España se muere en Cataluña

España se muere en Cataluña

Mozos de escuadra golpeando a las fuerzas antidisturbios de la Policía Nacional. Otros cabizbajos en los chaflanes frente a los colegios que han sido usados a modo de centro electoral. El único dilema al cruzarte con uno de ellos era el de a qué se debía su mirada clavada en el asfalto. Connivencia con la intendencia separatista. O posiblemente la vergüenza de un ex Guardia Civil o Policía Nacional que, tras recibir la orden de no actuar o actuar contra el Estado, reconoce a alguno de sus antiguos compañeros del GRS o de la UIP entre aquellos a los que Trapero y Mariano Rajoy han encerrado en una trampa. Previo al escenario de hoy y de forma inexplicable, el Gobierno de España había delegado la confianza en Trapero, jefe de la Guardia de Corps separatista que ya se había negado a acudir la reunión convocada por De los Cobos con el fin de asegurar la coordinación entre las policías para frenar el Golpe del 1-O.

Asombrosamente, la negativa de Trapero fue un preludio de la alta traición de la policía autonómica catalana que hoy acaba de constatarse. Rajoy no tuvo a bien aplicar la Ley de Seguridad Nacional para asegurarse de que 17.000 hombres dependientes de Interior y con sueldo a cargo del erario público garantizaran el cumplimiento de la legalidad. El Gobierno de la nación ha sacrificado hoy a 10.000 hombres fieles a España para regalar a los separatistas la propaganda. Hoy me crucé con dos Mozos que whatsappeaban mientras la verdadera autoridad en Cataluña consumaba la ablación a España. Les “ataqué” con un directo para la televisión en medio de una escena dantesca. En un cruce en el que uno de los colegios que acogían la votación ilegal se levantaba frente a este par.

Frente al colegio pasaron seis furgonetas de la UIP increpadas por una ingente muchedumbre que les gritaba: “¡Fuerzas de ocupación!”. Lo único que evitó que las golpearan fue la velocidad de su paso. Ancianos, jóvenes con rastas, niños en carritos arrastrados por runners. Parejas de la manita y enamoradas. Señores de la alta burguesía catalana vestidos de alto copete. Fauna social que jamás se hubiera mezclado voluntariamente y por ninguna causa que desprendiera menor fulgor que el que prende el odio común. Aquella reunión urbana improvisada confirmaba que no hay pegamento más fuerte que el desprecio por el enemigo. Y ese era España. Frente a ellos dos Mozos de rápidos pulgares. Ni un segundo para levantar la mirada al frente. Ni un paso para frenar, interrumpir o agitar aquella escena. “En directo para los telespectadores. Nos gustaría saber por qué no impiden esto de acuerdo a la orden del TSJC…». La respuesta fue: “Acuda a la portavocía de los Mozos. No hay más declaraciones”.

Minutos más tarde y con la cámara y el canutazo a cinco metros me contestaban con diplomático recelo: “¿Es que usted no tiene jefe?”. En ese momento volví a tener claro que España ya no se encontraba en Cataluña. Tampoco estaba en el patio del Instituto Emperador Carles, del que mi cámara y yo tuvimos que salir al grito de “¡Fascistas, volem votar!” tras apuntar nuestra presencia los matones de Omnium Cultural, máxima autoridad en el mapa catalán. Aquí no existe el presidente del Gobierno ni el TC. Existen los terratenientes de Ominum y la ANC como gobernantes de facto del que, mientras tomo mi café, es para mí un territorio perdido. El Estado se ha ido de Cataluña. Ha muerto en su vertiente académica, cultural y política. Hasta está proscrita allá donde mejor resiste, la barra del bar. Quizá el mayor conflicto institucional en los últimos 40 años sirva para devolver España al resto de España.

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