El drama al que nos lleva el derrumbe económico que los políticos parecen ignorar

El drama al que nos lleva el derrumbe económico que los políticos parecen ignorar

Asistimos perplejos a una actitud irresponsable en la vertiente económica por parte de la mayoría de las administraciones públicas e incluso de muchos medios de comunicación. No se dan cuenta -o no quieren darse- de que la crisis económica que se inició de manera inducida por el cierre productivo, que ahondó la intensa ralentización que ya sufríamos, va a llevar a la economía y, con ello, al empleo, al abismo.

La mayor parte de ellos se ha envuelto única y exclusivamente en la bandera sanitaria, como si a quienes recordamos que hay un aspecto económico tan importante como el sanitario nos diese igual la salud de las personas. Todo lo contrario: precisamente, porque valoramos la salud, la prosperidad y el mantenimiento de servicios esenciales, recordamos que hay que tener cabeza en esta crisis de doble vertiente -sanitaria y económica- porque de lo contrario no sólo no resolveremos la sanitaria, sino que el hundimiento económico será profundo, tendremos menos recursos para los servicios esenciales, como la sanidad, con lo que se podrá atender peor cualquier dolencia y aumentarán las muertes por todo tipo de enfermedad, al tiempo que se incrementarán los casos de patologías de enfermedades psiquiátricas y del sistema circulatorio, por las depresiones y por la tensión ante un escenario realmente adverso donde se pueden producir miles de cierres de empresas y perder, así, millones de puestos de trabajo.

Es una irresponsabilidad manifiesta tratar de tapar todo con la pandemia, para anestesiar a la sociedad. ¿Qué le dicen al millón de personas que ya en marzo perdieron su puesto de trabajo? ¿Y al millón que permanece sujeto a un ERTE y que puede que pase a engrosar definitivamente las listas del paro? ¿A los autónomos que han perdido todo y han acumulado deudas porque se les ha obligado a cerrar? ¿A los jóvenes que pueden perder su futuro si no se les forma bien debido al cierre educativo presencial y que pueden tener problemas para encontrar un puesto de trabajo si por la pésima gestión de la crisis ésta se alarga una década? ¿Qué les van a decir a los pensionistas si la acumulación de endeudamiento público crece tanto que se hace insostenible el mantenimiento del nivel de gasto en las cuentas públicas y obligan a recortar las pensiones? ¿Les van a decir que después de toda una vida de sacrificio y trabajo todo ha sido una monumental estafa? ¿Creen, de verdad, que repitiendo muchos mensajes propagandísticos, como “salimos más fuertes”, “unidos paramos este virus” o cosas por el estilo, van a mitigar esa dramática situación? ¿Con eso van a poder comer las miles de familias que ya empiezan a agolparse en las colas del hambre, que ya han vuelto, desgraciadamente a España?

No puede ser que, ante esta situación, la única salida que se encontró en marzo fuese volver al medievo y decretar un encierro de toda la población, el cierre de casi toda la actividad productiva y, con ello, llevarnos a la ruina económica. Y no puede ser que la única solución que se escucha ahora como potencial medida inminente es seguir cerrando todo tipo de actividad, poner más y más restricciones, cambiantes, además, cada pocos días, con la inseguridad jurídica que genera eso, y tener en mente un nuevo encierro generalizado de la población. ¿De verdad que no sabe gestionar ninguno de otra manera? ¿En serio que ignoran las consecuencias económicas que todo esto conlleva, o es que las dejan a un lado conscientemente, siendo todavía más irresponsables?

¿Por qué nadie cuenta la verdad? No se trata de negar la pandemia, que existe y cuyo virus puede provocar la muerte, como desgraciadamente hemos visto que sucedió con miles de compatriotas, tristemente fallecidos. Se trata de tomar medidas ágiles que habrían impedido el colapso sanitario, que es lo que realmente motivó que la mortalidad por este virus se multiplicase por cinco o por seis, por no poder dar una buena atención y por ser un virus nuevo, sobre el que no se sabía muy bien cómo actuar sanitariamente. ¿Por qué no se dice que el número de fallecidos en el mundo es del 0,01% de toda la población mundial, el de infectados un 0,28% y en España el número de fallecidos, aun siendo más alto que a nivel mundial, es del 0,06% de la población española, y el de contagiados es del 0,73%? ¿Por qué no se cuenta que aunque el número medio diario de contagios en España es similar ahora al que había durante el estado de alarma, el número medio diario de fallecidos ahora sólo es el 2,7% del que había durante aquel período de primavera? No es que los fallecidos no importen: cada vida que se pierde es un tesoro irrecuperable y ellos y sus familiares han sufrido, además, en muchos casos, el abandono y el olvido, cuando no ocultación en las estadísticas, por parte del Gobierno, pero las cifras, a nivel macro, hay que darlas agregadas y en términos relativos antes de infundir el pánico en una población que, lógicamente, responde aterrada con el pasado reciente de la nefasta gestión realizada.

Ante esto, ¿qué proponen las administraciones? ¿Cerrar todo de nuevo? ¿Qué garantía tiene eso de que se va a frenar el número de contagios? Que yo recuerde, el encierro se decretó el catorce de marzo, y durante más de un mes siguieron subiendo contagios y fallecidos, con lo que pese a pasar más de catorce días desde el inicio del estado de alarma  y estar todos encerrados, el virus proseguía con su infección exponencial. Adicionalmente, cuando el Gobierno nos concedió un rato de recreo por franjas horarias, todos salíamos en tropel a la misma hora y sin mascarilla -el Ejecutivo entonces ni siquiera la recomendaba- y los contagios descendían entonces. ¿No se dan cuenta de que es una enfermedad que, como todo virus, es imposible de impedir su transmisión, aunque se logre mitigar? Claro que mata más que la gripe, puesto que no tenemos vacuna ni tratamiento y se está aprendiendo a combatir la enfermedad por prueba y error, como tantas veces en medicina, pero algo ya se ha ido aprendiendo en todos estos meses en cuanto a su tratamiento. Y cuando haya vacuna y mientras exista el virus seguirá habiendo contagios y, lamentablemente, muertes, porque de la gripe tenemos vacuna todos los años, y año tras año hay enfermos de gripe y también, tristemente, vidas que se pierden por dicha enfermedad.

No se ha de bajar la guardia mientras no tengamos vacuna, por supuesto, ni negar la evidencia de la enfermedad, pero no se puede infundir un pánico terrible en la población, encerrarnos, arruinar la economía y provocar, con ello, un drama peor que el del virus. Nadie habla de proteger a los grupos de riesgo -proteger, que no encerrar, que puede provocar a los mayores otras enfermedades más graves- y que el resto siga, con prudencia, su vida normal, para que la actividad económica y laboral se recupere. No hay ni convicción ni arrojo para liderar a la sociedad, que es lo que hace falta, y no empezar a responsabilizar a los ciudadanos, como se está empezando a hacer, de los nuevos contagios. Irresponsables siempre hay, pero la población, mayoritariamente, está siguiendo las instrucciones al pie de la letra, con lo que no se puede responsabilizar al conjunto de ciudadanos de los contagios.

En 1918, un tipo agresivo de gripe saltó desde Estados Unidos a Europa. Todos los países contendientes en la Gran Guerra ocultaron, por ese motivo, las cifras de bajas. España, al ser neutral, no lo hizo, y por eso se apellidó dicha gripe como española, erróneamente. Ahora, no es que el resto de países mienta, ni que en España el Gobierno haya sido lo más claro posible en cuanto a las cifras, pero sí que, a diferencia del resto de países de nuestro entorno, en lugar de emplear las cifras de contagiados y fallecidos para buscar la manera más eficiente de contener la enfermedad y recuperar la economía, se busca -por parte de la mayoría de políticos y medios de comunicación- contar los datos de una manera sensacionalista, que nos sitúa como lugar inseguro, cuando no creo que lo seamos menos que el resto, y se atenaza a la población, que ya no sabe qué tiene que hacer ni cómo.

Luego, tras hundir la economía con sus erróneas decisiones, los políticos se llevarán las manos a la cabeza, lanzarán frases grandilocuentes y pedirán ayudas europeas o nacionales, pero se olvidan de que el dinero sale de los contribuyentes y que, éstos, sin negocios ni trabajos, poco podrán aportar. No se trata de romper un jarrón para demostrar lo bien que se sabe pegarlo de nuevo, porque en el camino siempre se quedan fragmentos perdidos para siempre y el período de reconstrucción puede ser tan laborioso que consuma un tiempo precioso que arruine a muchas personas sin remedio.

O muchos medios de comunicación comienzan a informar sobre la enfermedad con rigor y claridad, por supuesto, pero sin sensacionalismo, y los políticos cambian de rumbo, combaten con prudencia y sin bajar la guardia la pandemia, pero establecen un marco de confianza, certidumbre y seguridad para los ciudadanos, donde primen el coraje, el arrojo, el esfuerzo, la determinación y la valentía para trabajar más y salir, así, adelante, o estaremos perdidos y, entonces, las lamentaciones no servirán de nada, porque el gran daño estará hecho y tendrá unos claros responsables.

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