Epitafio para el cipayo Redondo

Epitafio para el cipayo Redondo

O mercenario, o soldado de fortuna, de los que matan a sueldo. Los paramilitares se cargan a enemigos que no conocen, y los civiles, políticamente, a quienes su jefe les ordena. Sin pestañear. De este estilo era, es y será Iván Redondo Bacaicoa, segundo apellido que toma el nombre de un pueblo navarro situado en La Barranca, a 40 kilómetros de Pamplona. El ex-gurucillo (¡qué descanso general en España!) siempre ha abjurado de su origen porque suele decir, ahora y antes, que: “Mi madre es vasca”. Mentira: es, ya se ve, navarra. Calza su embuste, que es más ideológico que de pura naturaleza, con esta ufana confesión: “Mi madre tiene a gala ser del PNV”. La última vez que recordó esta militancia fue en la entrevista que le hizo el leninista Pablo Iglesias en su programa de “La Tuerka”, pagado por los regímenes homicidas de Irán y Venezuela. Con esta credencial falsa se presentó una vez en “Sabin Etxea”, la sede de los nacionalistas vascongados, y se ofreció para lo que Ortúzar (antiguo redactor de El Correo cuando todavía este periódico no había perdido el adjetivo de “Español”) quisiera mandar. Es de suponer que utilizó su segundo apellido como pasaporte para el que -creyó- “seguro fichaje”. Pero ¡oh sorpresa! (para el oferente) la madrastra PNV le rechazó.

¿Por qué? Leamos lo que de Redondo opinaba el citado presidente del Euskadi Buru Batzar, Ortúzar, cuando el candidato se proponía para montar una decisiva campaña en favor de la independencia vasca.: “No necesitábamos un Rasputín pagado copiosamente. Es un “manejante” que algún día  terminará mal, echado por sus contratantes”. Peor no le pudo dejar ante unos periodistas que actuaban como testigos. Ortúzar que no parece en principio un técnico de la caracterización, le retrató como antes nadie lo había hecho hasta entonces. Monago, que, éste sí, le puso despacho recomendado por Antonio Basagoiti hoy en Méjico repatriado por el Santander, me informó personalmente: “Conmigo no tuve quejas, pero, eso sí, como transpira algo que te pone en guardia, le coloqué, para marcarle, una consejera que le seguía adecuadamente el paso”. Redondo vistió a su jefe de bombero en una pirueta que el periódico de Badajoz, el Hoy, calificó de “genialidad”. No lo fue: el aspirante a la Presidencia resulta que fue bombero antes que político y abogado.

Pero Redondo se construyó una fama a base de fruslerías de este porte. Mil veces intentó su aterrizaje en el PP pero su candidatura no tuvo éxito. Una vicesecretaria general del partido se expresaba así sobre la negativa al llamado “consultor”: “Si nos lo quedamos, probablemente un día terminará trabajando para otros”. ¡Gran pericia la de esta ejecutiva! Enorme perspicacia que, sin embargo, envuelve, sin celofán, una incontrovertible constancia: Redondo vale lo mismo para un roto que para un descosido. No cree ni en el Paracetamol. El cronista le trató un tiempo cuando ambos nos ganábamos mal la vida en una televisión privada. Él ya acudía como “guest star”, el augur que pronosticaba resultados con arreglo a encuestas muy al gusto del cliente. Nunca se le hubiera ocurrido, desde luego, profetizar una hecatombe electoral en territorio socialista, ni una victoria demasiado extraordinaria ante los dirigentes del Partido Popular. Se movía siempre en el campo ininteligible de la ambigüedad calculada pero, eso sí, utilizaba un lenguaje, un argot más bien, que producía erisipela en los analfabetos demoscópicos. Recuerdo, por ejemplo, y sin ánimo de total literalidad, esta sentencia: “Estos datos pueden confirmarse o no, pero tienen el beneplácito de la honestidad”. Nada con sifón, pero por las burbujas cobraba. Alguna vez observé que su cercanía en las tertulias a los participantes del PSOE aumentaba por días, así que en los largos trayectos entre su domicilio, donde le recogían (antes lo hacían conmigo) y el estudio de televisión, creo que en Boadilla del Monte, le participé mi impresión. No dudó en su respuesta: “Los consultores políticos no tenemos dueño, tenemos arrendador”.

¡Magnífica definición! Así cortejó a Sánchez cuando éste se aseguró  a sí mismo que el juego limpio ni le iba a llevar, primero, a la Secretaría General del PSOE, y más tarde (“Eso es inevitable”, le transmitió Redondo) al Palacio de La Moncloa. Se dedicó por tanto Sánchez a las canalladas. Quemó la primera etapa y se dispuso a asentarse en la segunda con una maniobra que cautivó al patrón: el uso de una “morcillla” que un magistrado sin escrúpulos incluyó en el auto, bochornoso por su falsedad, que involucraba al PP de Rajoy en la corrupción más abyecta que vieron los siglos en España. Y ganó la moción con la peor escoria parlamentaria.  Ya en Moncloa ambos, jefe y cómplice, se dispusieron a convertir la realidad de España en una colosal mentira, Tuvieron algún éxito en este menester dado que las martingalas que urdía Redondo eran compradas inmediatamente por su presidente. Redondo articuló un extenso y jugoso chat para enviar mensajes, verdaderos o no, consignas para que sus fieles interlocutores los expandieran por doquier: Prensa, Internet, Radio y Televisión. Pero al poco tiempo, los colaboradores mejor informados, recayeron en que la mayoría de la especies del tendero eran absolutamente tóxicas, así que dejaron de comprarlas. Redondo su puso rojo de ira y dejó de contestar a las preguntas de sus antiguos “hooligan”. No les cogía el móvil. Se inventó los insoportables “Aló Presidente” de la pandemia y, cada vez más crecido, se quiso no ya ministro, sino el próximo presidente de la Nación.

Y Sánchez empezó a tomarle el teléfono y a no fiarse del Rasputín según Ortuzar. Fue el principio de su ajusticiamiento en la mañana, casi amanecer, del sábado 10 de julio. Día de autos. El cipayo, tras la pedrada, anda diciendo  que no deseó ministerio alguno, que se quiso marchar dos veces, la última el martes antes de la ejecución; otro embuste, lo imploró. Ahora regresa a su consultoría de Diego de León, Madrid, a la espera de que alguno, entre sus muchos beneficiados, le llamen al tajo. Sin ir más lejos, la agencia de doble apellido en la que trabajó y en la que Redondo había depositado, desde su despacho en Moncloa, el chollo de ir señalando a los receptores de los fondos europeos. Ahora, el mercenario ya no reparte más que sonrisas y humo, como siempre y ante quien le quiera escucharle, que son pocos. Iván Redondo Bacaicoa, navarro de parte de madre.

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