La desaparición del PSC en Cataluña
Escribir unas lineas sobre Cataluña a estas horas es muy complicado porque parece que todo es posible, pero nada es previsible. Las calles pueden estar ahora ardiendo o simplemente estar aún en calma. Y digo parece porque, en realidad, sí que hay un par de cosas ciertas en estas situaciones extremas.
La primera de ellas es que ERC ya no controla la calle. ¿Por qué? Porque sus propuestas de última hora tienen un problema y la calle no hace ya caso a los despachos y mucho menos a los políticos. El vicepresidente de la Generalitat catalana Pere Aragonés, con un pasado familiar franquista duro, no tiene la fuerza con la que cuenta el preso separatista Oriol Junqueras. Éste, tras un año en la cárcel por el 1-O, no tiene una visión de la realidad muy certera, ciertamente, porque aún cree en las manifestaciones de millones de personas. Debería recordar que la historia es siempre pasado y de ella se puede aprender, pero el pasado debe superar, aunque cueste.
La segunda de ellas, y aunque algunos no lo entiendan, es aún más preocupante. El PSC confirmará su desaparición completa de Cataluña tras estos días. El votante tradicional de los socialistas catalanes, debemos recordar, nunca ha sido burgués ni tampoco nacionalista como sí lo son sus líderes. El famoso cinturón rojo, idealizado entre el antiguo PSUC y el PSOE de toda la vida, esta transversalmente horadado por las hordas de Ciudadanos (C’s) y ahora, en breve, por VOX. A estos votantes, el discurso nacionalista de los Miquel Iceta o Montserrat Tura no sólo les es indiferente, sino que, además, les molesta.
Al votante del PSC le preocupa la calle, no los despachos. Esa calle que ahora no controla en el mundo independentista de ERC y que jamás ha controlado Iceta en el mundo constitucionalista. Sólo hay que recordar –siempre hay que recordarlo– que el líder de los socialistas catalanes, ese gran visionario que ha llevado al PSC a uno de los peores resultados de su historia, no acudió a la gran manifestación del sábado 8 de octubre de 1997. Lo cierto es, que cuando uno se deja llevar por sus traumas infantiles en vez de afrontar la realidad tiene un problema, la política no es la mejor solución.