La CUP y su Führer vacuo
Recuerden aquella escena dantesca de la diputada de las CUP Anna Gabriel descendiendo vaporosa de su escaño mientras olisqueaba su axila zurda. Habíamos dado por sentado que aquello era una revisión de los daños que podían provocar la poca ducha del perroflautismo catasuno. No, lo que ya apestaba aquella mañana era la mierda al cuello que tenían Junqueras y Puigdemont. Más que humana, aquella destreza canida de la Gabriel era más propia de esas subespecies con cinco dedos en las patas anteriores y prominente corvejón. Como el puerco de río, la Capiguara boliviana o el Dachshund. Y aunque no le he contado los dátiles a los diputados de las CUP, era, sin duda, el mismo instinto tribal propio de las manadas: sus salidas a correr por el Parlament pueden ofrecerles docenas de puntos de información que indican el bienestar físico, emocional y delincuencial de los separatistas. Su punto de pedigrí. Ese olfato les permite saber qué indepes están a punto de rajarse, cuáles a punto de florecer. Las CUP son los reyes del criadero indepe en el que se ha convertido la sede de la soberanía nacional en Cataluña.
Puigdemont siempre fue el chico de los recados de las CUP. Una imposición a los convergentes todavía más hortera que Artur Mas. Aquella cabeza prominente y tan sátira de cualquiera normal, era en sí misma, una alegoría de su función desatascadora para que las CUP accedieran finalmente a investir al actual Gobierno de golpistas en enero del 2016. Puigdemont, alcalde de Girona y presidente de la Asociación de Municipios para la Independencia (AMI), era el perfecto candidato de los antisistema a la Presidencia de la Generalitat: pequeño pero fanático, pueblerino y vacuo. No electo, sino puesto a dedo como en cualquier proceso bolivariano. Un servidor de la causa tan acomplejado que no logra mantener la mirada frente a sus rivales en el Parlament. Puigdemont no era únicamente el perfecto Führer de parodia para los de Anna Gabriel, sino un fiambre político con final en diferido gracias a la denuncia que ellos mismos interpusieron en 2015 contra el consejero delegado de la empresa Aigües de Girona por el desvío de más de 15 millones de euros públicos a la financiación de Convergencia y Unión mientras Puigdemont era alcalde de aquella localidad. Los antisistema eran conscientes cuando convirtieron a Puigdemont en presidente.
Preocupa la peligrosidad de un Gobierno autonómico en manos de la franquicia batasuna del condado catalán. Preocupa la percepción de que la justica sólo se aplica cuando se dicta desde el poder político y en el momento en el que más conviene al Gobierno nacional cuando su dejación de responsabilidades ha cruzado la línea roja de lo razonable. Esa parte debería haber protegido al conjunto de la nación en lugar de dejarse manejar por una minoría perfectamente engrasada con el dinero público suministrada por todos los gobiernos nacionales. Preocupa que un golpe de Estado no sea motivo suficiente de inhabilitación para el TC y que saquen los delitos de saqueo del cajón como coartada para parar al delincuente. Preocupa la recuperación de las escenas propias de los años de plomo.
Nuestra policía y secretarios judiciales ocultando sus rostros con bragas o verduguillos para salvaguardar su seguridad y el éxito de las investigaciones mientras los mismos que les acosan en sus hoteles y les tachan de fuerzas de ocupación exigen escoltas a Interior. Preocupa volver a ver a nuestros concejales señalados en las dianas de los mamporreros teenager de la fauna abertzale, Arran. Y preocupa que se siga llamando constitucionalista al PSOE cuando ha dado constantes pruebas de ser claramente antiespañol y aficionado a la práctica de acoso al Estado cuando éste se ve más debilitado.