«España necesita al PSOE»

PSOE

He escrito este titular pensando en el artículo y no al revés, como suele hacer el columnista arquetipo. Hace unos días, en uno de los espacios televisivos en los que colaboro, comentaron en mesa que «España necesita al PSOE», una sentencia que retumbó en mis oídos con la misma fuerza desagradable con la que resonó otra que se lanzó minutos más tarde, con igual fruición e idéntica incomodidad sonora, «el bipartidismo conviene a España». De inmediato, pedí la palabra para rebatir dos mantras que vienen instaurándose en la mentalidad colectiva con la misma intensidad con la que la corrupción se abre paso en los titulares mediáticos.

Sobre la primera, basta con abrir un periódico que no esté infectado por la propaganda del Gobierno para comprobar cómo se ha normalizado el delito socialista de cada día. No hay momento de la semana que no descubra -o encubra, según el medio y periodista- un caso de malversación, fraude electoral, mordida económica o el correspondiente saqueo de bienes. La putrefacción llega a las más altas instancias, con el presidente de la Audiencia Nacional filtrando mensajes a Ábalos sobre el perdón a los responsables del golpe de Estado en Cataluña en 2017 y con las empresas públicas deterioradas por tanto colocado sin formación ni capacidad y demasiada enchufada de falda corta y verbo largo.

España no necesita al PSOE. Al PSOE, quienes lo necesitan, son todos aquellos que viven de manera directa o directa del dinero que el PSOE extrae a los que producen para mantener a los que parasitan, aquellos que sueñan con ser colocados gracias al carnet de partido o a la cercanía amistosa con algún cargo, quienes llegan a nuestras fronteras esperando ser sostenidos sin oficio ni beneficio, los que quieren viajar gratis por Europa sin haber cotizado y los que van al cine por dos euros habiéndolo cotizado todo. Aquellos que en las aulas adoctrinan a los niños sobre una historia que no pasó, porque la lucha de clases es más importante que una buena educación en conocimientos y competencias.

Los que necesitan al PSOE son quienes viven de la cultura sin tenerla y del arte sin poseerlo, los que cantan al buenismo entre negronis y piscinas de lujo, los que alzan el puño camarada gritando ¡viva la internacional subvención! Mientras otros trabajan para alimentar su jeta progresista.

Ya no hay hueco en el Estado que no haya sido corrompido por el sanchismo, ni instancia que no fuera ocupada por una trama que dirige Zapatero desde Caracas (y Santo Domingo) y ejecuta Sánchez en Madrid, conexión con Waterloo, y que define a un partido que, desde su fundación, camina con el oprobio de la corrupción, el robo y el saqueo en sus genes. Un partido afín al delito poblado por delincuentes. No son así todos los que están, desde luego, pero sí están todos los que son. No hay mejor medicina para la regeneración política, económica, social y moral de España que la desaparición del partido que más y mejor ha mancillado toda ética de convivencia. Un partido cuyos dirigentes pactan acuerdos en prisión, negocian con malhechores y legitiman su supervivencia en base al interés personal y familiar, como cualquier organización mafiosa y criminal, debe acabar siempre entre rejas, conscientes de su memento mori, sentencia latina que nos recuerda a todos nuestra mortalidad, sea personal o política.

La otra reflexión que nos ha inducido el sistema, la del bipartidismo conveniente, hay que entenderla desde la concepción de inestabilidad que muchos consideran que las nuevas formaciones políticas han traído como obstáculo al progreso de España. Pero al igual que de manera oportuna debemos preguntarnos si estamos llegando al final de la civilización que conocemos, con Occidente, Europa y sus raíces grecorromanas y cristianas cuestionadas y solapadas por un nuevo monstruo de barbarie que ya vive entre nosotros, debemos cuestionarnos también si lo que fue pergeñado hace medio siglo, Constitución mediante, como un sistema garantista que consiguiera superar discrepancias, aunar voluntades y desarrollar la democracia y el progreso económico, no ha llegado a su fin.

Si el bipartidismo tiene contrapesos que limiten la capacidad de mando de sus responsables, si articulamos una educación social que obligue a dimitir a cualquier líder político que haya mentido en una línea de su currículum o engañe con falsas promesas electorales, ya no digamos si se ha embadurnado la mano con dinero de la caja común, si esa dualidad política acepta una verdadera separación de poderes que fiscalice cualquier desvió ético o democrático y un nuevo sistema donde el político represente a su distrito, municipio o provincia y no dependa su elección de quien elabora las listas en el partido, podríamos defender la viabilidad de un sistema bipartidista.

Pero si el bipartidismo sirve para repartirse puestos en las instituciones y organismos de referencia (Tribunal de Cuentas, Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial, Comisión Europea, etc.), en decidir cuánto dinero van a ganar los medios en función de la publicidad institucional recibida, quién debe representar a la ciudadanía según su adhesión al líder y no en función de su talento, capacidad, formación y gestión, si además de ello sirve para repartirse una alternancia en el poder, donde uno tapa al otro y el otro al uno, sin levantar alfombras cuando conviene, entonces el bipartidismo debe dar un paso al costado para que otras alternativas puedan reclamar su sitio a la hora de regenerar de verdad lo que está podrido.

Una alternativa que deberá hacer caer a todos. Porque España necesita otro modelo, otro discurso, otra salida. Sin cambalaches ni recambios. Hay que resetear, empezar de cero, expulsar del sistema a los corruptos de moral maloliente y bolsillo complaciente. Y entonces, repensar si España debe continuar con quien nos ha llevado hasta aquí. Para ello, debemos entender que la continuidad mediocre en el discurso y en las acciones políticas, en cualquiera de sus formas, maneras o prácticas, es el mejor cimiento que edifica la decadencia de una nación. Entre juntos y revueltos, mejor unidos.

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