Insulta a la mayoría de los españoles
Desde las filas de Podemos continúan inflamando el ánimo de sus simpatizantes contra el legítimo resultado de las últimas elecciones generales. Unas acciones que tratan de intimidar a las personas que piensan diferente. Más propio de dictaduras populistas como Venezuela que de un país de la Europa occidental. José Julio Rodríguez ha sido el último en unirse al sin fin de excusas que los podemitas han esgrimido para tratar de explicar su fracaso electoral. El militar acusa a los españoles de «no creer en la ética» por el mero hecho de ejercer libremente el derecho al voto y optar por otras opciones políticas. Parece que para los morados la democracia sólo es válida si ganan. Rodríguez califica de «deprimente» el hecho de que «la gente» no quiera un cambio de Gobierno. Eso sí, este exmilitar huye de un discurso cargado de razones y apela al simple populismo visceral. Quizás, debería considerar los malos modos y la soberbia exhibida por Pablo Iglesias desde los últimos comicios, la sombra de duda incesante sobre la financiación de Podemos o los indiscutibles méritos económicos del Partido Popular durante los dos últimos años.
El ex JEMAD es incapaz de aceptar responsabilidad alguna tras haber perdido más de un millón de votos en sólo seis meses. Él, un claro ejemplo de fracaso político que se ha quedado dos veces sin escaño a pesar de concurrir como número 2 de Podemos por Zaragoza en diciembre y como número 1 por Almería en junio. No estaría de más que José Julio recordara la célebre frase de Winston Churchill: «La democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás». Unas opiniones que, sintomáticamente, han sido especialmente duras en los lugares donde ya gobernaban las marcas blancas de Podemos. En Zaragoza, por ejemplo, han perdido más de 25.000 votos, en Valencia y Barcelona más de 21.000 y en Madrid se han dejado 107.000. Una sangría que ni siquiera han podido remediar con la anexión de Izquierda Unida. En democracia, ante todo, hay que tener la humildad suficiente para reconocer el fracaso y aprender de los errores. Eso, y no otra cosa, debería ser la nueva política si de verdad existiera.