El final del principio de la vuelta de la libertad
El principio del fin para el Chavismo es hoy una realidad conquistable en Venezuela tras 16 años de dictadura, represión y diáspora. La de anoche no es sólo una victoria para la oposición. Es el triunfo de todo un pueblo, dentro y fuera del país, que ansía una democracia moderna y, sobre todo, verdadera.
Ese pueblo, al que tanto maleó Hugo Chávez con su devastadora retórica, ha dicho en las urnas que la gran mayoría de sus ciudadanos no quiere más muerte, ni violencia, ni despilfarro, ni miseria, ni cartillas de racionamiento, ni presos en las cárceles con el único delito de hablar y pensar con libertad.
En sus primeras elecciones al frente del Gobierno, Maduro, sucedáneo adulterado del infausto Chávez, ha recibido un golpe brutal tanto para sus propias aspiraciones como para la idea megalómana de una América Latina Bolivariana, que sólo se sostiene en base a la corrupción putrefacta del populismo.
No ha sido fácil para la oposición poner en marcha este sueño colectivo que comenzó la noche del domingo. En plena jornada electoral, observadores internacionales denunciaron que había publicidad madurista a menos de 200 metros de las urnas, algo terminantemente prohibido por el Consejo Nacional Electoral.
Propaganda y violencia, dos aspectos fundamentales en el ADN de Chávez, primero, y Maduro después. Tanto es así que ayer murió un joven de 19 años al explotarle su propia granada de mano después de llevarla a las urnas para amedrentar a sus vecinos antigubernamentales. Esa es la realidad kafkiana que, multiplicada por miles de ejemplos más, ha acompañado el día a día durante casi dos décadas de uno de los productores petrolíferos más importantes del planeta.
No obstante, y a pesar de estas trampas totalitarias, a falta de recontar 22 escaños, la oposición habría conseguido más del 74% de los votos, lo que les permitiría promulgar ya una amnistía para lograr la libertad de los presos políticos. Una proyección que, de mantenerse, los situaría por encima de los 111 escaños necesarios para conseguir la mayoría absoluta y así promover un proceso penal que provocara la salida anticipada de Nicolás Maduro. A pesar de ello, la desconfianza debe ser un arma fundamental para la oposición a la hora de lograr la victoria definitiva. Con Maduro a la cabeza, el Gobierno chavista aún tiene el poder tanto de los jueces como, sobre todo, del Ejército, y éstos aún no han dicho la última palabra.
El mérito de esta victoria es incontestable y no sólo por el número de votos. Ha sido una respuesta férrea al miedo social que intentaron instaurar los colectivos paramilitares mediante la violencia previa. Un triunfo que se ha impuesto, también, a la endémica corrupción administrativa que maniata Venezuela hasta tan punto que incluso llevó al Poder Electoral del país a modificar circunscripciones electorales en 8 de los 24 estados del país hace cinco años con el objetivo de modificar la tendencia de votos en bolsas poblacionales importantes que eran afines a la oposición.
Tras la victoria de Macri en Argentina y este giro hacia la libertad para los venezolanos, el conjunto de Americana Latina es un poco más libre. Nombres como Lilian Tintori, su marido Leopoldo López, o Henrique Capriles personalizan el anhelo de una comunidad que va desde Madrid a Miami, pasando por Londres o Nueva York, y termina en Caracas. Lugares donde la comunidad venezolana ha esperado con ansiedad durante más de 16 años a que acabe la pesadilla de miseria y chavismo —tanto monta— que hoy tiene su fin un poco más cerca. Como dijo Winston Churchill: «Ahora, este no es el final, no es ni siquiera el principio del final. Puede ser, más bien, el final del principio».