Confesiones de un ex votante de Illa

Voy a hacerles una confesión. En las elecciones autonómicas del 2021 voté a Salvador Illa. Espero que Luis Balcarce -o el mismísimo director de OKDIARIO- no rescindan ahora mi colaboración en estas páginas.
Tampoco es nada de extrañar. No es que sea yo votante habitual del partido socialista. Ni mucho menos. Pero hay que jugar sobre seguro. Y era la única alternativa al proceso.
Además, a lo largo de mi vida, he votado casi de todo. ¡Hasta a Raül Romeva en unas europeas! Las primeras a las que se presentó. En este caso, con Iniciativa. El antecedente de los Comunes. Eso sí que no tiene perdón.
En el 2003 también voté a Pasqual Maragall para desalojar a CiU, que llevaba la friolera de 23 años en el Gobierno. Vistos los casos de corrupción que aparecieron después, acerté.
Además, en este caso, estaba yo hasta el gorro del proceso. Y primeras espadas de la política mundial como Puigdemont o Torra. Lo digo en modo irónico.
Al final, no obstante, se quedó a las puertas. Ganó en votos. Pero ERC y Junts volvieron a ponerse de acuerdo con el beneplácito de la CUP. Aragonès llegó a presidente.
A Salvador Illa lo conocí personalmente en una rueda de prensa en la sede del PSC en el barrio barcelonés de Poblenou. Entonces era solo el portavoz y secretario de organización del partido.
Al terminar su comparecencia, le dije: «Espero que llegues a consejero». Me equivoqué: ¡llegó a ministro! ¡Nada menos que de sanidad durante la pandemia! Y luego a presidente de la Generalitat.
Recientemente, he leído un libro de Ángeles Gervilla sobre Pedro Sánchez: La mentira, publicado en el 2021. La señora Gervilla ni siquiera es del gremio político-periodístico, sino catedrática jubilada de la Facultad de Ciencias de la Educación de Málaga.
Pero hay que decir que fue de las primeras en trazar un perfil psicológico del líder del PSOE. Y, a tenor de su trayectoria posterior, parece que dio en el clavo. Pese a que ahora lo llamen «cambios de opinión».
La autora, en efecto, recopila todas las posverdades -por utilizar un eufemismo- con la pandemia, Podemos, la amnistía, etc. Un trabajo, sin duda, de chinos. Le salen más de sesenta.
En el caso de Salvador Illa explica -citando el libro de María Llapart y José Enrique Monrosi La coalición frente a la pandemia- cómo llegó al Gobierno.
Sánchez le llamó un día y le ofreció Sanidad. Ante la sorpresa del catalán, le dijo que «es el lugar perfecto para ti». «Precisamente porque vas a tener pocas competencias, es un ministerio que te va a dejar tiempo y espacio para seguir haciendo política en Cataluña». ¿Qué podía salir mal?
Luego mi actitud con el líder del PSC empezó a enfriarse. Y Salvador Illa lo sabe porque se lo he comentado. Las decepciones empezaron antes incluso de llegar al poder.
Recuerdo una entrevista en La Vanguardia en enero del 2021 en la que afirmaba que «todos somos responsables de lo que ha pasado en Cataluña estos años». «¿Todos?», pensé. Unos más que otros. Era ya una manera de blanquear el proceso.
Lo decía el mismo que había asistido a la manifestación del 8 de octubre del 2017 contra la independencia. En teoría, era la «cuota españolista» del PSC. Como despectivamente le llamaban los indepes.
Después hubo otra que ya hizo saltar todas las alarmas. En este caso en El Periódico. En diciembre del mismo año. Cuando aseguró que «TV3 y Catalunya Ràdio se merecen una oportunidad». ¡Pero si no pararon de echar leña al fuego con el proceso!
No obstante, también tiene cosas buenas. Al menos no la lía como sus predecesores. Quiero decir que no cuelga pancartas en el Palau a favor de la libertad de expresión ni se manifiesta a favor de los «presos políticos». Lo cual, por otra parte, tampoco es tan difícil. Puigdemont es agua pasada.
Incluso ha recuperado un poco la maltrecha dignidad de las instituciones catalanas. Si viene el Rey, por supuesto, va. Incluso fue al Día de la Hispanidad en Madrid o al Príncipe de Asturias en Oviedo.
Pero aparte de eso no gobierna, surfea. No ha conseguido aprobar los Presupuestos -en esto está como Pedro Sánchez- y no ha enterrado el proceso, más bien lo ha capeado.
Tampoco ha tocado TV3. Ni los humoristas que decían «Puta España». O a los presentadores del Telenoticias. Recientemente ha habido una especie de renovación, puro maquillaje. Pero el presentador del informativo noche, Toni Cruanyes, considerado próximo a ERC, sigue en su puesto.
Ni a los altos cargos republicanos en la Generalitat, los mismos que dejó Pere Aragonès. Incluido un consejero para el que hizo una consejería ad hoc. Debía haber una cláusula secreta en el pacto con los republicanos.
A pesar de todo ello, parece que hay Illa para rato. Ha pescado en aguas del PDECAT. Como el presidente del partido, David Bonvehí, al que ha nombrado secretario general. O al ex consejero de Interior de Quim Torra, ahora titular de Empresa, aunque era un hiperventilado.
Y la oposición no está por la labor. Los de Junts predicando «liderazgo» cuando Puigdemont se largó por patas. Esquerra en franca decadencia.
Incluso aunque el voto no nacionalista sumara, Illa preferiría pactar con ERC y los Comunes. Eso es lo malo, puede continuar pero Cataluña sigue hecha una piltrafa. Y no hay alternativa.