Alberto, ¡no nos falles!

Que Pedro Sánchez está políticamente muerto, que ya es un ex presidente, lo sabe hasta esa Begoña Gómez que es carne de banquillo. A estas alturas de la película la única duda es la fecha del sepelio. Esto no hay dios que lo remonte. La única manera que tendría el autócrata de resucitar sería robar las elecciones o dar un autogolpe de Estado, opción esta última que me resulta física y metafísicamente imposible y no porque no tenga ganas. Pero una de las cosas buenas que se derivan de nuestra presencia en la Unión Europea es que ningún socio comunitario permitiría una deriva cantosamente antidemocrática en la cuarta economía de la zona euro. De momento sólo se hacen los suecos con esos tics implícitamente totalitarios con los que se descuelga de tanto en cuando este pájaro que, más que como un tiranozuelo, que también, pasará a la historia de España como un corrupto de tomo y lomo.
Consecuentemente, lo de ayer en el Congreso del PP fue algo más que una decisión orgánica. Los de Génova 13 no reeligieron un presidente del partido sino más bien al nuevo presidente del Gobierno. De Ifema saldrá hoy el nuevo inquilino de Moncloa y se llama Alberto Núñez Feijóo. Ni siquiera la proverbial afición de la derecha española a meter la pata, con la campaña de las últimas generales como epítome, va a cambiar el curso de los acontecimientos. Primero porque la ventaja PP-PSOE y no digamos ya la existente entre el bloque de derecha y el de izquierda es sideral y segundo porque no estamos en el principio del final de la retahíla de escándalos que asolan al PSOE sino más bien al final del principio. La única incógnita en toda esta ecuación es cómo acabará la formación de la calle Ferraz, si como el Partido Socialista Francés y el Pasok griego, es decir, desaparecidos o en la irrelevancia, o como un SPD o un Partido Laborista que continúan en la pomada alternándose en el poder con sus adversarios de enfrente del espectro ideológico.
Lo más gratificante de todo es que quien ocupará la más alta magistratura ejecutiva del Estado es una buena persona, la mejor en términos morales que habrá ocupado el cargo de presidente del Gobierno en 48 años de democracia. Alberto Núñez Feijóo es un individuo de ésos a los que le comprarías un coche usado con los ojos cerrados: de una normalidad que asusta, incapaz de hacer una putada a nadie y con nula capacidad para dejar muertos por el camino. Y tengo meridianamente claro que es de los pocos políticos por los que puedes poner la mano o las dos manos en el fuego sin temor a quedarte manco modelo María Jesús Montero. Los que le conocemos un poco sabemos que le importa un pepino el dinero. Aspectos no precisamente menores viniendo de donde venimos. Esperemos que no se vuelva tarumba en ese Palacio de La Moncloa que ha cambiado la psique de prácticamente todos los que han vivido entre sus desangeladas paredes.
Tengo meridianamente claro que Feijóo es de los pocos políticos por los que puedes poner la mano en el fuego sin temor a quedarte manco
Ahora lo único que hay que exigirle es que haga los deberes. En caso de que Sánchez acepte desalojar el poder, que eso está por ver aunque le metan una tunda de campeonato, la tarea que tiene ante sí resulta ciclópea. Sin olvidar los sapos y culebras que se encontrará cuando abra los cajones. Que nadie descarte que la banda sanchista haya hecho trampas con las cuentas del Estado al más puro estilo Zapatero, el personaje que legó a Rajoy un 6% de déficit oficial que finalmente resultó ser de casi un 9%, unos 40.000 millones extras en números redondos. Pero más allá de la economía, que siempre tiene solución, está ese apartado legislativo al que normalmente el PP no ha querido meter mano aceptando la política de hechos consumados de los socialistas y dibujando en el imaginario colectivo una España en la que la izquierda simboliza el bien y la derecha el mal. Buen ejemplo de ello es un Mariano Rajoy tan extraordinario gobernante en el apartado económico, nos salvó con nota de la mayor crisis de nuestra historia, como pésimo en el terreno ideológico. El olvido de las ideas fue el caldo de cultivo para el nacimiento de partidos como Ciudadanos y Vox que acabaron seguramente para siempre o al menos para lustros con la hegemonía absoluta del PP en la derecha.
Lo primero que ha de implementar Feijóo es una enmienda a la totalidad de las leyes del sanchismo. Que no se engañe: ésta, y no otra, constituye su gran obligación moral. No debe quedar una viva, excepción hecha de las que Sánchez pactó con él y que, obviamente, se pueden contar con los dedos de la mano. Y cuando digo ni una es ni una. Hay que recuperar el delito de sedición y eliminar la mierda esa de los «desórdenes agravados»; retrotraer el de malversación a su redacción anterior para evitar que a los delincuentes políticos sus fechorías les salgan gratis o más baratas; elaborar una Ley de Vivienda como Dios manda que desaloje a los okupas en 24 horas; ejecutar una contrarreforma laboral para volver a la de Fátima Báñez sin matiz alguno suprimiendo por ejemplo la engañifa de los fijos discontinuos; jubilar la Ley Trans; derogar la Ley de Amnistía; fulminar la de Des-Memoria Democrática; y desde luego volver en el Código Penal al articulado previo a la Ley Liberavioladores de Irene Montero. Y, por supuesto, recuperar el delito de convocatoria de referéndums ilegales, penalizar con la cárcel la prevaricación y prometer que bajo ningún concepto se regalará a sí mismo la instrucción de los casos penales al regalársela a la Fiscalía. Aunque parezca que esta autocrática idea es made in Ferraz, lo cierto y verdad es que corresponde al tardomarianismo. Sí, aunque no llegó a ver la luz, fue Rajoy quien la puso en circulación en su segunda legislatura.
Lo primero que ha de implementar el líder del PP cuando llegue a La Moncloa es una enmienda a la totalidad de las leyes del sanchismo
Alberto Núñez Feijóo tampoco puede ni debe olvidar que en nuestros días lo que marca esencialmente la diferencia entre la derecha y la izquierda son las políticas fiscales. Y ahí el PP siempre ha ganado por goleada al PSOE echando mano de la infalible Curva de Laffer. La primera o segunda medida en esos 100 primeros días en los que, según Aznar, se decide el curso de un mandato, debe pasar por cargarse las 94 subidas fiscales —sí, no es una errata, son 94– dictadas por el primer ministro socialista. Entre otras, esa Tasa Tobin que te trinca dinerito cada vez que efectúas una operación en Bolsa y esa doble imposición que soportan las energéticas por las veleidades chavistas del todavía presidente del Gobierno. La misma suerte ha de correr el impuesto a los ricos, una confiscación en toda regla que ruborizaría incluso al delincuente de Pablo Iglesias. Sólo ya con exterminar las salvajes subidas fiscales del marido de la tetraimputada Begoña Gómez le habrá metido un chute de tres pares de narices a nuestra economía. Y espero que también cumpla en la primera semana de mandato su compromiso de deflactar el IRPF a esas rentas más bajas martirizadas por la inflación. Debería imitar a Bill Clinton e instalar en su despacho un cartel con una escueta leyenda: «Donde mejor está el dinero de los ciudadanos es en sus bolsillos».
En política internacional debemos regresar a la sensatez, a la normalidad, apartarnos de los terroristas de Hamás y de esos sátrapas reunidos en el Grupo de Puebla, un elenco de asesinos, torturadores, narcodictadores y ladronazos en el que figuran chusma de la talla de Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Claudia Sheinbaum, antaño López Obrador, el cocainómano de Petro, la presidiaria Cristina Fernández, el no menos siniestro Díaz-Canel y un tan largo como acongojante etcétera. E intentar mantener la mejor relación posible con los Estados Unidos como hizo José María Aznar situándonos en una primera división mundial de la que habíamos desaparecido desde tiempos de ese Imperio de Felipe II en el que no se ponía el sol. Es verdad que Trump es un tipo complicadito pero no lo es menos que todo presidente español ha de hacer bueno el refranero del buen árbol y la buena sombra. De primero de sentido común. Estoy seguro de que en ese apartado tampoco defraudará Alberto Núñez Feijóo.
Espero, confío y deseo que el personaje que ha ganado todas las elecciones a las que se ha presentado en su vida sea siempre él mismo
Su gran asignatura a aprobar, y a ser posible con nota, es la del acomplejamiento o, para ser más exactos, la del desacomplejamiento. O la derecha que representa el PP manda al carajo los complejos que le han impedido históricamente aplicar íntegramente el programa para el que los eligieron o no será. Si perviven los mieditos, los veranos azules, las genuflexiones y los jiji-jaja a la legión de periodistas zurdos y las demás chanquetadas perderán una ocasión única para mantener al PP como el gran partido de la derecha española. No estaría de más que en Génova 13, y más concretamente el futuro presidente del Gobierno, recuerden que la derecha más conservadora, lo que en Moncloa y sus periodistas a sueldo llaman la «extrema derecha», está de moda en toda Europa. Lideran las encuestas de opinión en Alemania, Francia, Holanda, Reino Unido y Portugal, gobiernan en Italia, Hungría y Finlandia, además de haber conseguido recientemente la Presidencia de Polonia.
Vox va a más, ronda ya los 50 escaños en las encuestas, pero sigue sin ser el número 1 en la derecha, y para que continúe siendo la excepción que confirma la regla en Europa es imprescindible que el Partido Popular haga los deberes asumiendo buena parte del programa de la formación verde. Algo similar a lo que con buen criterio ha hecho Isabel Díaz Ayuso en una Comunidad de Madrid en la que Vox es más una anécdota que categoría. Nada imposible, entre otros motivos porque buena parte de los postulados de los de Bambú coinciden milimétricamente con los que sostenía el PP en tiempos de José María Aznar. El triple salto mortal con tirabuzón se le complicará sobremanera al gallego de Los Peares teniendo en cuenta que no podrá practicar la táctica del abrazo del oso con Vox por la elemental razón de que Santiago Abascal en ningún caso se integrará en un Gobierno de coalición ni como vicepresidente, ni como presidente bis, ni como biministro, ministro plenipotenciario o maestro armero. Si le llega el ofrecimiento la respuesta se reducirá a dos palabras: «No, gracias».
La llegada de Alberto Núñez Feijóo al poder que le arrebataron con malas artes tras las elecciones de 2023 es cuestión de semanas. Tengo serias dudas de que el autócrata corrupto que nos malgobierna logre pasar el asueto veraniego en la Residencia Real de La Mareta pero ninguna de que no se comerá el turrón en Moncloa. Espero, confío y deseo que el personaje que ha ganado todas las elecciones a las que se ha presentado en su vida —cuatro autonómicas gallegas y unas generales— sea él mismo, que no se deje impresionar por una izquierda que se lanzará a su yugular a las primeras de cambio y, sobre todo y por encima de todo, recomponga la arquitectura institucional dinamitada por el que más pronto que tarde será su antecesor. Lo tiene fácil porque la hoja de ruta está escrita desde hace 46 años y medio: se llama Constitución. Pues eso, Alberto, que no nos falles.
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