España, un Estado fallido

España Estado fallido
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En estos días y en una tertulia televisiva no demasiado violenta, esa es la verdad, un par de colegas encendidos se lanzaron directamente a la carótida de este cronista por manifestar una opinión idéntica a la que titula este trabajo: España -dije- es un Estado fallido. Los colegas, aparte de mostrar su disgusto por la supuesta demasía expresada así, parece que no tuvieron el menor interés en escuchar los motivos que fundamentaban el adjetivo «fallido», una calificación -no hay por qué negarlo- que identifica a nuestro país con las naciones más iliberales del mundo: desde la Venezuela de Maduro hasta, casi, la Corea del Norte del pícnico Kim Jong-un. Por si tienen a bien los citados informadores, él y ella, atender las razones de la aseveración, cito algunas consideraciones que, a juicio personal del cronista, constituyen la realidad de un Estado realmente fallido. Vamos a empezar (no vamos utilizar orden de jerarquía o de gravedad) con un Tribunal Constitucional a las órdenes directas del Gobierno que en estas horas dicta tres resoluciones que revelan un sometimiento clamoroso a los intereses de Sánchez y su gabinete de lacayos: la primera de estas sentencias es el refrendo al impuesto a las grandes fortunas aprobado a toda prisa un 28 de diciembre por la coalición social-comunista y que encierra un ataque a la autonomía fiscal de Madrid para que Ayuso rescate el Impuesto del Patrimonio. La segunda es una rectificación en toda regla nada menos que al Tribunal Supremo que en su momento inhabilitó al exdiputado canario Alberto Rodríguez por haber agredido a un policía. Ahora Pumpido le va a propinar un zurriagazo al Supremo en una decisión que deja a este Tribunal al borde de la ilegalidad jurídica. La tercera, corrige al ponente Ricardo Enríquez que redactó su ponencia a favor de aceptar el recurso del PP exigiendo que la expresidenta del Congreso, Batet, reclamara al Gobierno los expedientes de los indultos a los sediciosos de octubre del 17. Ahora Pumpido nombrará un amanuense. En todos estos casos, el Constitucional no sólo se constituye en tribunal de apelación, sino que se ha retratado como un fiel servidor del Ejecutivo.

Vamos con otros ejemplos: el cierre a cal y canto del Congreso de los Diputados por una presidenta a la espera de los intereses de Sánchez; la situación de éste como una marioneta de los peores enemigos de la Constitución; la constancia de un país con un Gobierno en funciones que recuerda a aquel otro, también presidido por Sánchez, que se pasó casi un año en esa situación; los ataques indisimulados a la Corona que se van a visualizar en dos acciones muy próximas: la ausencia de todos los socios del presidente funciones en la jura de la Constitución de la princesa de Asturias, y la presentación de una Proposición No de Ley de los mencionados comilitones de Sánchez que pretende la desclasificación de los papeles del 23-F «con especial atención» a la responsabilidad dolosa del Rey Juan Carlos; los delitos, robos inconmensurables, de los implicados en la estafa de los ERES, ahora a punto de ser no ya indultados sino, según parece, amnistiados; la reiteración de la mentira como arma de actuación política reiterada; la rebeldía práctica de dos regiones contra el Estado Central y, por tanto, contra la Constitución del 78; naturalmente que el perdón, la amnistía a los complotados del procès con, incluso, la devolución que estos pretenden de la malversación que produjeron; y la utilización de todos los medios estatales, desde la abusiva propaganda ministerial, a la colonización de todas las instituciones, sobre todo de los medios públicos de información.

Sí podemos, además, añadir una coda a esta relación nada exhaustiva: se trata de la escandalera de un Gobierno partido en dos, incluso tres facciones que mantiene posiciones enfrentadas en aspectos claves de la política internacional como las relaciones con Marruecos y más generalmente con los estados del Norte de Africa, la guerra contra Ucrania y el protagonismo invasor, criminal, del dictador ruso Putin y, ahora mismo, el enfrentamiento abierto respecto al terrible conflicto desatado por el ataque terrorista de Hamás al Estado democrático de Israel. En este gravísimo asunto se está reflejando, desde luego, la tendencia de esta coalición en funciones a encubrir a los más abyectos grupos terroristas, desde luego en España a Bildu, los sucesores de ETA, que se han asentado como los decisivos cómplices de Sánchez para mantenerle en el sillón de la Moncloa.

Un Estado, a mayor abundamiento, en el que se disimulan o se miente sobre las grades cifras y cuestiones que afectan directamente a la sociedad. Sin ir más lejos: ¿Se sabe cuántos muertos y cuántos enfermos está causando en España la terrible Covid-19? ¿Se sabe cuánto se ha gastado en ella? ¿Se se sabe cuáles han sido exactamente los euros enviados por la Unión Europea a cuenta de los llamados Fondos de Recuperación? Naturalmente que no. Con un Parlamento clausurado a la manera de los hábitos de las dictaduras caribeñas, un Poder Judicial que no puede nombrar profesionales porque el Gobierno con un decreto totalitario se lo ha impedido, y una sociedad apoltronada y vencida que se limita a decir «¡Por Dios, por Dios!», el fascista Sánchez se mueve a su antojo, hace lo que quiere y se ríe en nuestro cuello. Ante todas las fechorías que cometen Sánchez, sus cómplices y sus secuaces, puede afirmarse sin ambages que este Estado español de ahora mismo no es homologable a cualquiera de los veintisiete, Polonia y Hungría incluidas, que conforman la Unión Europea. Claro que no: se trata de un Estado fallido que, además, quiere perpetuarse como tal hasta el punto de que, o la situación se remedia con un milagro parlamentario (no se puede esperar algo distinto) o ese Sánchez reforzado que va a salir ufano de su desafío a todas las luces de la razón política se sentirá enviado a destruir lo poco que queda del rumboso 78, lo básico, una Corona en situación sólo de supervivencia gracias a los enormes méritos de su protagonista Felipe VI, al que quieren descabalgar. Lo hemos escrito más veces: únicamente nos queda la Monarquía Constitucional en este Estado absolutamente fallido. Un país en el que los españoles sólo miran al fin de semana.

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