Disparo alemán al corazón sanchista

Graciano Palomo

En ocasiones, el observador tiene la tentación -al leer los medios de comunicación, sobre todo algunos, otrora considerados como “independientes de la mañana- de concluir que aquí no se entera nadie de lo que está pasando, y los que se enteran, les conviene llamarse andana.

Es el caso que aquí y ahora ocupa al columnista. Venía Pedro Sánchez de rugir durante el fin de semana con el Falcon (gratis total) por los cielos de la quebrada España -económica y moralmente- cuando al iniciarse la semana tenía previsto recibir en Moncloa al nuevo canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz. Sánchez forma parte por méritos propios de esa legión de estultos que estiman que todo está arreglado por el hecho de militar ideológicamente en un partido similar al interlocutor.

En su inveterada deriva por esconder la cabeza bajo la arena ante los problemas más crudos, que son históricamente serios, planteados en el país que teóricamente gobierna, procura huir del principal: la quiebra financiera del Estado, cuyas cuentas, bajo su mandato han roto todas las costuras hasta convertir el problema de la deuda española y su déficit en un asunto harto preocupante para el resto de mandatarios de la Unión Europea.

El nuevo líder de Europa, Olaf Scholz, de su familia socialista, se lo dijo muy claro dentro y fuera. Alemania y el resto de las potencias no van a permitir a Sánchez seguir engordando una deuda pública impagable, ni tolerar que el déficit público alcance ya más del 11 por ciento. Dicho de otro modo, que el Banco Central Europeo, donde la palabra de Alemania, Francia e Italia es decisiva, seguirá comprando deuda a título ficticio.

¿Cómo va a pagar Sánchez todo de lo que presume? Gracias a la pandemia, los socios europeos decidieron, con buen criterio, permitir a los estados miembros que están bajo el cobijo del euro, endeudarse hasta límites nunca concebidos y romper los déficits que antes eran exigidos a marcha martillo.

Se acabó la fiesta le ha dicho claramente el canciller teutón a Sánchez. Este con grafitis de trilero le ha dado por lo de siempre: sonreír con ese aire de superioridad. Tengo para mí que en sus adentros está pensando cómo burlar el aviso inmisericorde de Berlín. No pueden consentir, no podemos permitir, que en un solo mes la deuda se dispare en casi 10.000 millones de euros sin que nada de ese dinero se pueda considerar inversión estratégica, ni siquiera táctica hasta alcanzar ya cifras históricas en billón y medio de euros en su cómputo total.

Sin dinerito fresco, Sánchez no es nada. Sin barra libre, sus bravatas no saldrán del salón. Y es posible que empiece a acordarse de Zapatero, aquel muchacho tan absurdo como bobalicón que dejó a España en la peor situación económica de nuestra historia democrática.

¡Ojo, Sánchez! Ya sabes que Berlín te vigila.

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