El desafortunado Dastis
En España siempre hemos sido más fanfarrones que prudentes, tan dados a presumir de aquello que la naturaleza nos ha escamoteado como pueblo escogido para la épica. Nos arriscamos cuando sentimos el engaño en carne propia, cuando nos acarician la moral sensiblera y creemos que se pone en cuestión esa vocacional gallardía de sanchopanzas atribulados. Nuestro espíritu de Alatriste termina en la frontera de la revolución, que es
una trinchera que en España sólo usamos de vez en cuando. La última va para doscientos años, cuando a la Ilustración gabacha le dimos trabuco de Bailén.
Mientras no veamos peligrar las fronteras -¡uy!-, seguiremos sobreviviendo como sociedad conformista y conservadora, permeable a la desazón de tener gobernantes sin más firmeza que mantener su cuerpo erguido la mitad del día. Como el desafortunado Dastis, ministro al que volveré después.
En la posmodernidad fake ya no tocamos a rebato ni siquiera cuando nos hieren la soberanía. Como balbuceante democracia, confundimos de mala fe firmeza con imposición, negociación con vasallaje y lo que es peor, conciencia nacional con nacionalismo. Cuando una ministra alemana se cisca en nuestro ordenamiento jurídico y cuestiona la propia razón de ser del Estado de Derecho que rige dicho funcionamiento y nadie del gobierno llama a capítulo a nuestros amigos de Berlín, se constata que hemos
dejado de ser algo, si la nada en la que nos hemos convertido como nación fuera todavía un espacio moral plausible. No tenemos más política exterior que el vasallaje a unos socios europeos que dejaron de ser aliados hace tiempo, enfrascados en esa ola de pragmatismo continental que todo lo invade.
Un gobierno en permanente crisis de confianza no puede ofrecer un perfil bajo precisamente donde más se juega: en reputación. Ahora mismo no la merecemos, ni dentro ni fuera de nuestras fronteras. Porque no somos capaces de defender nuestro sistema jurídico, nuestra democracia consolidada. Alemania ha retratado a España. Nos ha puesto frente a frente con miserias que parecían olvidadas, como tener un gobierno que prefiere contemplar a gobernar, que sacude el polvo de su inacción a costa de perder
credibilidad en el mundo. Un gobierno recatado en fondo y formas.
Y en ese mar muerto, el titular de Exteriores, un tal Dastis, que entre sus menesteres debería estar la defensa de los intereses de España por el mundo, se dedica a contemplar, en sublime dimisión de funciones, cómo se horada y humilla nuestra nación por golpistas internos y feministas de salón externas. En los momentos álgidos de su irresponsabilidad, llegó a decir en el Congreso, donde sus intervenciones nadan entre la desidia y el sopor, que no le hacía falta al gobierno articular un relato de ataque y
contrataque frente a las mentiras del independentismo catalán por el mundo. Porque “tenemos la ley y la razón”. Y ahí acaba su discurso. Y su bagaje político e intelectual.
Urge por ello una crisis de gobierno donde se sustituya cuanto antes al titular de Exteriores, que ha convertido en imprescindible al lenguaraz Margallo, tan proclive a la declaración como seguro de dónde estaban y están los intereses de España. Porque la política exterior es molestar, es jugar una continua partida de póquer donde el pragmatismo en la defensa de los intereses nacionales obliga a poner caras y controlar los gestos.
No extraña que lo antisistema triunfe. La Unión Europa fue conformada para unir voluntades en momentos en los que ésta se pone en solfa, rememorando añejos tiempos de nacionalismo con pedigrí prusiano. No se concibió para que hubiera europeos siervos de europeos amos. Si eso no se respeta, el futuro de Europa será la repetición del pasado. Y a esa guerra acudiríamos, ¡pobre España! con el desafortunado Dastis.
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