¡Por España: viva el Rey!

¡Por España: viva el Rey!

Hace siete meses estábamos en vísperas de entrar en Estado de alarma, una vez cumplido el peaje político impuesto por la ideología de género y el feminismo marxista, que no podían prescindir de sus manifestaciones del 8 de marzo. La marcha de Madrid estuvo encabezada por diez miembros del Gobierno, mientras la ministra de la Memoria democrática arengaba a las mujeres a asistir porque «les iba la vida en ello». No sabía hasta qué punto sus palabras resultaron proféticas, incluida ella misma en primer lugar, aunque la vida les iba por asistir y no por lo contrario.

Ahora, de un extremo nos vamos al otro, para encontrar a Madrid confinada y convertida en la obsesión política a batir por Sánchez. La consigna machaconamente repetida durante las más de catorce semanas de alarma fue que «#Unidos íbamos a ganar esa guerra, de la que además saldríamos más fuertes». Recordarlo hoy parece una broma macabra tras el pavoroso balance dejado por la pandemia. Así lo perciben los españoles, de los que un 89% califica la situación económica en estos momentos como «mala o muy mala», a lo que hay que añadir los casi 60.000 fallecidos, de los que el Gobierno solo reconoce la mitad en sus cifras oficiales.

Es preciso recordar todos estos datos porque esta nueva oleada estaba prevista y, sin embargo, seguimos aplicando las mismas medidas de entonces —mascarillas, confinamientos, distancia social y  aforos reducidos en locales—, que están provocando una tremenda destrucción de nuestro tejido productivo, en especial autónomos y pymes, sin apenas contener la expansión de los contagios. Ante la negativa del Gobierno, no disponemos de una auditoría externa e independiente de la gestión realizada, por lo que no hemos identificado los errores cometidos para enmendarlos. En julio se dijo a los españoles que disfrutaran de la «nueva normalidad», y en agosto Sánchez y el Gobierno se fueron de vacaciones, no preparando siquiera el cambio normativo legal para evitar el vapuleo judicial, que les ha tenido que recordar que, para limitar derechos fundamentales, no basta una orden ministerial, aunque sea de Illa.

Por ello, este somero balance no puede disociarse de la calidad del actual Gobierno, el más numeroso de la reciente historia -dando «ejemplo» de austeridad al país-, y de una  incapacidad manifiesta para gestionar con eficacia el reto que tenemos por delante. ¿Alguien confiaría los mandos de una gran corporación multinacional, y encima en tiempos convulsos como los actuales, al tándem Sánchez-Iglesias? Pues España es mucho más que eso… y así se encuentra.

Se predica unidad política mientras Sánchez  ataca a la presidenta Ayuso para desestabilizar su Gobierno y desbancarla, al tiempo que Iglesias no pierde ocasión para cuestionar la Jefatura del Estado, clave de bóveda del sistema constitucional, sin olvidar su absoluta falta de respeto hacia la Justicia.

No ha transcurrido ni un año de vida de este Gobierno, y lo único evidente es que el tándem gubernamental no tirará la toalla «ni con agua hirviendo», como diría Alfonso Guerra. La calidad de nuestra democracia, según Sánchez, «estaba tan deteriorada que exigía una urgente regeneración», y así motivó la moción de censura. Pero nunca volverán a obtener la posición dominante que ostentan en la actualidad, tras la pavorosa situación que dejarán en herencia.

Ahora tenemos ante nosotros una democracia «regenerada» por Podemos, Bildu y los separatistas de ERC como compañeros de viaje. La Corona es el «katejón» (obstáculo) que impide el paso a la por ellos anhelada república, plurinacional, confederal y con «derecho a decidir por las diversas naciones del Estado». Quieren que caiga, como fruta madura, conscientes de que por la vía constitucional no lo pueden conseguir; y en ello están.

Hoy les toca acudir al Palacio Real para cubrir el expediente de la Fiesta Nacional, y mañana seguirán socavando la Corona para que España vuelva a ser republicana, a mayor gloria de Puigdemont, Torra, Junqueras y Otegi. Con Sánchez al frente y  con estatua incluida, como la del ejemplar «Lenin español», como gustan llamar a  Largo Caballero. Desde luego, el ingenio español inunda las redes y, una vez más, acierta al decir que la única izquierda que funciona en España es la de Nadal. ¡Por España: viva el Rey!

 

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