, fue un salvavidas para unos náufragos que se necesitaban mutuamente para no ahogarse ambos. El contenido de ese acuerdo estaba pensado para un escenario nacional e internacional superado totalmente por los acontecimientos y, si ya desde su inicio era propio de una radical coalición de Frente Popular, el año transcurrido ha ratificado su total inadecuación a las necesidades del momento actual. Con el Gobierno, la sociedad española está polarizada y dividida, alimentando la fractura con leyes como la de Memoria Democrática —cuyo título ya causa sonrojo— que resucita la Guerra Civil, para convertir por imperativo legal a los perdedores de la contienda en «los buenos» de la historia, y a los ganadores, en «los malos».
Lo cierto es que Sánchez tiene la excusa perfecta para romper ese pacto, invocando el principio rebus sic stantibus en virtud del cual, las circunstancias en las que se acordaron las estipulaciones han variado totalmente y son inaplicables en el momento actual. Muy difícil lo tendría Casado para negarse a un pacto de Estado de esas características que, sin duda, sería muy beneficioso para los españoles. Clama al cielo que en la actual situación España tenga un Gobierno con comunistas, separatistas y bilduetarras. Otros cálculos de interés personal o partidista por parte de unos u otros, serán reprobados severamente en su momento con la sanción oportuna de los españoles.
Se habla de la división social causada por Trump en Estados Unidos y que Biden va a resolver, ya veremos… Algunos «ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio»: entre nosotros la fractura no es menor, aunque Sánchez e Iglesias confíen en el ‘efecto Illa’ para que otro tripartito en Cataluña afiance el suyo en Madrid. Error descomunal por cuanto, con las exigencias republicanas, ese eventual tripartito va a aumentar más que aliviar las excesivas tensiones ya existentes.
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- Jorge Fernández Díaz