La España que has dejado, Javier

La España que has dejado, Javier

Te has muerto recién (reçién). Lo escribo así en homenaje a tu madre chilena que, según me has dejado dicho, era rica y pianista. No se te ha llevado al aire el maldito virus, del que nos hemos pasado todo un verano hablando. Te has ido porque la buena sangre, que se encendía en tus venas ante la maldad, se te agolpó en el cuerpo y te ha reventado en la cabeza. Te apasionaba la política que gozaste, como liberal que has sido, en los primeros tiempos de la Transición. De concejal, en Santander, y en Urbanismo. Del Ayuntamiento te marchaste tan profesional, y tan honrado como llegaste. ¿Un caso insólito? “No -me has estado repitiendo todos estos años- lo normal es ser decente”. Últimamente retrasábamos nuestros paseos forzados porque tu pierna derecha, ¡fijate!, ya te invitaba, en tu opinión infortunada, a quedarte en casa y practicar el noble deporte del “sillón bowl”, o sea mucha camilla, un farias tras otro (a mí no me engañabas) y sobre todo Real Madrid que, últimamente, te ha traído en un ¡ay! No has aguantado para ver la remontada de la clase media del fútbol: Lucas, Casemiro, Mendy… y del excelso Benzema bailando en las áreas como si fuera Nacho Duato, siempre reivindicativo, tan fuera del armario.

Te has muerto recién y te has ahorrado la enésima pesadilla nacional: la llegada de un clon del Covid, de una mutante, la palabra que se inventó el doctor Matilla. Un virus cabezón, como Pablo Iglesias, según grita la andaluza Montero, que es más rápido en la infección que ese AVE que -me informabas- lleva años Revilla prometiendo a Cantabria, y que nunca -te lo contaré, espero- llegará a la vieja estación de Santander. La “mutante británica” se extiende como la mantequilla en los panes soberbios de Cantabria, pero, a juicio de los expertos que no encubren al Gobierno del Frente Popular, es menos pérfida que su hermano mayor, y más latosa que una hermana suya, la D614G , ya ves que me pongo presumido, que nos dio el té este verano de 2020, el último en el que yo no disfruté suficientemente de ti. El pérfido bicho, que te tenía tan cerrado como obsesionado, se paseó a sus anchas por las playas del España, también por la del Sardinero, a la que ya tu no acudías porque el “ambiente se está abaratando mucho y ya permiten a los tíos con taparrabos y a las chavalas en bolas”. Y es que en fondo eras un puritano, pero eso sí, nada hortera.

De forma que este enero, que ya se mete con su frío en nuestros huesos, la pandemia nos va a diezmar en contagios y muertes, porque, también como tú siempre me advertías: “Este Sánchez nos va matar y encima querrá que se lo agradezcamos”. Tú te has librado de la eutanasia por días, y no lo digo porque en Valdecilla, magno hospital del que los cántabros, tampoco tú, alardean como se merece, hubiera un solo médico dispuesto a asesinarte para que dejaras sitio al próximo enfermo. No, lo escribo porque parece mentira que en esta España que has dejado los únicos que han clamado contra la ley de la muerte provocada, hayan sido precisamente los profesionales de la Ciencia. Esos, como los que, un cuarto de hora después de  verte esa cruel hemorragia masiva que te ha encharcado de hematíes el cerebro, ya informaron que vivirías hasta que el gran Dios, al que tanto te habías aficionado desde hace lustros, decidiera mandarte al equipo de urbanistas de San Pedro, que es, al parecer, el que arriba dirige el tráfico en las autopistas celestiales.

Aquí, en el entresuelo del país, nos quedamos con lo que mañana mismo escucharemos en el mensaje de nuestro Rey al que su propio Gobierno quiere liquidar, y también lo que hemos sabido ayer mismo de Marlaska. Ese peculiar personaje al que entronizábamos, ¿te acuerdas?, cuando era juez y le arreaba duro a los criminales de ETA. Ahora se dedica a llevar a sus perseguidos de entonces a cárceles más cómodas, estaciones que, como la  cincuentera de Venta de Baños que tú frecuentaste, seguro, son sólo un reposadero en el que los más crueles matarifes, tipo Kantauri, que asesinó a no menos de veinte inocentes, esperan el turno para, ya en el País Vasco, Urkullu y el PNV que protegen ya descaradamente a ETA les saque de la cárcel para que, en libertad, les bailen un aurresku.

En la otra región limítrofe con el separatismo brutal, pueden convocarse, o no que diría Rajoy, elecciones para febrero. “Esos, los independentistas que nos creen de segunda” – te quejabas- no merecen una tierra, una mar como aquellas”, “porque los catalanes – enfatizabas- son gente de provecho”. Lo expresaba así tú que tienes un hijo trabajando en la hostelería del Principado, si es que todavía allí, entre los Puigdemont de turno y el Sánchez de nuestras angustias, queda ya un solo chiringuito a flote. ¡Que decirte de los hoteles! En los paseos estivales, surcados de vinos antiguos y ahora de placebos sin alcohol, en esas pequeñas caminatas, que voy a añorar mientras viva, repasábamos la Historia reciente de España y conveníamos casi a coro: “De lo que a nosotros nos enseñaron ya no queda piedra sobre piedra”, y es que la última se la ha cargado la litotricia de Celáa.  Pues bien, aún queda lo peor porque Sánchez, el destructor mayor que se haya conocido en este país en concurso de acreedores, aún está dispuesto a perpetrar felonías sin fin; todo para acabar con la “España eterna” del republicano Sánchez Albornoz, “Está loco” -sentenciabas entre rabas que siempre eran las mejores del mundo- y este cronista, yo, con unos poquitos más estudios sobre el particular, te añadía: “No, es un psicópata narcisista”. Sobre él y para ti, finalizo con una petición: ¿Nos lo puedes quitar de encima cuanto antes? Javier, te lo voy a recordar, tú también lo hubieras pretendido. Javier, amigo, querido.

 

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