El Congreso no es lugar para rufianes

El Congreso no es lugar para rufianes

Es propio de rufianes —»persona sin honor, perversa y despreciable», según la Real Academia Española (RAE)— escupir a otra cuando se produce un desacuerdo o una confrontación de argumentos. Un comportamiento execrable hasta en la taberna más lúgubre, pero que resulta especialmente grotesco en el Congreso de los Diputados. Escribió el dramaturgo Henrik Johan Ibsen que «no se graban tanto mil palabras como un solo hecho». El que ha tenido lugar este miércoles en nuestra Cámara Baja por parte del diputado de Esquerra Republicana Jordi Salvador nos emparenta con parlamentos tan poco ejemplares como el de Corea del Sur, Ucrania, Taiwan o Japón, donde más de una vez han volado sillas e incluso sus señorías han recurrido a los puños para dirimir cuestiones que deberían quedarse en el ámbito de la disputa intelectual.

El escupitajo de Salvador al ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, Josep Borrell, define el clima de inaceptable tensión que los independentistas están creando tanto en la sociedad como en las instituciones. Ese escupitajo va destinado también a todos los españoles, a sus símbolos y a la imagen que proyecta España fuera de nuestras fronteras. No debemos ni podemos permitirnos este tipo de espectáculos. Para ello, necesitamos que una persona tan brillante y ponderada como la presidenta del Congreso, Ana Pastor, sancione estos comportamientos y que ni Salvador ni su compañero Gabriel Rufián puedan hacer del centro de la soberanía nacional una suerte de O.K. Corral donde las tendencias tabernarias se impongan a la congruencia intelectual, por muy enconada que ésta pueda llegar a ser. Si no queremos proyectar la misma imagen que países bananeros, el reglamento parlamentario tiene que ser mucho más duro.

Una cosa es la legítima libertad de expresión, incluso la disputa enconada y ácida —en el Parlamento británico son auténticos maestros y conforman una democracia de primera división— y otra muy distinta la táctica de algunos representantes de ERC en el Congreso, que intentan elevar el tono de tensión para justificar el fatuo victimismo que siempre adereza el discurso secesionista. No se puede llamar «racista», «fascista» o «hooligan» a los diputaos constitucionalistas porque éstos se refieran a los sediciosos como lo que son: golpistas. Entre otras cosas, porque lo que intentaron hacer durante los meses de septiembre y octubre de 2017 en Cataluña fue golpismo puro, que no es otra cosa que tratar de subvertir la legalidad vigente desde las propias instituciones. Sin embargo, el problema no cejará si tenemos presidentes tan laxos como Pedro Sánchez, que ha pedido autocrítica por la bronca en el Congreso, pero ha evitado hacer ningún tipo de reproche a su socio Rufián. Así, desde luego, avanzar es imposible y, desgraciadamente, los rufianes seguirán campando a sus anchas por nuestras instituciones.

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